El dinero desapareci� y la colectivizaci�n integral se llev� a cabo en s�lo dos meses. El gobierno del Angkar dur� tres a�os y ocho meses y sembr� de cad�veres el pa�s: alrededor de dos millones de muertos para una poblaci�n total de ocho millones.
Pin Yatay, superviviente, nos cuenta que "en la Kampuchea democr�tica no hab�a c�rceles, ni tribunales, ni universidades, ni institutos, ni moneda, ni deporte, ni distracciones� En una jornada de veinticuatro horas no se toleraba ning�n tiempo muerto. La vida cotidiana se divid�a del modo siguiente: doce horas de trabajo f�sico, dos horas para comer, tres para el descanso y la educaci�n, siete horas de sue�o. Est�bamos en un inmenso campo de concentraci�n. Ya no hab�a justicia. Era el Angkar el que decid�a todos los actos de nuestra vida"
Pol Pot y sus jemeres rojos iniciaron en 1970 una guerra civil apoyada por el gobierno de H� Chi Minh. Ya entonces mostraron su extrema crueldad: no s�lo los prisioneros fueron maltratados y ejecutados, sino que tambi�n fueron encarcelados sus familias, reales o inventadas, monjes budistas, gente sospechosa en general, etc.. En las prisiones, los malos tratos, el hambre y las enfermedades acabaron con casi todos ellos y, desde luego, con la totalidad de los ni�os detenidos.
Pero ese horror en guerra no era m�s que el preludio de lo que llegar�a desde que el 17 de abril de 1975 �sta termin� con el triunfo de Pol Pot y los suyos. La primera medida fue el desalojo de los m�s de 3 millones de habitantes de las ciudades, realizada inmediatamente. Esto provoc� la divisi�n entre "viejos" (los campesinos de siempre) y "nuevos" (los habitantes de las ciudades reconvertidos), de los que estos �ltimos se llevar�an la peor parte de la represi�n que vino m�s tarde.
El horror cotidiano
En las prisiones se numeraba y fotografiaba a las v�ctimas del Partido Comunista antes de su ejecuci�n. Si el torso estaba desnudo, el papel con el n�mero se sujetaba con un imperdible a la piel.
La "Kampuchea democr�tica" dej� en sus supervivientes una p�rdida completa de valores; la supervivencia exig�a la adaptaci�n a las nuevas reglas del juego, de las cuales la primera era el desprecio a la vida humana. "Perderte no es una p�rdida. Conservarte no es de ninguna utilidad", seg�n rezaban los manuales del Angkar.
Pol Pot anunciaba un futuro radiante en sus discursos. Promet�a pasar de la tonelada de arroz por hect�rea y a�o a tres en breve sucesi�n. El arroz se convirti� en el monocultivo. Los mandos obligaban a trabajar sin descanso a los esclavos a su mando, para mejorar su reputaci�n entre sus superiores. En algunos extremos se llegaba a jornadas de 18 horas, en la que los hombres m�s robustos eran los que padec�an mayores exigencias y, en consecuencia, mor�an antes.
No obstante, la planificaci�n central y el desprecio por la t�cnica (sustituida por la educaci�n pol�tica) destruyeron la hasta entonces siempre pr�spera cosecha arrocera camboyana. Para finales del 76 se calculaba que la superficie cultivada era la mitad que antes del 75. El hambre era inevitable y, con �l, la deshumanizaci�n y el sometimiento al Angkar. Aunque quiz� menos extendido que en la China del "Gran Salto Adelante", el canibalismo se convierte en costumbre.
La familia era considerada una forma de resistencia natural al poder absoluto del Partido, que deb�a llevar al individuo a una dependencia total del Estado. Por tanto, las familias eran separadas y la autoridad paterna castigada: la educaci�n era responsabilidad exclusiva del Angkar. Los sentimientos humanos eran despreciados y considerados un pecado de individualismo. Al intentar ayudar a una vecina, Pin Yatay se gan� esta reprimenda: "No es su deber ayudarla, al contrario, esto demuestra que todav�a tiene usted piedad y sentimientos de amistad. Hay que renunciar a esos sentimientos y extirpar de su mente las inclinaciones individualistas."
Los esclavos pertenecen al sistema, no a s� mismos. Su vida es totalmente regulada. Hab�a de evitar cualquier fallo, incluso involuntario, un resbal�n, la rotura de un vaso, no pod�an ser un error sino una traici�n contrarrevolucionaria que conduc�a a un castigo seguro. A veces, la muerte. O la flagelaci�n, que en los m�s d�biles era equivalente. Los ni�os espiaban a los mayores en busca de culpabilidades reales o inventadas. Pero no hab�a muertos, esa palabra era tab�, ahora tan s�lo exist�an cuerpos que desaparecen.
"Basta un mill�n de buenos revolucionarios para el pa�s que nosotros construimos", se rezaba en las reuniones de los jemeres rojos. El destino de los dem�s era evidente. La muerte cotidiana era lo frecuente; curiosamente los casos considerados graves eran los que iban a prisi�n, donde se obligaba con tortura a la delaci�n y, finalmente, se ejecutaba a los presos. Un detenido por el crimen de hablar ingl�s cuenta como fue encadenado con unos grilletes que cortaban la piel y torturado durante meses. El desmayo era su �nico alivio. Todas las noches los guardias se llevaban a varios prisioneros a los que nunca volv�an a ver. �l pudo sobrevivir gracias a las f�bulas de Esopo y cuentos jemeres tradicionales que contaba a los adolescentes y ni�os que eran sus guardianes.
Los ni�os no se libraban de la crueldad del sistema carcelario. Muchos eran encarcelados por robar comida. Los guardianes los golpeaban y daban patadas hasta que mor�an. Los convert�an en juguetes vivos, colg�ndolos de los pies, luego trataban de acertarles con sus patadas mientras se balanceaban. En una marisma cercana a la prisi�n, los hund�an y, cuando empezaban las convulsiones, dejaban que apareciera su cabeza para sumergirlos de nuevo.
En los campos, lo que atemorizaba era la imprevisibilidad y el misterio que rodeaban las innumerables desapariciones. Los asesinatos se llevaban a cabo con discreci�n. Era frecuente el uso de los cad�veres como abono. No obstante, la brutalidad reaparec�a en el momento de la ejecuci�n: para ahorrar balas s�lo un 29% eran disparados. El 53% mor�a con el cr�neo aplastado, el 6% ahorcado, el 5% apaleado.
Camboya, hoy
Pol Pot al frente de una columna de seguidores, en 1979, poco antes de ser derrocado.Algunos autores niegan la inclusi�n del exterminio por razones pol�ticas dentro del �mbito del genocidio. No hacen m�s que seguir las �rdenes de la extinta URSS, el �nico pa�s que, por razones evidentes, se opuso a incluir a �stos dentro de la definici�n de genocidio de la ONU.
La educaci�n pol�tica recibida del Partido Comunista de Kampuchea persiste a�n en Camboya. Los valores humanos han sido sustituidos por un cinismo y ego�smo que comprometen cualquier tipo de desarrollo. A�n persisten jemeres rojos parapetados tras campos de minas, lo que ha convertido a este pa�s en el que posee mayor n�mero de mutilados, sobre todo en adolescentes y ni�os.
Publicado originalmente en Liberalismo.org