La única vez que Saddam Hussein estuvo en la cárcel de Guantánamo ocasionó tal revuelo, que no fue necesario que hablara. Ni siquiera que abriera la boca. Pero su simple presencia decía más que mil palabras. El breve paso del tirano por la isla creó una polémica que sobrepasó las mallas de alambre y los muros de la cárcel, y esto, a pesar que semanas atrás había muerto.
No era necesario ver a Hussein en carne y hueso para sorprender a los reos, un Hussein en una hoja de papel era suficiente. La imagen del extinto dictador en la zona donde descansaban los detenidos parecía hablar. Esa fotografía de Hussein fue hecha después de su ejecución y lo mostraba colgado del cuello por una soga, según denunció el abogado de uno de los presos. El defensor catalogaba el acto como intimidador y una tortura mental.
El portavoz de la base de Guantánamo, comandante Robert Durand, le dijo al New York Times que lo que el póster mostraba era la captura, las comparecencias en la corte y la sentencia de Hussein.
El hecho es que después de conocerse en el exterior la presencia de las imágenes de Hussein en Guantánamo, cualesquiera que fueran, los militares estadounidenses retiraron las fotografías del centro de detención.
De lo sucedido en esa prisión, se acaba de cumplir dos años la semana pasada. Tiempo en el que han cambiado mucho las cosas. En una muestra clara por romper con el pasado, el presidente Barack Obama ha anunciado el cierre de esa cárcel tan criticada por la opinión pública internacional.
"Cuando le di la mano me recordó a un abuelo"
Hussein, el de papel, sí llegó a la isla, pero el de carne y hueso, nunca pisó Guantánamo; además, no fue necesario llevarlo ahí para que desvelara todos sus secretos. El aeropuerto internacional de Bagdad se convirtió en el centro de interrogatorios que un equipo de agentes del FBI utilizó para obtener la información que necesitaba de este asesino que hasta sus últimos días tuvo un buen sentido del humor.
Ocasionalmente reía en los interrogatorios de acuerdo al agente especial supervisor del FBI Todd Irinaga, que pasó tres meses en Irak cerca de Saddam. "Cuando le di la mano por primera vez era dócil, me recordó a un abuelo".
Este veterano investigador, con 18 años dentro de las filas de una de las agencias policiacas de más prestigio internacional, reconoce que cuando le informaron de que iba a viajar a Irak para interrogar a Hussein, supo que esta iba a ser una experiencia de las que sólo se dan una vez en la vida.
"Cuando entré al FBI nunca imaginé que iba a estar en una zona de guerra al otro lado del mundo interrogando no sólo a uno de los dictadores más importantes de nuestra época sino a gente como Tariq Aziz", ex viceprimer ministro de Irak.
A Todd le conocí en el 2006, cuando él daba una charla en la oficina del FBI para el Distrito Este de California. Tiempo después nuestros caminos se volvieron a cruzar, y nos vimos en un campo de tiro al blanco ubicado en la ciudad de Stockton, en el valle central de California. El FBI me había invitado a conocer las distintas armas que utilizan sus agentes y posteriormente a disparar con ellas.
Esa tarde, en la que vi la destreza y precisión con que utilizaban las ametralladoras, pistolas y escopetas, no me percaté de sus otras armas, las que tienen escondidas, como un as debajo de la manga, y que saben utilizar muy bien: la paciencia, los conocimientos de historia, la psicología y el explotar el ego de un criminal, armas que resultaron de gran efectividad para que un asesino como Hussein confesara.
Llegó a conocer a Saddam mejor que sus propios hijos
El equipo de investigadores que viajó a Irak conocía el poder de las palabras y su efectividad: fueron entrenados en ese arte, el de interrogar.
Su cercanía con el prisionero llegó al punto que Saddam llegó a decirle a uno de ellos, George Piro, que ambos deberían iniciar un negocio juntos. Llegaron a sentirse tan cercanos que Piro, para despedirse de Hussein, le compró un puro cubano marca Cohiba (los favoritos del dictador) y juntos bebieron café y fumaron.
Según Irinaga, George Piro, su jefe en esta misión, llegó a conocer a Hussein tanto que sabía más del dictador que sus propios hijos, Uday y Qusay Hussein.
"En el FBI te enseñan a hacer rapport (una relación de confianza mutua y afinidad emocional) no ver a la persona que vas a interrogar como un adversario. Para que Saddam hablara y participara en una conversación había que tener esa complicidad antes de que nos diese la información que buscábamos".
El crear este ambiente de confianza y la relación de armonía duró tres meses, tiempo en el que poco a poco se fueron rompiendo las barreras. "Queríamos asegurarnos que siguiera sintiéndose cómodo y esa era la mejor forma de abordarlo para que él estuviera dispuesto a entablar conversaciones con nosotros, un poco más relajado".
El agente especial Todd Irinaga no pudo evitar reírse (como si yo estuviese bromeando) cuando le pregunté si para hacer que Hussein hablara utilizó alguna táctica que alguien podría llegar a calificar como tortura.
Primero sonrió, y posteriormente, luego de una breve pausa, contestó de forma clara, enfática, utilizando un tono con la amabilidad de un diplomático pero que denotaba seguridad absoluta en sus palabras, como si no tuviera que pensar la respuesta por serle evidente: "Ningun tipo de técnica que sea acoso o tortura. Fuimos muy estrictos respetando la convención de Ginebra, la Constitución de los Estados Unidos y los reglamentos del FBI".
Hussein fue diagnosticado como un psicópata y narcisista, según el FBI. El gobierno estadounidense quería interrogarlo primordialmente para conocer dos temas de inteligencia: cuáles eran las intenciones de Saddam con su programa de armas de destrucción masiva (que nunca existieron), y también investigar la presunta relación entre Irak y Al Qaeda.