No todos reaccionamos de igual manera ante el dolor. Un hecho traum�tico puede dejar secuelas de por vida en unos mientras a otros los fortalece y los hace madurar como individuos. Esa diferencia de reacciones llega a darse incluso en una misma persona, tan pronto sumida en la postraci�n a causa de un acontecimiento adverso como en otras circunstancias capaz de superar tragedias de mayor gravedad con entereza y buen �nimo. Aunque tendemos a asociar el tama�o de la herida con la intensidad del suceso que la ha causado, la vulnerabilidad var�a en funci�n de muy diversos factores que van desde el temperamento hasta la fortaleza afectiva y desde el amparo social hasta los recursos psicol�gicos de cada uno.
La aptitud para afrontar los acontecimientos vitales dolorosos y sobreponerse a las situaciones de fuerte vapuleo emocional es lo que se conoce como resiliencia. El t�rmino "resiliencia" est� tomado de la f�sica, donde se emplea para expresar la capacidad de determinados materiales de volver a su forma original despu�s de haber sido manipulados o sometidos a choques y altas presiones. De forma an�loga, la resiliencia en psicolog�a se refiere no s�lo a la resistencia a un trauma -lo que en lenguaje com�n llamar�amos fortaleza, resignaci�n o coraje- sino tambi�n a la asimilaci�n del proceso con madurez, sin que provoque deterioros en el individuo. Eso no significa la eliminaci�n del sufrimiento ni de sus efectos inmediatos; el resiliente es aquel que consigue sobreponerse, pero no el que se rodea de mecanismos de protecci�n, escapismo y autoenga�o para no afrontar la realidad y as� eludir cualquier clase de padecimiento.
Resistencia
Aunque el concepto de resiliencia ha ingresado en la psicolog�a pr�cticamente en el siglo XXI, ya en a�os anteriores se dieron a conocer varios estudios que conducir�an hasta �l. Uno de ellos, efectuado en Hawai por Emmy Werner y Ruth Smith, sirvi� para derribar muchos de los mitos deterministas en vigor sobre las inevitables consecuencias negativas de una infancia desgraciada. Werner y Smith observaron a lo largo de treinta a�os la evoluci�n de cerca de 700 ni�os nacidos en condiciones miserables. Al cabo del tiempo, el 80% de ellos se hab�a desarrollado como gente responsable, competente y equilibrada cuando no totalmente feliz. Otros estudios posteriores ofrecieron conclusiones similares respecto a supervivientes de cat�strofes, heridos en atentados, familiares de fallecidos en accidentes, enfermos de c�ncer o v�ctimas de abusos y maltratos. Frente a la creencia com�n de que estaban condenados a cargar para siempre con el lastre del trastorno, se comprob� que en un n�mero muy elevado de casos hab�an sacado alg�n beneficio espiritual, emocional o intelectual en su maduraci�n. Unos se hab�an vuelto m�s tolerantes y comprensivos; otros hab�an aprendido a valorar las cosas peque�as y a no desperdiciar los buenos momentos de la vida; otros, en fin, se hab�an fortalecido frente a las adversidades y no conced�an importancia m�s que a lo verdaderamente importante.
�Hay que sufrir para ser feliz� afirma Boris Cyrulnik, uno de los principales especialistas en la materia ("La maravilla del dolor", ed. Granica, 2000; "De carne y alma", ed. Gedisa, 2006), exagerando tal vez sus planteamientos para hacer comprender la importancia de la resiliencia. Para Cyrulnik, tanto la psicolog�a como los discursos culturales imperantes plantean consideraciones negativistas sobre el doliente que impiden a �ste superar su condici�n. Se dir�a que a las v�ctimas no se les deja otra opci�n que la de redondear la tarea del agresor o del destino. Nos fijamos m�s en los que caen que en los que se levantan, cosa que nos honra desde el punto de vista de nuestra capacidad de compasi�n, pero que no ayuda nada a superar los traumas. Nuestra �cultura de la victimolog�a� estigmatiza en cierto modo a quienes se manejan con resiliencia. Mucha gente sigue creyendo que la �nica respuesta posible -y moral- a la desgracia es otra desgracia, y no concibe que se pueda hablar de "beneficios" despu�s de un trauma. Por eso miramos con malos ojos a los viudos y viudas que tratan de reconstruir su vida con otra pareja o a los enfermos que no se quejan amargamente. Algo raro les est� pasando, nos decimos para nuestros adentros. O una de dos: o no saben estar a la altura de las circunstancias -y aqu� altura es lo mismo que abatimiento absoluto- o no son conscientes de sus desgracias y, por tanto, tarde o temprano acabar�n cayendo en una depresi�n m�s profunda.
Pero siempre habr� quien se comporte como canta el D�o Din�mico en "Resistir�" (una exhortaci�n musical a la resiliencia "avant la page"): �Aunque los vientos de la vida soplen fuerte / soy como el junco que se dobla / pero siempre sigue en pie�. Aunque en la moneda salga cruz, quiz� somos menos fr�giles de lo que cre�amos (y de lo que se empe�a en sostener la psicolog�a patog�nica que s�lo se fija en las flaquezas y no en las potencialidades del ser humano) y estamos gen�ticamente programados para hacer bueno el dicho de �no hay mal que por bien no venga�.
Incalculable
La capacidad humana de resistencia es incalculable, como lo han demostrado tantos y tantos seres sometidos a experiencias extremas. No por ello hay que concluir que la mejor educaci�n ser� aquella que fomenta los miedos, el sufrimiento y el castigo de �la letra con sangre entra�. El hecho de que el dolor bien asimilado pueda ser fuente de crecimiento personal no invalida la pedagog�a basada en el afecto, la seguridad, la alegr�a y el placer. Pero, dado que las tragedias existen y existir�n sin que podamos hacer nada por evitarlo, �por qu� no tratar de aprovecharse de ellas en vez de permitir que nos hundan para siempre?.
Publicado originalmente en Hoy (Espa�a)