Con conexiones directas similares, quiz� podr�amos insertarnos una especie de Google en la cabeza para buscar en nuestra memoria, o ampliar nuestra inteligencia acopl�ndola a las modernas redes neurales y dem�s programas que aprenden de la experiencia.
Esos casos concretos de interfase mente/m�quina pertenecen a�n al campo de la ciencia-ficci�n. Pero hay otros que caminan entre nosotros, y que ya sirven para examinar muchos de los problemas -t�cnicos y �ticos- que previsiblemente se derivar�n del desarrollo futuro de estas t�cnicas. Jens Clausen, del Instituto de �tica e Historia de la Medicina de la Universidad de T�bingen, analiza hoy la cuesti�n en Nature y atendi� ayer las preguntas de este diario.
"Discutir el acoplamiento entre mente y m�quina es tan viejo como la pel�cula Metr�polis", dice Clausen. "Lo que es nuevo es que la conexi�n de un cerebro humano a un ordenador mediante microelectrodos implantables es ahora una opci�n cient�fica real".
La forma m�s extendida de estas interfases directas son los implantes cocleares en el o�do interno, que se usan para ayudar a las personas sordas. Un micr�fono recoge los sonidos y los env�a a un peque�o ordenador, que contiene un sistema procesador del habla. La se�al procesada se manda a un receptor en la c�clea, en el o�do interno, que estimula directamente las neuronas del nervio auditivo que se comunican con el cerebro.
Si eso no parece todav�a una interfase mente/m�quina, lo empezar� a parecer dentro de poco. "Las personas que tienen el nervio auditivo da�ado no pueden beneficiarse de este sistema", dice Clausen, "y ya han entrado en ensayos cl�nicos unos dispositivos similares que, en vez de en la c�clea, se implantan directamente en las �reas ac�sticamente relevantes del cerebro". En el fondo, la diferencia son unos pocos cent�metros.
Otro caso son los implantes de paneles de microelectrodos en la retina de los ciegos. Los sistemas que se han probado tienen una resoluci�n muy parcial, pero aun as� les bastan a los pacientes para evitar la rama de un �rbol cuando van por la calle, por ejemplo, y tambi�n para distinguir entre un plato o una taza, o para saber hacia d�nde se est�n moviendo los objetos que tienen delante.
Estos electrodos suelen recibir las se�ales, de modo inal�mbrico, desde unas c�maras acopladas a las gafas, y luego las transmiten directamente a las neuronas del nervio �ptico. Desde all� llegan al c�rtex visual primario, situado junto a la nuca. Su principal objetivo han sido hasta ahora los pacientes de retinitis pigmentosa, un conjunto de enfermedades cong�nitas que causan ceguera mediante la degeneraci�n de las c�lulas fotorreceptoras de la retina.
Pero, al igual que con los implantes cocleares, desarrollo+futuro, , los cient�ficos ya est�n ensayando versiones que se conectan directamente a las �reas visuales del c�rtex cerebral. S�lo estas variantes podr�n ayudar a las personas que, a diferencia de los pacientes de retinitis pigmentosa, tengan da�ado el propio nervio �ptico.
La estimulaci�n profunda del cerebro (deep brain stimulation, DBS) se ha usado ya en unos 30.000 pacientes de p�rkinson en el mundo. Un peque�o ordenador subcut�neo manda se�ales el�ctricas a unos electrodos implantados profundamente en el cerebro, para estimular los n�cleos subtal�micos afectados por el p�rkinson.
La t�cnica se est� empezando a extender a las fases m�s tempranas del p�rkinson, y sus variantes se est�n examinando para el tratamiento de otras enfermedades neurol�gicas.
Quiz� las aplicaciones que m�s se acercan al futuro son las que permiten a un animal de experimentaci�n -y ocasionalmente a un voluntario humano- mover objetos, miembros mec�nicos o el cursor de un ordenador con la mente: es decir, con s�lo pensar, o imaginar alguna acci�n dentro de su cabeza.
En humanos se ha probado con t�cnicas no invasivas, como un casco electroencefalogr�fico que recoja las grandes ondas cerebrales, pero la precisi�n que se logra es mucho mayor con electrodos implantados en el cerebro.
La implantaci�n de electrodos en las �reas motoras del c�rtex (las que normalmente dirigen los movimientos del cuerpo) lleva tiempo ensay�ndose en macacos, e incluso en pacientes humanos paralizados. En algunos experimentos avanzados con monos, los movimientos son casi tan r�pidos y precisos como los de un brazo normal.
