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C�mo la inflaci�n acab� con el Imperio Romano

Por Fernando D�az Villanueva

Existe una creencia com�nmente aceptada que carga las culpas de la ca�da del Imperio Romano sobre las tribus germ�nicas, que, b�rbaras, harapientas e iletradas como eran, tomaron al asalto una sociedad refinada, culta y pr�spera. Lamento desilusionar a los que est�n convencidos de esto, pero tal creencia es falsa.

Publicado: Jueves, 11/2/2010 - 12:22  | 3352 visitas.

Templo de Venus
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La verdadera causa del fin de Roma como Imperio y, lo que es m�s importante, como civilizaci�n no fueron los b�rbaros, sino los propios emperadores romanos, que dinamitaron su propio mundo aplicando recetas econ�micas que hoy nos resultan muy familiares.

En el invierno del a�o 211, el emperador Septimio Severo se encontraba en la provincia de Britania pele�ndose con los pictos. Entonces se puso malo y se muri�; pero antes reuni� a sus dos hijos, Caracalla y Geta, junto a su lecho de muerte y les dio un �ltimo consejo para gobernar el inmenso imperio que les legaba: "Vivid en armon�a, enriqueced al ej�rcito, ignorad lo dem�s". Caracalla prometi� cumplirlos, pero pronto se olvid� del primero de los preceptos y liquid� a su hermano para poder mandar �l solito.

Con Caracalla empieza la decadencia de Roma. Haciendo caso a su padre, subi� un 50% la paga de los soldados y se meti� en nuevas guerras. Para financiar la cosa dobl� los impuestos sobre las herencias. Pero no fue suficiente, por lo que decidi� devaluar la moneda: as�, de paso, se pod�a permitir caprichos como las fara�nicas termas que llevan su nombre, y cuya sala principal es m�s grande que el San Pedro del Vaticano.

En el siglo III no exist�an el papel moneda ni la m�quina de imprimir billetes, as� que las devaluaciones atacaban directamente al metal. Lo que se hac�a era malear el metal noble mezcl�ndolo con otros menos valiosos. El objetivo de los gobernantes que as� malgobernaban era acu�ar y gastar m�s. Caracalla pensaba que si quitaba un poquito de plata a las monedas nadie lo notar�a, y �l podr�a multiplicar a placer el dinero existente. Se trataba, en definitiva, de algo bueno para todos.

La moneda romana era el denario �de aqu� viene nuestra palabra dinero�, y en origen era de plata pura. En tiempos de Augusto, el primer emperador, cada denario estaba compuesto en un 95% por plata y en un 5% por otros metales, como el bronce. Un siglo m�s tarde, con Trajano, el porcentaje de plata era del 85%. Ochenta a�os m�s tarde, Marco Aurelio volvi� a depreciar el denario, que ya s�lo ten�a un 75% de plata. El denario, pues, se hab�a devaluado un 20% en dos siglos. Algo m�s o menos tolerable. Caracalla, muy necesitado de efectivo para sus gastos, devalu� el denario hasta dejarlo con s�lo un 50% de plata; es decir, lo devalu� un 25% en un solo a�o.

El �ureo �de oro, l�gicamente� tambi�n perdi� valor por imperativo legal. Durante el reinado de Augusto, de cada libra de oro sal�an unas cuarenta monedas. Caracalla estir� la libra hasta sacar unas cincuenta monedas, que, naturalmente, manten�an el valor nominal; pero no el real.

Con tanto experimento monetario y sin que el emperador lo previese, los precios se dispararon. Caracalla se perdi� la fiesta: estando de campa�a en Asia, fue apu�alado por uno de sus guardias mientras meaba al borde de un camino. Una muerte muy propia para uno de los mayores sinverg�enzas de la Historia.

Los que le sucedieron no hicieron sino empeorar las cosas. Casi todos los emperadores del siglo III fueron militares, y casi todos llegaron al poder mediante sangrientos cuartelazos. Un dato que lo dice todo: s�lo uno de ellos, Hostiliano, que rein� seis meses en 251, muri� en la cama por causas naturales; el resto cay� a manos de sus guardias o en el campo de batalla �por lo general contra sus sucesores�. A este periodo los historiadores lo llaman "la crisis del siglo III". En rigor, deber�an hablar del fin de la civilizaci�n romana, porque a partir de ah� el mundo romano ser�a mucho m�s parecido al medieval que al cl�sico.

