A simple vista, uno puede pensar que todas las ecolog�as son iguales. En ellas se busca conocer a fondo las distintas relaciones que existen entre los seres vivos y el ambiente que los rodea. Pero en seguida notamos diferencias profundas.
Intentemos presentar, entre otros que podr�an ser mencionados, tres modelos distintos de ecolog�a.
El primer modelo se limita simplemente a analizar c�mo est�n las cosas y qu� cambios se est�n produciendo, sin decir nada sobre si es bueno o es malo lo que ocurre. Es una ecolog�a �neutra�. Si un volc�n quem� miles de �rboles e hizo que muriesen ardillas, jabal�es y coyotes, constatar� el hecho, sin mayores problemas. Ocurri� esto y basta. Lo mismo se aplica a la contaminaci�n: los hombres crean f�bricas que contaminan, y los animales (no s�lo los animales, sino tambi�n muchos hombres) mueren por culpa de los gases t�xicos. �Es esto algo bueno o malo? La ecolog�a neutra no se pronuncia ni quiere pronunciarse sobre esto: describe y basta.
El segundo y tercer modelo se parecen, pues creen que se puede distinguir entre cambios buenos y cambios malos. Se diferencian, sin embargo, a la hora de determinar cu�les cambios ecol�gicos sean buenos, cu�les malos, y por qu�. El segundo modelo toma como punto de referencia una situaci�n ideal, en la que ser�a bueno que todos los organismos pudiesen convivir con un cierto equilibrio, sin realizar entre las especies animales y vegetales ninguna discriminaci�n. As�, consideran que el clima de los �ltimos siglos, sus glaciares y desiertos, las especies animales y vegetales que han dominado en amplias llanuras o en selvas ecuatoriales, son algo bueno en s�, que habr�a que conservar. Algunos de estos ecologistas ven, como principal enemigo de este equilibrio ecol�gico, al ser humano (no a todos), en cuanto que ha creado industrias y sistemas de vida que han destruido millones de hect�reas de bosques, han contaminado r�os y mares, y han terminado con la vida de un n�mero incontable de animales y plantas. Algunas especies, incluso, se han extinguido para siempre.
Seg�n el criterio de bien que se escoge en este modelo, habr�a que tomar soluciones profundas, aunque nos puedan resultar dolorosas: disminuir el nivel de vida de los ricos, impedir a los pobres que copien los malos ejemplos de los pa�ses industrializados, controlar la natalidad. Habr�a que conseguir, por ejemplo, la eliminaci�n radical de los coches de combusti�n; o volver al sistema de cultivos naturales sin el uso de fertilizantes (aunque baje la producci�n: ya luego veremos c�mo dar de comer a todos los hombres que piden alimento...). No falta quien dice que ser�a bueno disminuir el n�mero de seres humanos del planeta, para conseguir as� un equilibrio ecol�gico idealizado. Los caminos para esta disminuci�n pueden ser muchos: desde la esterilizaci�n de millones de mujeres (a veces incluso por medio de enga�os o de presiones de todo tipo) hasta el aborto promovido como medio de control natal. Dentro de esta perspectiva hay quien ha llegado a decir que el ser humano es como un tumor o un c�ncer que est� da�ando a la tierra. Quien afirma esto sabe cu�l es la �soluci�n�: los tumores se curan elimin�ndolos...
El tercer tipo de ecolog�a tambi�n habla de un �bien� y un �mal� a la hora de valorar cada ecosistema, pero establece el criterio de lo que se debe hacer o evitar no en funci�n del equilibrio en s�, sino en funci�n del ser humano. Es una ecolog�a de tipo human�stico. Es bueno cuidar el agua, el aire, la temperatura o la belleza de los bosques, y es bueno porque todo ello hace m�s hermosa y m�s digna la vida de los hombres. De los de hoy, de los que ya est�n viniendo (esos millones de embarazos que se producen cada mes), y de los que vendr�n. El hombre, en esta perspectiva, no es el malo del planeta, ni un �c�ncer�. No hay que promover la esterilizaci�n ni el aborto ni c�maras de gas para eliminar a los hombres que �sobran� o para impedir que puedan nacer m�s. El hombre es el que administra un tesoro, un sistema de vida y de muerte, que nunca acaba de controlar del todo, y que debe respetar, si quiere sobrevivir y si quiere hacer m�s amable la existencia de todos los dem�s seres humanos y otras formas de vida que alegran y embellecen nuestros bosques y praderas. El hombre, que en s� no es malo, puede serlo si vive de modo irresponsable y arbitrario, si da�a de modo indiscriminado el ambiente o destruye a los animales y las plantas por puro capricho ego�sta.
Es cierto (primer modelo) que el equilibrio actual no es est�tico, y que basta un volc�n o un meteorito para que empiece a llover en el Sahara y se seque la selva del Amazonas. Pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados: podemos hacer algo (tal vez mucho) para controlar la contaminaci�n de las ciudades, para defender los bosques de los incendios o las monta�as de la erosi�n por falta de �rboles. Es cierto tambi�n (segundo modelo) que algunos hombres han abusado de los bienes de la tierra y han destrozado un equilibrio que era bastante bueno, aunque no perfecto. Pero la culpa de esos hombres (muchos o pocos, no importa) no puede ser nunca motivo para acusar a todo el g�nero humano como si fuese el �animal malo� del planeta. Adem�s, la idealizaci�n de un modelo ecol�gico no podr� justificar nunca el que unos nuevos poderosos, en nombre del ecologismo internacional, quieran eliminar a otros o controlar de modo salvaje e inhumano su fertilidad o su misma existencia.
Pero lo m�s cierto (tercer modelo) es que la ecolog�a verdadera debe ser humanista: debe defender el valor de todos y de cada uno de los seres humanos, o no podr� ofrecer criterios justos para custodiar el patrimonio terr�queo de todos. S�lo por amor al hombre protegeremos y conservaremos las riquezas de un planeta que, gracias al trabajo y al ingenio de millones de hombres que han vivido antes que nosotros, nos han permitido nacer, ser curados y alimentados. Gracias a sus conquistas y progresos podemos hoy disfrutar de la salida del sol, del canto de un jilguero y, lo que es m�s hermoso todav�a, de los ojos de un ni�o que miran al futuro y piden un poco de amor y de esperanza.
La ecolog�a no puede no ser human�stica. Necesita conocer y amar al hombre, a cada hombre. De este modo podremos proteger e, incluso, mejorar, algunos ecosistemas en los que se desarrolla nuestra vida terrena, y en la que vivir�n, si as� lo quiere Dios y lo permiten los hombres, las generaciones que vendr�n en los siglos futuros.
Publicado originalmente en Catholic.Net