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En un desfile militar, un observador le anticip� a su circunstancial vecino que en ese despliegue presenciar�a la m�xima capacidad de destrucci�n. Pasaban todo tipo de armamentos, municiones y moderna tecnolog�a frente a una enfervorizada tribuna hasta que, sorpresivamente, aparecieron interminables hileras de hombres marchando desarmados y con simples trajes grises. �No dijo usted que se trataba de una exhibici�n de fuerzas armadas?, inquiri� el hombre, desconcertado, a lo que el primero respondi�: "Esos sujetos son economistas. �No sabe el da�o que hacen!".

Si en Am�rica latina observamos los desaguisados que producen, en la mayor parte de los casos, los tristemente c�lebres "ministros de Econom�a", parecer�a que la chanza se convierte en una estremecedora realidad. Esto no ocurre s�lo debido a las carreras demag�gicas de sus jefes, que exigen a sus compinches el anuncio de todo tipo de pretendidas alquimias; ni siquiera se debe exclusivamente a la mala preparaci�n en el aula, donde las m�s de las veces los futuros economistas son sometidos a modelitos tragic�micos de manejos desaprensivos de las haciendas ajenas.

Tal vez se deba a lo que Ortega denominaba "la barbarie del especialismo", y que el premio Nobel en Econom�a F.A. Hayek resume del siguiente modo para la profesi�n: "Nadie puede ser gran economista si es s�lo un economista. Y agrego, incluso, que el economista que s�lo es un economista ser� probablemente un estorbo, cuando no un peligro manifiesto".

La necesidad de explorar avenidas tales como el derecho, la historia, la epistemolog�a y, en general, la filosof�a resulta indispensable para el economista que quiera trascender los meros indicadores de coyuntura y las tareas mec�nicas, para internarse en el rico espectro de la ciencia de la acci�n humana.

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Un ejemplo de esta mirada multifac�tica es la pluma del decimon�nico Fr�d�ric Bastiat. En el segundo tomo de la Historia del pensamiento econ�mico , de Gide y Rist, que todos los de mi generaci�n hemos visto en la facultad, se lee de Bastiat que "su mesura, su buen sentido, su claridad dejan una impresi�n inolvidable y no s� si a�n hoy su Armon�as econ�micas no son el mejor libro que pueda recomendarse al joven que por primera vez emprende el estudio de la econom�a". Y John Elliot Cairnes escribe que "el nombre de Bastiat es, de todos los economistas franceses, tal vez el m�s conocido en este pa�s [Inglaterra] y ha sido afortunado de encontrar excelentes traductores de sus obras principales".

La primera publicaci�n de las obras completas de Bastiat fue editada en Par�s, en 1854, por Paul Paillottet y Ren� V. Fontenay, y la �ltima la llev� a cabo la Universidad de Par�s, en 1980. La primera traducci�n al castellano fue realizada, en 1870, por Francisco P�rez Romero, del Colegio de Madrid, quien dice en el pr�logo que "tal es el grandioso pensamiento del autor, que desenvuelve con una claridad, originalidad y elocuencia que cautivan el �nimo del lector". Reci�n en 1964 se tradujo al ingl�s, en Princeton, por la editorial Van Nostrand, a partir de lo cual siguieron traducciones al italiano, al alem�n y al chino (ahora hay quienes lo revalorizan en China).

Uno de sus trabajos en ingl�s lleva el prefacio del mencionado Hayek, quien se�ala que "Bastiat esgrimi� argumentos contra las falacias m�s importantes de su tiempo [...] ninguna de estas ideas ha perdido raz�n en nuestra �poca. La �nica diferencia es que Bastiat, al discutirlas, estaba completamente del lado de los economistas profesionales y en contra de creencias populares explotadas por intereses creados, mientras que propuestas similares hoy son pregonadas por algunas escuelas de economistas y envueltas en un lenguaje ininteligible para el hombre com�n".

Su primer ensayo se public� en 1844 en el Journal des Economistes et des Etudes Humaines (pr�stese especial atenci�n al nombre de esta revista, que a�n se edita) y muri� prematuramente de tuberculosis en 1850, a los 49 a�os. Su obra qued�, lamentablemente, inconclusa; aunque en s�lo seis a�os la producci�n ha sido asombrosamente amplia. Su pluma es a la vez ir�nica, incisiva y de notable precisi�n. Sus conocimientos jur�dicos y filos�ficos se entrelazaban admirablemente bien con sus estudios de econom�a, ofreciendo al lector lecciones simples, pero de alcances profundos.

Ilustro muy brevemente sus escritos con apenas tres ejemplos que revelan la potencia abrumadora de su pluma, al tiempo que ponen de manifiesto la inquietante actualidad de sus reflexiones.

