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El problema de la �tica marxista

Por Berta Garc�a Faet

La �tica marxista, o bien se construye en base a una idea no neutral (una condici�n sine qua non para lo �tico es que sea marxista), o bien invoca una supuesta validez intersubjetiva que, en la pr�ctica, nunca se ha conseguido, ni siquiera con respecto a los derechos humanos.

Publicado: Miércoles, 17/9/2008 - 12:3  | 7103 visitas.

Prisioneros de un campo de concentraci�n sovi�tico. �Cu�l �tica marxista?
Prisioneros de un campo de concentraci�n sovi�tico. �Cu�l �tica marxista?
Imagen: Agencias / Internet
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La �tica marxista, al contrario que las teor�as econ�micas y sociol�gicas marxistas, a�n no ha sido refutada de forma inequ�voca. A pesar de que las teor�as liberales, concretamente las propuestas �ticas de la Escuela Austr�aca, han ido renov�ndose y sofistic�ndose, no se ha producido la necesaria confrontaci�n e interpelaci�n entre las dos cosmovisiones hist�ricamente antag�nicas �si comparamos las respectivas literaturas, nos da la sensaci�n de que est�n tratando problemas completamente distintos� y, por el momento, la �tica marxista se ha erigido como la �nica soluci�n posible al reto que supone para la �tica la explosi�n de las particularidades. No es un reto balad�, y en �l est� en juego la validez de varias construcciones filos�ficas. Pero como veremos, la que hoy nos ocupa adolece de una falta de realismo apabullante que hace imposible que pueda considerarse como la soluci�n definitiva. Incluso hace imposible que pueda considerarse siquiera como una soluci�n.

Para una primera aproximaci�n, vamos a centrarnos en dos autores paradigm�ticos, Ernst Bloch, el utopista por excelencia del siglo XX, y J�rgen Habermas, el autor m�s conocido de la Escuela de Frankfurt; voy a ajustarme a sus respectivos textos �Puede frustrarse la esperanza? y �tica discursiva, por parecerme ambos un buen resumen de la postura marxista (aunque sobra decir que esto es una simplificaci�n: hay muchas variantes) y, sobre todo, porque as� tambi�n lo consider� el profesor Carlos G�mez S�nchez en su muy recomendable antolog�a.

La tesis de Bloch, etiquetado como "optimista militante", es la siguiente: la utop�a (identificada como la sociedad sin clases, sin alienaci�n, esto es, con la "emancipaci�n") no ha de ser un t�rmino peyorativo; al contrario, puede y tiene que revalorizarse, porque es factible: seg�n sus propias palabras, [la utop�a en el mundo] "se halla confirmada y como en casa". Para ello es necesario evolucionar de la simple espera (el desarrollo espont�neo e inevitable de las contradicciones del capitalismo) a la espera activa (el est�mulo del sujeto revolucionario, es decir, la acci�n del "h�roe rojo"), y en esto consistir�a precisamente la acci�n �tica.

Lo curioso de este texto �m�s all� de su ingenuidad� es que Bloch habla de la esperanza en un sentido gen�rico, sin atender a la posibilidad real de la propuesta concreta que propone. Por una parte, enuncia la sociedad sin alienaci�n como una meta objetiva, en teor�a aceptada por todos (y, en consecuencia, todo fin diferente a ese fin no puede ser �tico); por otra parte, la postula como una utop�a respecto a la cual la esperanza es oportuna, y esto lo sostiene sin analizar en ning�n momento su validez, como si su supuesta deseabilidad universal fuera suficiente.

S�lo en un punto Bloch apela directamente al fracaso del marxismo, seg�n mi interpretaci�n, pero obviamente sin admitir sus carencias: "Era el poder �ltimamente indicado de una utop�a fundada, en cuanto imposibilidad de desfallecer, frustable de muy distinto modo, a saber: en el producto."

Esto, que parece una l�cida admisi�n de que la realidad frustra el marxismo, enseguida se aclara como la t�pica excusa que llevamos d�cadas escuchando: "de ello forma parte el modelo original del asunto, tan desagradable a sus pervertidores o desacertados gestores". Lo de siempre: que el comunismo no se aplic� nunca bien, bien sea por maldad o por incompetencia de los que deb�an implementarlo.

