Lo que tuvimos fue intervencionismo y mercantilismo: la econom�a estatista a favor de los privilegiados en la cual el gobierno reparte las golosinas entre los miembros de su club. Una econom�a en la cual los mercados existen pero manipulados y reprimidos.
�Y el socialismo? Es la econom�a estatista que dice favorecer a los pobres, pero en realidad favorece a los privilegiados pol�ticos y sus c�mplices. Es el estado feudal operando en la modernidad. Y lo que tenemos hoy en Latinoam�rica -y el mundo- es una desafortunada combinaci�n de ambas variedades del cruel estatismo: mercantilismo y socialismo.
En una econom�a �capitalista� los precios de los bienes, servicios, factores productivos y dem�s condiciones de los intercambios, son acordados por voluntario consentimiento de vendedores y compradores. Sin privilegios diferenciales conferidas por el Estado a ciertos sectores particulares en exclusividad, los verdaderos monopolios. Y sin coerci�n ni fraude. As� los niveles de precios, ahorro, inversi�n, empleo, producci�n y consumo, etc., se determinan seg�n los procesos de los mercados, y asimismo las ganancias, rentas y salarios y dem�s resultados obtenidos por los participantes. Es un sistema eficiente y moral.
Y realista. Las leyes naturales de los mercados son determinadas por la conducta humana tal como es, animada por el deseo natural de mejorar la propia condici�n, mediante el uso de la raz�n, explotando las oportunidades disponibles para satisfacer las propias necesidades, comenzando por las materiales. En el ahorro, inversi�n, trabajo, producci�n, consumo, etc., cada quien sigue su propio inter�s. Pero as� genera riqueza y crea empleo; y de tal forma ayuda al pr�jimo, a�n sin ser ese su prop�sito y voluntad, y hasta mejor que si lo fuese.
Tales procesos se expresan en las leyes de la econom�a como ciencia: leyes de la oferta y la demanda, pero tambi�n de la utilidad marginal, rendimiento decreciente de los factores, costos y beneficios, etc. Como dichas leyes lo describen y explican, los logros o fracasos de cada quien resultan de las decisiones �marginales�, cotidianas y continuas, seg�n c�lculo racional: trabajar o no; consumir, ahorrar o producir; asociarse o seguir solo; comprar el insumo X o �l Y; emplear el recurso A o el B, etc. Ud. puede ver estas leyes en cualquier texto de Econom�a de la corriente austriaca, la que m�s fielmente se apega a la realidad econ�mica.
En el mercantilismo, en cambio, los precios y condiciones de intercambio son fijados por los Gobiernos. La riqueza depende de la negociaci�n con el funcionario. Y el �xito depende del soborno, o del cabildeo y astucia para influir en la fabricaci�n de leyes. La ganancia ya no depende de la capacidad, habilidad y disposici�n para ser cumplido, y creativo, prudente, ahorrativo y eficiente, dejando satisfechos a clientes, empleados y proveedores. Se puede uno enriquecer sin servir, sin crear valor, y enriquecer a los dem�s. Por eso es un sistema ineficiente, injusto e inmoral.
Es tambi�n totalmente irrealista. Como en toda forma de estatismo, se pretende que la conducta humana sea como los planificadores nos dicen que �deber�a ser� o que �deber�amos� hacer. Se nos dice que los intereses individuales deber�an ceder paso al de la naci�n, o al inter�s com�n. Aunque ellos -los dirigentes y �l�deres� estatistas- hacen en realidad otra cosa: jam�s descuidan su inter�s propio (el de ellos) y m�s bien lo anteponen. Buchanan obtuvo el premio Nobel de econom�a con su teor�a �Public Choice� con la cual demuestra como los pol�ticos, lejos de lo que pregonan, act�an motivados solamente en persecuci�n de su inter�s personal y no representando el de la sociedad.
Y como en todo estatismo, se inventan unas �escuelas� de la econom�a muy alejadas de la verdad cient�fica, pero que no obstante prevalecen en las academias universitarias -controladas por los Gobiernos- porque son las que mejor cubren las mentiras del poder. En el s. XVIII la escuela mercantilista fue la doctrina econ�mica del despotismo ilustrado. En el s. XIX florecieron la Escuela hist�rica alemana y el marxismo, para legitimar �cient�ficamente� las pretensiones del prusianismo y del socialismo. Y en el s. XX tuvimos la proliferaci�n de Escuelas del �mainstream� (corriente principal).
Un sistema capitalista no se circunscribe a los bienes y servicios �econ�micos� -comida, ropa, viviendas, seguros- y al campo convencional de la econom�a. En una sociedad libre, la educaci�n, los servicios m�dicos, y las jubilaciones y pensiones -as� como la informaci�n, la comunicaci�n y el entretenimiento- tambi�n se arreglan mediante procesos de mercado. Las escuelas, cl�nicas, cajas de jubilaciones, medios de prensa, etc, deben estar abiertos a la competencia, para optimizarse el uso de los recursos, y asignarse conforme a las prioridades establecidas por la sociedad, expresadas en las demandas de mercado. Es la �nica manera de tener esos bienes y servicios abundantes, econ�micos y de buena calidad.
El capitalismo requiere adem�s un modelo pol�tico: el Gobierno limitado. En el Gobierno sin fronteras, el Poder Ejecutivo interviene amplia y arbitrariamente en todas las actividades econ�micas, apoyado en profusas y confusas leyes reglamentaristas. Un Gobierno limitado no es que no existe o no interviene en la econom�a, sino el que se limita a tratar con la violencia y el fraude, y mediante las leyes generales. Y en tales casos interviene en la econom�a y en toda actividad privada, pero s�lo entonces, a trav�s de jueces, y con arreglo a las disposiciones establecidas en esas leyes. Interviene en conflictos de derechos, no de intereses, que se resuelven por las v�as de los mercados.
Por �ltimo, en el capitalismo la pol�tica tambi�n es un proceso de mercado. Hoy los gobiernos reglamentan al detalle y autoritariamente las actividades de los partidos. Les exigen adoptar la ideolog�a democr�tica, y practicarla: que cada tanto hagan asambleas para renovar autoridades etc.; y que sus campa�as y financiamientos se hagan conforme a los reglamentos. Y nos parece muy bien. Pero en una democracia liberal es distinto: con libertad de pensamiento puede haber partidos democr�ticos, y otros no. Y los partidos deben competir por el favor del p�blico: no es el legislador ni el funcionario electoral quien decide. Somos los ciudadanos quienes ingresamos, y permanecemos, o salimos de los partidos cuyas declaraciones, vida interna o forma de hacer campa�as o financiarse nos desagrada -votando con los pies- e ingresando en otros, o creando los que no existen a�n.
Publicado originalmente en El Reportero de la Comunidad (M�xico)