La desintegración de la filosofía en el siglo XIX, y su colapso en el XX, produjeron un proceso semejante, aunque más lento y menos visible, en el desarrollo de la ciencia moderna. La mejor prueba de esto puede verse en algunas ciencias relativamente jóvenes, como la psicología y la economía política. En la psicología podemos observar el intento de estudiar la conducta humana sin hacer una referencia al hecho de que el hombre es un ser consciente. En economía podemos observar el intento de estudiar y formular sistemas sociales sin hacer referencia al hombre.
Los economistas definen su ciencia como el estudio de la dirección o la gerencia o la organización o la manipulación de los «recursos» de una «comunidad» o de una nación. No se define la naturaleza de estos «recursos»; se da por establecida su propiedad comunal y se entiende que el propósito de la economía política consiste en estudiar cómo utilizar estos recursos para el «bien común».
El hecho de que el principal «recurso» de que se está queriendo disponer es el hombre mismo, que es una entidad de naturaleza específica con capacidades y necesidades, recibe, si acaso, la más superficial atención. Se considera al hombre simplemente como uno de los factores de la producción, al igual que la tierra, los bosques o las minas, y hasta como uno de los factores menos importantes, puesto que se dedica mayor atención a la influencia y a la calidad de estos recursos del que se concede a la función o a la calidad del hombre.
La economía política es, en efecto, una ciencia que arranca a medio camino. Observa que los hombres producen y trafican, y da por supuesto que siempre lo han hecho, dado que no requiere mayores consideraciones y se entrega al estudio del problema de cómo descubrir el mejor modo de que la comunidad disponga del esfuerzo humano.
Hay varias razones para esta consideración tribal del hombre. Una es la moral del altruismo; otra, es el predominio creciente del estatismo político entre los intelectuales del siglo XIX. Psicológicamente, la principal razón ha sido la dicotomía alma-cuerpo, que ha penetrado y saturado la cultura europea. La producción de bienes materiales fue considerada como una tarea degradante de orden inferior, impropia del hombre de intelecto, una tarea asignada a los esclavos o a los siervos desde el principio de la historia. La institución de la esclavitud duró, en una u otra forma, hasta bien entrado el siglo XIX, y sólo fue abolida políticamente por el advenimiento del capitalismo; fue abolida política, pero no intelectualmente.