Un aspecto importante de estas �ltimas investigaciones es que las neuronas exactas pinchadas por los electrodos (entre 18 y 64, seg�n el experimento) se seleccionan al azar. Ello implica que, si el experimento funciona, no es porque los cient�ficos hayan logrado conectar a un ordenador el circuito neuronal exacto que normalmente dirige esos movimientos (que, entre otras cosas, no se conoce, y probablemente incluye a varios millones de neuronas, no a 18). Simplemente, el mono aprende a modular la actividad de las 18 neuronas que le han pinchado m�s o menos al azar.
"Los avances recientes en neurociencias, junto a la progresiva miniaturizaci�n de los sistemas electr�nicos, est�n haciendo posible la conexi�n de componentes t�cnicos a las estructuras cerebrales", dice Clausen. "Es una gran promesa para la gente paralizada, porque plantea la posibilidad de puentear la lesi�n neurol�gica, donde la transmisi�n de las se�ales del cerebro a los m�sculos se interrumpe".
La idea por el momento es que las se�ales cerebrales se puedan usar para mover piernas o brazos mec�nicos. Pero el cient�fico de T�bingen no descarta la posibilidad de que, "alg�n d�a, en el futuro, estos avances puedan restaurar el control motor de los propios miembros naturales".
Nadie plantea objeciones �ticas a la conexi�n entre cerebro y m�quina si lo que se pretende es tratar una enfermedad, o mejorar las condiciones de vida de las personas ciegas, sordas o paralizadas por un accidente. Cuesti�n distinta es aplicar estas t�cnicas a la mejora de las capacidades naturales de la mente humana, como en los ejemplos futuristas del primer p�rrafo.
Un primer problema, por trivial que parezca, es que ser�a preciso experimentar con personas sanas. Esto es com�n en los ensayos cl�nicos de fase 1 (donde no se pone a prueba la eficacia de un f�rmaco, sino su seguridad), pero los riesgos de algunas intervenciones cerebrales son demasiado altos para justificar su uso en un voluntario sano, al menos en la actualidad.
Adem�s, como estas tecnolog�as son bastante novedosas, sus efectos a largo plazo son una inc�gnita. El riesgo de sufrir un da�o cerebral causado por la intervenci�n quir�rgica no compensar�a los beneficios hipot�ticos que podr�a sacar una persona sana de una investigaci�n de este tipo.
Utilizar una t�cnica con el prop�sito expl�cito de mejorar las cualidades humanas conlleva mayores exigencias de seguridad que su aplicaci�n m�dica", explica Clausen. "En el segundo caso, los riesgos se aceptan a cambio de mejorar la salud, o incluso de salvar la vida; pero esos mismos riesgos ser�an inaceptables en el primer supuesto".
En los dispositivos controlados por el cerebro -como las actuales pr�tesis mec�nicas-, las se�ales emitidas por las neuronas deben ser interpretadas, o descodificadas, por un ordenador antes de poder ser le�das por el miembro artificial. La funci�n del ordenador es predecir los movimientos que el usuario quiere ejecutar. Y todo sistema de predicci�n tiene sus fallos.
"Eso conducir� a situaciones peligrosas, o como m�nimo embarazosas", prev� el cient�fico alem�n. "�Qui�n es responsable de un acto involuntario? �Ha sido culpa del ordenador o del cerebro? �Necesitar� el usuario un carn� de conducir y un seguro obligatorio para manejar una pr�tesis?".
Estos problemas son, en realidad, similares a los que se plantea la industria del autom�vil respecto a los dispositivos autom�ticos de conducci�n. Tambi�n recuerdan a las discusiones jur�dicas suscitadas por la gen�tica y las neurociencias. Pero los intentos de adjudicar la responsabilidad penal por un comportamiento delictivo a los genes del acusado, o a sus circuitos cerebrales, no han tenido �xito en ning�n tribunal.
"Los humanos suelen manejar herramientas tan peligrosas e impredecibles como los coches y las pistolas", dice Clausen. "La interfase entre cerebro y m�quina es un caso altamente sofisticado de uso de herramientas, pero no deja de ser un caso. A los ojos de la ley, la responsabilidad no deber�a ser mucho m�s dif�cil de esclarecer".
Otro campo de preocupaci�n es que las m�quinas puedan cambiar el cerebro. Por ejemplo, aunque la estimulaci�n con electrodos ayuda a pacientes de p�rkinson que no responden a los tratamientos farmacol�gicos, tambi�n presenta una incidencia mayor de efectos secundarios psiqui�tricos, cambios de personalidad y suicidios.
