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La moral compuesta de la sociedad extensa

Por Jos� Carlos Herr�n

Los distintos �mbitos de alteridad deben estudiarse en funci�n de su amplitud, pero siempre de manera inclusiva, ya que el m�s sencillo de todos ellos adquiere su propia consistencia en virtud de los �mbitos que le superan en complejidad.

Publicado: Miércoles, 4/1/2012 - 12:47  | 4332 visitas.

Imagen: Agencias / Internet
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Supongamos que la familia, o las relaciones emocionales, morales, econ�micas y pol�ticas que establecemos con nuestros padres, hermanos y otros parientes, representan el marco social b�sico y de referencia. �Qu� tipo de reglas morales imperan en este �mbito? �Qu� principios y valores hacen posible su perdurabilidad y la apariencia de "armon�a" de intereses? Parece obvio que el altruismo, el com�n inter�s, la obediencia, el respeto reverencial, la entrega emocional, la redistribuci�n de la renta y el car�cter comunitario de bienes y servicios definen a la familia. Estos valores y principios son m�s pr�ximos al instinto que a la raz�n. Precisamente en esa gradaci�n se ubican el resto de reglas que hacen posible la integraci�n del individuo dentro de �mbitos de interacci�n cada vez m�s amplios.

En cuanto a las relaciones de amistad, en funci�n de su intensidad, desdibujan progresivamente el tipo de v�nculo familiar. Aunque permanezca casi intacto el car�cter at�vico y primordial, a medida que el trato se encuadra con mayor intensidad en par�metros sociales que son menos emocionales, la amistad permite que los individuos no supediten directamente sus preferencias y objetivos particulares.

A medida que la amistad queda diluida en otro tipo de interacciones, como las que se tiene con socios, compa�eros de trabajo, proveedores habituales, etc�tera, el individuo abandona casi por completo los sentimientos primarios que hac�an posible su pertenencia ordenada, pac�fica y satisfactoria a una familia, para acabar en una moral social capaz de resolver satisfactoriamente la interacci�n con desconocidos.

La moral que define y posibilita la sociedad extensa tiende a distanciarse del sentimiento at�vico, lo que no implica que pueda racionalizarse por completo hasta el punto de permitir el dise�o inteligente de las reglas que la constituyen.

El fundamento �tico del orden social es coincidente con el que impera en las relaciones �ntimas, si bien la moral que lo envuelve diluye por completo los valores y principios colectivistas que s� dominan en dichas relaciones. Precisamente es ese n�cleo �tico fundamental lo que vertebra y hace posible la integraci�n moral a distintos niveles de proximidad/amplitud y afecto, sin que el �mbito m�s complejo e individualista pierda los rasgos que posibilitan la convivencia pac�fica y ordenada entre desconocidos.

Los conflictos generan soluciones, y son la fuente de las reglas que hacen eficiente y previsible la interacci�n. El car�cter �ntimo y cercano en el �mbito familiar permite que las expectativas cuenten con un punto de complicidad o certidumbre que resulta imposible cuando el v�nculo emocional queda absolutamente diluido. El mutuo reconocimiento, sin embargo, es una constante en toda alteridad ordenada y pac�fica. El individuo define su verdadero �mbito de autonom�a en las relaciones que alcanza fuera del seno familiar, y es ah� donde pone en pr�ctica sus habilidades e incentiva su funci�n empresarial, donde explora posibilidades y agudiza m�s el ingenio. Ser� en este estadio social cuando reglas y principios adquieran la irresistibilidad de la rectitud.

El Derecho aparece como aquel conjunto de reglas generales y abstractas orientadas a la resoluci�n de los conflictos de inter�s que afectan a la integridad, la dignidad, la propiedad o el cumplimiento de los contratos voluntarios. La irresistibilidad se extiende abarcando parcelas adyacentes, incluso absorbiendo algunas reglas estrictamente morales. El Derecho se convierte en un instrumento de ordenaci�n, y los l�mites entre la moral y lo jur�dico se�alan el punto de flexibilidad y adaptabilidad de cierto orden social respecto del continuo cambio que impulsa la expansi�n de conocimiento e informaci�n que es propia de la sociedad extensa.

Las reglas morales que permiten la interacci�n social fuera del n�cleo �ntimo de la tribu son necesariamente distintas a las que resultan aplicables en el entorno familiar o de mayor proximidad emocional. La sociedad extensa se vertebra en torno a unos principios fundamentales que son comunes a todos los niveles de alteridad. A medida que el individuo se aleja del seno familiar, aumenta la complejidad de estas normas as� como el car�cter individualista de las mismas. Cada v�nculo e interacci�n tender� a definir la respuesta m�s eficiente entre los intereses y expectativas en juego. La articulaci�n competitiva y evolutiva de estas reglas contribuye al proceso de institucionalizaci�n. Pese a ello, ni siquiera la apariencia expresa de dichas reglas, por muy l�gica y coherente que resulte, permite su completa sustituci�n por un ordenamiento racional.

De todo lo explicado se derivan varias conclusiones. La moral colectivista del n�cleo m�s �ntimo, tribal o familiar no sirve para ordenar la interacci�n social entre desconocidos. Existen unos principios �ticos individualistas que rigen con distinta intensidad todos los niveles de alteridad, desde el �mbito m�s �ntimo a las relaciones sociales m�s dispersas. Supone un grav�simo error intelectual elevar los rasgos colectivistas de la moral tribal hasta afirmar una �tica que contradice la mera posibilidad de una interacci�n pac�fica y provechosa a un nivel mucho m�s amplio de alteridad. La moral individualista posibilita la extensi�n social. Al mismo tiempo, en los �mbitos m�s �ntimos de interacci�n, pervive la moral colectivista, que coincide con la moral individualista en un n�cleo �tico com�n que hace posible la sociedad abierta.

Publicado originalmente en Juan de Mariana (Espa�a)

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