Durante ese siglo el denario no dej� de devaluarse; hasta que acab� convertido en un pedazo de bronce ba�ado en plata que pasaba raudo de mano en mano. Y es que la moneda mala, como dice la copla, de mano en mano va y ninguno se la queda. En cuanto al �ureo, pr�cticamente desapareci� de la circulaci�n, y cuando aparec�a era fino y maleado. La inflaci�n super� el 1.000%, y eso con los fragmentados datos de los que disponemos: probablemente, en ciertos momentos y lugares fue mucho mayor.

Al caos pol�tico y econ�mico del siglo III le sucedi� el ajuste de Diocleciano, que, ya sin poder recurrir a la devaluaci�n, machac� a impuestos a los habitantes del Imperio y ensay� una reforma monetaria. La reforma fracas�, y su edicto de precios m�ximos fue totalmente ignorado por la gente, que, en menos de un siglo, hab�a pasado de tener en sus bolsillos denarios de plata a manejar los llamados follis, pedacitos de bronce muy abundantes y sin apenas valor. Los romanos se hab�an empobrecido fenomenalmente en s�lo unas d�cadas por culpa de su Gobierno; y con ellos el comercio, la industria y la agricultura del Imperio.

La semilla del Estado omnipotente, siempre necesitado de fondos para sobrevivir, hab�a arraigado. El emperador Constantino suprimi� el �ureo y puso en circulaci�n una nueva moneda de oro, el s�lido, muy depreciada con respecto a su antecesor. Un �ureo de los antiguos val�a, por su cantidad de metal precioso, dos s�lidos. La moneda de plata, encanallada hasta la n�usea, desapareci� del mapa.

Constantino consigui� la cantidad de oro necesaria para la reforma confisc�ndoselo a las ricas ciudades orientales y a los templos paganos, ya en retirada tras la conversi�n del emperador al cristianismo. Para financiar el funcionamiento del Estado se invent� nuevos impuestos, que hab�an de abonarse s�lo en oro, �nica forma de pago, por lo dem�s, que aceptaban los mercenarios extranjeros que serv�an en el ej�rcito. B�rbaros les llamaban, aunque, a decir verdad, muy b�rbaros no ser�an, cuando s�lo estaban dispuestos a jugarse la vida por dinero de verdad.

El oro se convirti� en un refugio para quien pod�a conseguirlo, es decir, los militares y los altos funcionarios imperiales. El resto de la poblaci�n hab�a de conformarse con el bronce de los follis y el cobre del dinero informal, acu�ado de manera ilegal y que hac�a las veces de dinero de bolsillo. La anta�o pr�spera clase de peque�os propietarios y comerciantes, base misma de la grandeza romana, se arruin� sin remedio. Se produjo entonces una concentraci�n de tierras en manos de unos pocos terratenientes, que empleaban en ellas a los hijos o nietos de antiguos campesinos libres depauperados por la inflaci�n y los crecientes impuestos imperiales. La era feudal acababa de comenzar.

El Imperio Romano de los siglos IV y V vivi�, literalmente, de saquear a sus s�bditos. Los gastos imperiales crecieron porque s�lo se pod�a sobrevivir a la sombra del Estado. El ej�rcito duplic� sus efectivos, pero no sirvi� de nada, porque los reyes germanos fueron, a partir del a�o 400, fundando reinos con el benepl�cito de los otrora orgullosos ciudadanos romanos.

Durante casi dos siglos, el Estado romano fue una onerosa m�quina burocr�tica que ten�a el solo objetivo de sobrevivir y perpetuarse. Pero ni eso consigui�. Cuando el flujo de oro se sec�, porque ya no quedaba un solo contribuyente a quien dar la vuelta y sacudir, Roma colaps� y se esfum� de la Historia, dejando tal caos que Occidente no volver�a a ser Occidente hasta mil a�os despu�s.

Publicado originalmente en Libertad Digital (Espa�a)

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