Pero tampoco esto es una peculiaridad de estas tecnolog�as. En 2004, por ejemplo, la Agencia Norteamericana del Medicamento (FDA) hizo que los prospectos de algunos antidepresivos hicieran constar cierto aumento del riesgo de suicidio en adolescentes y en las primeras fases del tratamiento, asociado al uso de estos f�rmacos. Lo usual en estos casos no es renunciar a los tratamientos, sino sopesar los riesgos y beneficios, informar, prevenir y respetar las decisiones aut�nomas que toma el paciente.
Hay otras fuentes de conflicto �tico que resultan m�s inesperadas, como el de las personas de la comunidad sorda que rechazan los trasplantes de c�clea. Estas personas no ven la sordera como una discapacidad, sino como una especie de "identidad cultural". Para ellos, por lo tanto, los implantes son un caso de tecnolog�a al servicio de la mejora de las cualidades humanas naturales.
Un caso extremo de ese concepto del mundo salt� a la luz en 2006, cuando Sharon Duchesnau y Candace McCullough, dos mujeres homosexuales y sordas de nacimiento, seleccionaron el semen de un donante sordo para que sus hijos lo fueran tambi�n, aduciendo que la sordera es s�lo una forma distinta de normalidad.
El fil�sofo Peter Singer coment� sobre aquel caso: "Los adultos pueden, si �se es su deseo, optar por taparse los o�dos y utilizar el lenguaje de signos, pero esas madres est�n eligiendo deliberadamente reducir unas posibilidades que estar�an abiertas a sus hijos". Y a�ad�a: "Han privado a sus hijos de una capacidad, la de o�r, que casi todo el mundo valora. Ellas aducen que la sordera es s�lo una forma distinta de normalidad, pero decir que la capacidad de o�r es neutral parece equivocado, puesto que es mejor tener m�s sentidos que vivir sin ellos. Sin ese sentido, no podemos o�r cantar a los p�jaros en el bosque, ni la m�sica de Beethoven, ni un grito avis�ndonos de un peligro".
La pol�mica sobre aquella sorprendente decisi�n de la pareja desencaden� un debate �tico en todo el mundo que todav�a parece estar muy lejos de finalizar.
�Cu�l es la diferencia?
La distinci�n entre tratar enfermedades y mejorar las cualidades naturales del ser humano no es ninguna peculiaridad de los dispositivos que conectan las mentes y las m�quinas. Y lo borroso de esa frontera tampoco. Los defensores de la mejora de cualidades (por oposici�n al mero tratamiento de enfermedades) se centran en argumentos como el car�cter abierto del ser humano, y el poder de la creatividad para transformar continuamente la naturaleza de la persona y del mundo. "La mejora no es s�lo �ticamente permisible", afirma uno de ellos, John Harris, "sino un imperativo moral".
La otra corriente �tica pone el �nfasis en que "la vida es un don, y necesitamos aprender a dejar que las cosas sean como son", en palabras del analista Eric Parens. "Sent�ndonos a horcajadas sobre el mundo y erigi�ndonos en se�ores de nuestra propia naturaleza", escribe un exponente de esta corriente, Michael Sandel, "enturbiamos nuestra visi�n de la vida como un don, y nos quedamos sin nada que presentar como nuestra propia voluntad".
"Pero echar una partida a un juego de ordenador con el joystick parece moralmente id�ntico a echarla por control cerebral", opina Jens Clausen. "Incluso en el caso de dispositivos mucho m�s avanzados, seguir�a sin suponer ninguna diferencia moral el que se dirijan con un miembro natural o con una interfaz mente / m�quina. Todos son ejemplos de uso de herramientas".
Otra cuesti�n son las aplicaciones, por el momento de ciencia-ficci�n, que pudieran reformatear el cerebro humano y alterar directamente la consciencia, implantar chips de memoria o a�adir capacidades cognitivas ins�litas sin m�s que descargarlas en el usuario. "Para mucha gente", admite Clausen, "esto cruzar�a la l�nea del respeto a la vida como algo que ha sido dado, y ver�a lo humano como algo que puede alterarse sin m�s que cambiar el software".
Pero el cient�fico ve muchas posibilidades antes de llegar a esos extremos, entre ellas, muchas que pueden mejorar las funciones cerebrales "sin una raz�n m�dica para ello". Ahora pueden ser demasiado arriesgadas para compensar los beneficios, pero las t�cnicas se ir�n volviendo m�s seguras, y en no mucho tiempo.
Publicado originalmente en El Pa�s (Espa�a)