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El �lgebra de Baldor

Por: Ricardo R�os Torres

�Qui�n no estudi� el �lgebra de Baldor?Muchos latinoamericanos de distintas generaciones han utilizado por lo menos uno de los famosos libros de matem�ticas de Baldor.

Publicado: Miércoles, 1/8/2007 - 18:9  | 9735 visitas.

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Este es un relato de la vida de este profesor de toda la Am�rica y de todos los tiempos. Baldor, cuyo nombre es inmediatamente relacionado con su principal libro, ha sido quiz�s el que m�s pasi�n ha despertado en los estudiantes de la secundaria y de bachillerato de toda Latinoam�rica.

No naci� en Bagdad como hasta hoy pens�bamos muchos. Naci� en La Habana, Cuba, y su problema m�s dif�cil no fue una operaci�n matem�tica, sino la revoluci�n de Fidel Castro. Esa fue la �nica ecuaci�n inconclusa del creador del �lgebra de Baldor, Aurelio �ngel Baldor (1906-1978).

Un apacible abogado y matem�tico que se encerraba durante largas jornadas en su habitaci�n, armado s�lo de l�piz y papel, para escribir un texto que desde 1941 apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoam�rica.

El �lgebra de Baldor es el libro m�s consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia; lo es a�n m�s que El Quijote de la Mancha.

Tenebroso para algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus �miscel�neas� a altas horas de la madrugada, es por lo dem�s un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor no es el �rabe que observa con desd�n calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa �valle de oro� y que viaj� desde B�lgica hasta Cuba sin tocar la tierra de Scherezada.

Daniel Baldor quien reside actualmente en Miami y es el tercero de los siete hijos del c�lebre matem�tico, es inversionista, consultor, hombre de finanzas y adem�s quien vivi� directamente el drama que se ensa�� con su familia en los d�as de la revoluci�n de Fidel Castro junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana que los acompa�� durante m�s de cincuenta a�os.

�l nos narra una s�ntesis de esa historia. �Aurelio Baldor (mi padre) era el educador m�s importante de la isla cubana durante los a�os cuarenta y cincuenta.

Era fundador y director del Colegio Baldor, una instituci�n que ten�a 3 mil 500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del Vedado.

�Fue un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la ense�anza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y se pasaba el d�a ideando acertijos matem�ticos y juegos con n�meros�, recuerda Daniel, y evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco cent�metros por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Mart� y con su �lgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio �rabe intimidante, luc�a una sobria car�tula roja.

Los Baldor viv�an en las playas de Tarar� en una casa grande y lujosa donde las puestas de sol se desped�an con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matem�ticos y a fumar, la �nica pasi�n que lo distra�a por instantes de los n�meros y las ecuaciones.

La casa a�n existe y la administra el Estado totalitario cubano. Hoy hace parte de una villa tur�stica para extranjeros que pagan cerca de dos mil d�lares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el �Che� Guevara, quien viv�a a pocas casas de la suya en el mismo barrio.

�Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia�, afirma Daniel.

�Cada d�a rez�bamos el rosario y todos los domingos, sin falta, �bamos a misa de seis, una costumbre que no se perdi� ni siquiera despu�s en el exilio�. Eran los d�as de riqueza y filantrop�a, d�as en que los Baldor ocupaban una posici�n privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda econ�mica para los enfermos de c�ncer.

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revoluci�n al director del colegio.

�Fidel fue a decirle a mi padre que la revoluci�n estaba con la educaci�n y que le agradec�a su valiosa labor de maestro..., pero ya estaba planeando otra cosa�, recuerda Daniel.

Los planes tendr�a que ejecutarlos Ra�l Castro, hermano del l�der del nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envi� a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo.

Solo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defend�a con devoci�n de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salv� de ir a prisi�n. Pero apenas un mes despu�s la familia Baldor se qued� sin protecci�n, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camag�ey y La Habana, desapareci� en medio de un mar furioso que se lo trag� para siempre.

�Nos vamos de vacaciones para M�xico�, nos dijo mi pap�. Nos reuni� a todos, y como si se tratara de una clase de geometr�a nos explic� con precisi�n milim�trica c�mo ten�amos que prepararnos.

�Era el 19 de julio de 1960 y �l estaba m�s sombr�o que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy anal�tico, de una fachada estricta, dur�sima, pero ese d�a algo misterioso en su mirada nos dec�a que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo�, dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviaci�n los dej� en la capital azteca. La respiraci�n de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jam�s regresar�a a su isla y que morir�a lejos, en el exilio.

El profesor, adem�s del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en matem�ticas y jam�s se equivocaba en las cuentas, as� que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzar�a apenas para algunos meses. Part�a acompa�ado de una pobreza monacal que ya sus libros no podr�an resolver, pues 12 a�os atr�s hab�a vendido los derechos de su �lgebra y su aritm�tica a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y hab�a invertido el dinero que obtuvo de ello en su escuela y en su pa�s.

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 d�as en M�xico y despu�s se trasladaron hasta Nueva Orleans, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregaci�n racial.

Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no ten�an problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata cubana, ten�a que separarse de ellos si sub�an a un bus o llegaban a un lugar p�blico.

Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de Jos� Mart�, no soport� el trato y decidi� llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consigui� alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorrique�os, italianos, jud�os y por toda la melancol�a de la pobreza.

El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufri� aun m�s por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que percib�a desde la �nica ventana del segundo piso. La aristocr�tica familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda Am�rica a su hermosa casa de las playas de Tarar� estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalizaci�n del Colegio Baldor y la expropiaci�n de la casa del director, que sirvi� durante a�os como escuela revolucionaria para formar a los c�lebres �pioneros�.

La suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Espa�ol y en �l estudian 500 estudiantes pertenecientes a la Uni�n Europea.

Ning�n ni�o nacido en Cuba puede pisar la escuela que Baldor construy� para sus compatriotas.

Aurelio Baldor trat� en vano de recuperar su vida. Fue a clases de ingl�s junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una c�tedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey.

Se esforz� para terminar la educaci�n de sus hijos y cada uno encontr� la profesi�n con que so�aba: uno profesor de literatura, dos ingenieros, uno inversionista, dos administradores y una secretaria.

Ninguno sigui� el camino de las matem�ticas, aunque todos continuaron aceptando los desaf�os mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los d�as.

Con los a�os, Baldor se hab�a forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y hab�a dejado atr�s las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivi� su retiro acompa�ado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 a�os y recuerda a su marido como el hombre m�s valiente de todos cuantos nacieron en el planeta.

Baldor jam�s recuper� sus fant�sticos cien kilos de peso y se encorv� poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre s�. El exilio le supo a jugo de pi�a verde. �Mi padre se muri� con la esperanza de volver�, asegura su hijo Daniel.

El autor del �lgebra de Baldor se fum� su �ltimo cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la ma�ana siguiente cerr� los ojos, murmur� la palabra Cuba por �ltima vez y se durmi� para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los m�dicos, hab�a terminado con su salud. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabr�n que a Aurelio Baldor lo mataron �la nostalgia y el destierro�.

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