Muchas veces nos preguntamos c�mo a la luz de las evidencias hist�ricas y de la teor�a econ�mica, hoy en d�a sigue defendi�ndose la aplicaci�n del marxismo: �es que nadie ha le�do a Ludwig von Mises? �Es que nadie ha estudiado la Historia de la URSS? En el caso de la Escuela de Frankfurt, el enigma no debe quitarnos el sue�o, porque el caso es que expl�citamente rechazan y relativizan la importancia de la raz�n como herramienta para comprender el mundo. Por lo tanto, el entendimiento con ellos es dif�cil: ni siquiera utilizamos los mismos criterios para localizar lo correcto y lo verdadero. Es una manera escurridiza, extravagante y probablemente cobarde, de bloquear cualquier refutaci�n.

La Escuela de Frankfurt se ha encargado de teorizar la idea de que la raz�n a la que Occidente conf�a el progreso y la ciencia no es m�s que un prejuicio etnocentrista; o, por lo menos, que la raz�n no explica lo que importa. As�, seg�n esta Escuela, la raz�n t�cnica o instrumental �que caracterizar�a al capitalismo� lo �nico que hace es retrasar indefinidamente la "emancipaci�n" del ser humano. Y, seg�n Habermas, es necesario que el "inter�s t�cnico", estrat�gico, se vea complementado por un "inter�s pr�ctico", de interacci�n comunicativa, y por un "inter�s emancipatorio". En esto se basa su "�tica discursiva": el criterio para decidir qu� es lo correcto es el criterio de lo que triunfe en la discusi�n. 

En la discusi�n por supuesto que se utilizan argumentos racionales, pero no es la racionalidad per se lo que triunfa: en t�rminos schopenhauerianos, lo que importa no es "tener raz�n" sino "llevar raz�n". En palabras del propio Habermas, "con la pr�ctica argumentativa se pone en marcha una competici�n cooperativa a la b�squeda de los mejores argumentos (...) Por tanto la aceptabilidad racional de una emisi�n reposa en �ltimo t�rmino en razones conectadas con determinadas propiedades del mismo proceso de argumentaci�n".

La �tica habermasiana es kantiana en el sentido de que presupone la autonom�a del individuo y la universalidad de los juicios. Pero si precisamente estamos intentando resolver el problema de c�mo regular la convivencia de sujetos con morales completamente diferentes, �c�mo puede apelar a la universalidad? Sin duda, es un argumento curioso (comp�rese con el argumento mucho m�s realista de la Escuela Austr�aca de la subjetividad): "solamente pueden pretender ser v�lidas las normas que en discursos pr�cticos podr�an suscitar la aprobaci�n de todos los interesados".

Es normal que este argumento nos recuerde al de la "razonabilidad" de John Rawls, que sosten�a que hay que "ejercer los fines propios a la luz de los fines moralmente justificados de los otros". Y tambi�n es normal que nos repugne: puede desembocar en que quienes fijen las normas sean los que mejor sepan cautivar al p�blico con triqui�uelas ret�ricas o, peor, en que quienes fijen las normas sean, simplemente, la mayor�a. Es el entierro de la persona, la subordinaci�n de la voluntad independiente, minoritaria o extra�a. El argumento del bien com�n es el m�s hipnotizador pero tambi�n el m�s deshonesto; debemos recordar que lo �nico que hacen los que claman por ese inasible bien com�n es extrapolar sus propios intereses o necesidades subjetivas al conjunto.

En conclusi�n, la �tica marxista, o bien se construye en base a una idea no neutral (una condici�n sine qua non para lo �tico es que sea marxista), o bien invoca una supuesta validez intersubjetiva que, en la pr�ctica, nunca se ha conseguido, ni siquiera con respecto a los derechos humanos.

La realidad nos muestra que, ante la pluralidad, ante la diversidad, ante la variedad lo �nico que vale es la libertad de elegir. El que conf�e en unos supuestos m�nimos comunes impl�citos, el que conf�e en el acuerdo sustantivo entre ideolog�as, morales, modos de vida, religiones, civilizaciones, gustos, bien puede esperar sentado. Y esa es una manera de no afrontar el problema clave del siglo XXI. Pensemos en los conflictos que vienen surgiendo en Europa a ra�z del uso o la prohibici�n del velo musulm�n: dos formas de ver el mundo se enfrentan, sin remedio y sin punto en com�n, cara a cara en un mismo espacio. No hay di�logo ni deliberaci�n que valga, a no ser que alguien ceda: la �nica soluci�n reside en aceptar la autonom�a absoluta de cada individuo.

Publicado originalmente en Instituto Juan de Mariana (Espa�a)

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