Los laureados adalides contra el cambio clim�tico, Al Gore y el presidente del IPCC Rajendra Pachauri, lideran un movimiento que ha empujado a las naciones de la Tierra contra un enemigo com�n, conocido por dos letras y un n�mero, cuatro enlaces qu�micos ligando solidariamente dos �tomos de ox�geno a uno de carbono: di�xido de carbono, o CO2.
Hoy, s�lo los m�s recalcitrantes niegan que la actividad humana altere los grandes ciclos geoclim�ticos y que el principal agente de esta interferencia sea el CO2, aunque se siga debatiendo el alcance del problema y su importancia relativa frente a otras lacras que aquejan al planeta.
En cambio, lo que llegar� de sorpresa para muchos es que, si a algo deben su existencia las criaturas terrestres es, entre un pu�ado de factores, al denostado CO2.
Este gas no es un residuo qu�mico industrial, como suger�an algunos diputados interrogados al asalto en un reciente programa televisivo, sino el producto principal de la respiraci�n.
Al respirar, los organismos consumen ox�geno libre de la atm�sfera y lo devuelven en forma de CO2. Lo que ocurre entre ambos momentos es el nudo del metabolismo; la mitocondria, central energ�tica de las c�lulas, gasta ox�geno para producir ATP, mol�cula que act�a como divisa com�n de energ�a y que las c�lulas emplean para quemar su combustible b�sico, la glucosa.
La combusti�n biol�gica es una oxidaci�n de compuestos de carbono que libera agua y CO2. La primera se recicla como disolvente universal de las reacciones bioqu�micas. Y si el segundo no aumenta exponencialmente en el planeta es gracias a que las plantas, mediante la fotos�ntesis activada por la luz solar, revierten el CO2 a ox�geno molecular. Este ciclo se repite millones de veces cada segundo desde hace millones de a�os.
Pero la funci�n del di�xido de carbono como actor esencial en la maquinaria biol�gica se apoya en otro ciclo, el geol�gico, que mantiene vivo el pulso del planeta y donde el CO2 es tambi�n factor primordial.
Este gas emerge a la superficie desde los volcanes y se acumula en la atm�sfera, causando un efecto cuyo nombre es hoy muy popular: invernadero. Los cient�ficos afirman que, sin el CO2, la Tierra ser�a una enorme bola de hielo sin esperanzas de vida compleja. Gracias a esta manta gaseosa existen la evaporaci�n y la lluvia; �sta erosiona los minerales, algunos de los cuales contienen carbono, que se drena a los mares y regresa al interior de la Tierra para reiniciar el ciclo.
El 30 de noviembre, cient�ficos brit�nicos subrayaban que este termostato terr�queo fue providencial entre 840 y 635 millones de a�os atr�s, cuando la Tierra estuvo a punto de convertirse en una bola de nieve; s�lo el CO2, dicen en Nature Geoscience, mantuvo l�quidos los oc�anos ecuatoriales y, en ellos, la vida incipiente.
Cuesti�n de vida o muerte
En 1993, el cient�fico de la Universidad de Pensilvania (EEUU) James Kasting compar� la Tierra con sus planetas vecinos para estimar la deuda de los terr�colas con el CO2.
Seg�n Kasting, la Tierra mantendr�a agua l�quida si se alejara del Sol hasta un 70% m�s de su distancia real. Lo curioso es que Marte s�lo est�, como media, un 50% m�s lejos del Sol que la Tierra. �Por qu� en Marte s�lo hay hielo? La respuesta: el CO2, muy escaso en el planeta rojo. Marte est� geol�gicamente muerto y, que se sepa, biol�gicamente muerto.
Por supuesto, todo ello dentro de un orden; en el otro plato de la balanza est� el t�rrido planeta Venus, con una atm�sfera de CO2 90 veces m�s densa que la terrestre.
Pese a todo, los equilibrios planetarios tienden a ser obstinados. Siempre, claro, teniendo en cuenta que el ser humano no es m�s que otra contingencia provisional en la larga historia de la Tierra.
Publicao originalmente en P�blico (Espa�a)