Por alguna misteriosa raz�n, la �cultura� y los �intelectuales� han convencido a la sociedad de que son moralmente superiores. Desde Daniel Filmus, para intentar �penosamente� ganar una elecci�n, hasta cualquier desprevenido ciudadano parecen tener como una verdad revelada el hecho de que las actividades culturales, intelectuales y art�sticas tienen, por el solo hecho de serlo, una entidad moral de envergadura mayor a las que tiene el comercio, la industria, el campo y cualquier quehacer en el que intervenga el �ngel diab�lico del dinero. Obviamente �y como una consecuencia l�gica� tambi�n se le da un trato social diferente a las personas que se dedican a unas y otras actividades. Los intelectuales, los artistas y la �gente de la cultura� son intocables, especies de t�tems sociales a los que nada puede dec�rseles: est�n protegidos por una coraza de preconceptos favorables.
En la otra vereda, los comerciantes, los industriales, los productores agropecuarios y todos los que hayan osado admitir que se dedican a una actividad en donde se transan bienes y servicios son considerados como una especie de mal necesario, como una raza a la que hay que soportar porque no queda otro remedio.
�De d�nde sale la estramb�tica convicci�n de que Jorge Marrale, Florencia Pe�a, Mart�n Caparr�s o Marta Minujin valen m�s que Gregorio P�rez Companc, Eduardo Costantini o que cientos de miles de peque�os y medianos empresarios que se levantan cada ma�ana con la ilusi�n de crear, de progresar, de inventar y de dise�ar un mundo mejor, m�s confortable, m�s f�cil y m�s al servicio de la gente com�n?
Resulta francamente chocante la altaner�a y la soberbia que se esconde detr�s de este mensaje culturoso que, parad�jicamente, se dirige a la gente queri�ndola convencer de que los que realmente �est�n con ella� son los �hombres de la cultura�. �Qui�n, pregunto yo, defiende mejor al hombre com�n? �El que inventa una plancha para que la se�ora gaste menos tiempo planchando o el artista que alcanza el cl�max interpretando a Shakespeare?
Probablemente ambos satisfagan necesidades dis�miles, tan plausibles unas como las otras. Pero, condenar con desd�n a los que producen para elevar a un pedestal intocable a los que seguramente disfrutan de sus invenciones, de los productos de sus desvelos y de los avances generados por su genio creador, es un desprop�sito.
�C�mo se har�a el teatro sin la tecnolog�a que lo hace posible? Hasta sus insofisticadas tarimas de madera son el producto de una actividad transaccional. �C�mo se grabar�a la m�sica sin la tecnolog�a ideada y puesta en el mercado (con perd�n de la palabra) por empresarios (con perd�n de la palabra) que, claro est�, no cultivan �los altos valores de la cultura�? �De qu� viven los artistas y los intelectuales sino poniendo (por dinero) sus obras a disposici�n del mercado? (Perd�n por la insistencia en el uso de palabrotas.)
Este mundo pseudointelectual, profundamente impr�ctico, que se ver�a en apuros hasta para cambiar una bombita en la cocina de la casa, ha ganado una ascendencia inmerecida. Parte de dar por descontadas las cosas de las que disfruta, olvidando la inventiva, el capital, el trabajo y los sue�os que las han creado. Se dirige a grabar su disco, pero desde�a a Sony Corporation; escribe en su procesador de textos, aunque posiblemente considere a Bill Gates un angurriento capitalista; usa ropas de Armani, s�lo que sin tener la menor idea de c�mo la materia prima se convirti� en blusa.
Esta raza peculiar que se envuelve a s� misma en un manto de romanticismo �pico e in�til cargado de una impracticidad supina y que desconoce los m�s elementales rudimentos acerca de c�mo resolver un problema tiene, sin embargo, la suficiente altaner�a como para subirse a una imaginaria torre y, desde all�, darnos lecciones de una pretendida superioridad que ni es verdadera ni, si lo fuera, sirve para terminar con los problemas cotidianos que aquejan a la gente com�n. �Con qu� derecho estos ignorantes de los secretos m�s sencillos del hacer se arrogan la autoridad de ser mejores que la gente que trabaja tomando decisiones, resolviendo problemas, haciendo de este mundo un lugar m�s confortable para vivir?
Esta aura intelectuosa de la Argentina francamente exaspera. Quienes deben enfrentarse a la soluci�n pr�ctica de situaciones encontradas deben aguantar que una sarta de inoperantes, que creen que los bienes se producen por generaci�n espont�nea, les den lecciones de vida desde una soberbia insoportable que ni siquiera puede explicarse por los aportes �tiles que le han hecho a la sociedad.
Todos debemos entregar nuestro conjunto �nico de valores al Universo. Ese haz de particularidades es valioso de por s�, independientemente de la inclinaci�n que tenga. Presumir la superioridad moral de lo intelectual sobre lo pr�ctico y de la cultura sobre el comercio, la industria o la producci�n es un acto de ignorancia propio de los que creen que un pa�s podr�a ser culto y educado en medio del atraso, la miseria y la escasez.
Publicado originalmente en Econom�a para Todos (Argentina)