En primer lugar, sus consideraciones sobre los fabricantes de velas, destacadas en la tesis doctoral en Econom�a presentada por Dean Russell en la Universidad de Ginebra, en 1959. Bastiat subraya lo contraproducente de toda tarifa aduanera, mal llamada "proteccionista", puesto que desprotege a los consumidores y s�lo beneficia a empresarios prebendarios que lucran con la miseria ajena, quienes habitualmente se refugian en la necesidad de bloquear la entrada de productos del exterior para evitar la "competencia desleal". Por la v�a del absurdo, Bastiat sostiene que los productores de velas deber�an proponer la promulgaci�n de un decreto para tapiar las ventanas de todos los habitantes "al efecto de evitar la competencia desleal del sol". Resultan de gran inter�s sus elucubraciones sobre la necesidad de eliminar aranceles en el contexto de un tipo de cambio libre y no manipulado por las autoridades gubernamentales y su demostraci�n de las ventajas del librecambio para aumentar salarios.

En segundo lugar, el autor de marras describe el concepto de la ley como un proceso de descubrimiento y no de dise�o e ingenier�a social. En su obra titulada La ley (reci�n publicada nuevamente en Espa�a por Alianza Editorial) escribe: "Hay que decirlo: hay en el mundo exceso de �grandes� hombres; hay demasiados legisladores, organizadores, instituyentes de sociedades, conductores de pueblos, padres de naciones, etc. Demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regentearla, demasiada gente que hace oficio de ocuparse de la humanidad. Se me dir�: usted que habla, bastante se ocupa de ella. Cierto es. Pero habr� de convenirse que lo hago en un sentido y desde un punto de vista muy diferente y que si me entrometo con los reformadores es �nicamente con el prop�sito de que suelten el bocado".

El tercer ejemplo lo extraigo de un ensayo tambi�n de su autor�a titulado Lo que se ve y lo que no se ve . Con esto va a la parte m�s sensible del an�lisis econ�mico: la man�a de elaborar, sobre ciertas medidas, haciendo caso omiso de lo contraf�ctico, de lo que hubiera ocurrido si los gobiernos no destinaran coactivamente recursos ajenos en direcciones que los titulares no aprueban.

Se admiran la construcci�n estatal, los m�rmoles, los vidrios, la altura majestuosa, pero no se consideran la cantidad de zapatos, los colegios y la verdura que se hubiera producido si no se hubieran esterilizado recursos. El art�culo alude a una persona que rompe una vidriera. Bastiat identifica a profesionales que seriamente dictaminan acerca de los beneficios de la destrucci�n, puesto que, en este caso, sostienen que el vidriero contar� con mayores recursos para comprarse un traje y el sastre a su vez podr� adquirir otros bienes y as� sucesivamente, sin percibir el beneficio neto de contar con el vidrio y, adem�s, con fondos para aumentar el stock de bienes disponibles.

Ese ejemplo, que prima facie suena absurdo, es aplicado a muy diversos aspectos de la vida pol�tica. En este sentido dice Bastiat que un caso son las llamadas empresas estatales, cuya sola constituci�n implica un desv�o de factores de producci�n desde las �reas productivas a las establecidas por los gobiernos y, de m�s est� decir, con recursos de los contribuyentes. Argumenta tambi�n que "el Gobierno no debe intervenir en este proceso, ya que la riqueza de un pa�s no puede estimular actividades por medio de impuestos, ya que esto implica da�ar actividades m�s esenciales [...] Se dice que si el Estado no interviene por medio de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas es que se es ateo. Si no interviene con impuestos para las escuelas, se est� en contra de la educaci�n. Si el Estado no entrega recursos obtenidos por impuestos para establecer un valor artificial a la tierra o para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la agricultura y del trabajo. Por �ltimo, se piensa que si el Estado no subsidia a los artistas, quiere decir que se patrocina la barbarie.

con todas mis fuerzas contra estas inferencias. Muy lejos est� de mi �nimo proponer la abolici�n de la religi�n, la educaci�n, la agricultura, la industria, el trabajo o las artes. Por el contrario, sostenemos que la libertad en todas estas �reas, sin que se opere a costa del fruto del trabajo de otros, fortalecer� el desarrollo arm�nico y el progreso de estas �reas. Nuestros adversarios creen ingenuamente que la actividad que no est� subsidiada ser� abolida. Nosotros creemos lo contrario. Ellos tienen fe en el legislador, no en el ser humano. Nosotros tenemos fe en el ser humano, no en el legislador".

Daniel Villey -en su tiempo profesor de la Universidad de Par�s- escribe en un libro sobre doctrinas econ�micas que "a�n hoy no existe una introducci�n a la econom�a pol�tica que resulte m�s atractiva y f�rtil que la obra de Bastiat [...] Quien fue el papa Le�n XIII, en una carta pastoral (cuando era el cardenal Pecci, en 1877), rindi� tributo al concepto de Bastiat sobre la armon�a de intereses en una sociedad libre".

En momentos en que, como ha dicho Popper, se observan lenguajes oscuros con pretensi�n de cient�ficos, es �til releer autores como Bastiat. Wilhelm R�pke ha escrito que "cuando uno trata de leer una revista econ�mica de nuestros d�as, uno se pregunta si no estar� en realidad leyendo una revista acad�mica de qu�mica o hidr�ulica. Es tiempo de que hagamos un an�lisis cr�tico sobre estos temas. La econom�a no es una ciencia natural: es una ciencia moral y, como tal, se vincula al hombre como un ser espiritual y moral".

Publicado originalmente en El Cato