La tradici�n b�blica ha jugado un papel trascendental en el desarrollo de las ideas sobre el progreso de los conocimientos paleontol�gicos y sobre la evoluci�n de las especies. Efectivamente, las ex�gesis acerca del diluvio han determinado las concepciones sociales, morales y religiosas de las culturas occidentales, constituyendo un referente dogm�tico. La presencia de f�siles con apariencia marina en la cima de las monta�as fue esgrimida como una prueba de haber estado bajo el agua y, por consiguiente, cubiertas por el diluvio. La interpretaci�n literal de los textos diluviales persisti� durante muchos siglos, retardando el despegue de las ciencias geol�gicas.
Los fil�sofos presocr�ticos (entre ellos, Pit�goras, Her�doto o Jenofonte) llegaron a interpretar correctamente el origen de las conchas y peces f�siles encontrados en tierra firme, estim�ndolos como vestigios de invasiones del mar acaecidas en diferentes momentos. Incluso Estrab�n rebate la creencia popular egipcia de que los f�siles del grupo de los �nummulites� (�nummulus�, �peque�a moneda�), del Cenozoico (65-40 millones de a�os antes del presente), eran los restos de la comida de los constructores de las pir�mides. Hasta el Renacimiento la preocupaci�n de los protoge�logos se limitaba a cavilar sobre el significado de los f�siles, formaci�n de las monta�as y la distribuci�n de tierras y oc�anos.
El hecho de que los textos sagrados no contengan alusi�n alguna a los f�siles abri� una ventana a la cultura cristiana para poder debatir, con una cierta libertad, qu� representaban estos restos, centr�ndose las creencias en que se trataba de pistas o se�ales confirmatorias del diluvio (�teor�a diluvista�). Los Padres de la Iglesia, a pesar de su tradicional ra�z intolerante, no salen mal parados en esta discusi�n e incluso alguno de los pensadores, como San Agust�n, alcanza una notable altura intelectual, siempre dentro de su ortodoxia impregnada de cultura apolog�tica; su firme convicci�n del diluvio le fuerza a considerar los f�siles como evidencias de seres petrificados, un positivo aldabonazo al desarrollo cient�fico. A un disc�pulo de �ste, Paulo Orosio, se le ha considerado responsable de incorporar definitivamente al pensamiento religioso la universalidad del diluvio, relacion�ndolo con los f�siles que aparecen distantes del litoral.
La teor�a diluvista supuso un refuerzo importante a la g�nesis biol�gica de los f�siles y una prueba definitiva contra su origen mineral o �caprichos de la naturaleza�, como se los calificaba (la �vis plastica�); no obstante, el conjeturar que todos esos rastros se hab�an formado al mismo tiempo represent� un fuerte impedimento para la interpretaci�n de las edades de los diferentes pisos estratigr�ficos.
En el siglo XIII el preclaro fil�sofo y te�logo alem�n Alberto Magno (doctor universalis) defiende que �solamente la experiencia produce la certeza�, y en sus escritos trata de los cambios habidos en la tierra y el mar poniendo en duda la generalidad del diluvio: �Hay tierras que antiguamente estaban recubiertas de aguas dulces o por el mar, y que hoy est�n en seco; otras, por el contrario, que estaban en tierra firme est�n ahora sumergidas? El mar no cubri� nunca la Tierra por completo?�. No llega a rechazar la leyenda recogida en la Biblia, pero impl�citamente la relaciona con un milagro, es decir, apartada del campo de las especulaciones racionales.
Por su parte, el polifac�tico florentino Leonardo da Vinci abog� por que los f�siles eran restos petrificados de organismos vivientes antiguos, pero sin relacionarlos con el diluvio; pensaba que las actuales tierras firmes hab�an sido inundadas repetidamente en �pocas pret�ritas por el mar y cuando se retiraban las aguas se endurec�a paulatinamente la capa de sedimentos depositada en su fondo, hasta petrificar; las conchas de los moluscos se llenaban de fango que, asimismo, litificaba con posterioridad.
El confusionismo creado en torno a los f�siles y al diluvio fue tal que a�n en pleno siglo XVIII Voltaire -figura relevante de la Ilustraci�n francesa, que no admit�a la interpretaci�n diluvial- atribu�a la presencia de caparazones f�siles en zonas alejadas del medio marino al hecho de que los �cruzados o peregrinos hubiesen tirado moluscos de los que ten�an entre sus provisiones para su viaje�.
La existencia de grandes cat�strofes org�nicas formar�a, con el transcurrir del tiempo -junto con la deformaci�n de los estratos (mediante pliegues y fallas) y el plutonismo-, uno de los pilares de la �teor�a catastrofista� de George Cuvier, la cual concibe la evoluci�n geol�gica de la Tierra mediante transformaciones repentinas y violentas, esto es, a golpe de cataclismos. En el tr�nsito del siglo XVIII al XIX Cuvier interpret� adecuadamente que los f�siles proced�an de organismos de �pocas diferentes a las actuales; en su teor�a enfatizaba que a lo largo del devenir terr�queo se sucedieron varios eventos que extinguieron la flora y fauna existentes, dando lugar seguidamente a la aparici�n de otras especies nuevas, haciendo del prodigio una palanca esencial de la naturaleza. Sin embargo, sorprende que centrase la mayor parte de su argumentaci�n en recurrir a �diluvios imaginarios� para explicar la desaparici�n de especies (obviamente, alg�n hecho destructivo s�bito s� justifica, por ejemplo, la extinci�n de los dinosaurios), utilizando razonamientos b�sicos muy alejados del concepto evolutivo de Lamarck o Darwin.
No obstante, las tradiciones hist�ricas -generalizadas en todas las culturas- constituyen una buena referencia para conocer lugares y cronolog�as sobre el diluvio. De ellas se deduce que sucedi� hace unos cuatro mil a�os (la epopeya sumeria de Gilgamesh, que ya se refiere a un diluvio, data de la primera mitad del segundo milenio a. de C.). Se alude tambi�n a que el arca de No� se pos� sobre el monte Ararat (elevaci�n que, con m�s de cinco mil metros, representa el techo de la actual Turqu�a); algunos hallazgos de restos de madera en las estribaciones de este volc�n inactivo desataron la imaginaci�n de las gentes piadosas pensando que proced�an del arca, sin embargo esta posibilidad fue refutada cient�ficamente por dataciones efectuadas con el m�todo de carbono 14.
A pesar de que la geolog�a descarta una inundaci�n a escala mundial, algunas hip�tesis apoyan la posibilidad de que en alguna etapa de la existencia del ser humano sucedi� un desastre natural -asociado a una colosal avenida- en una zona geogr�fica espec�fica, pudiendo derivar de ello las narraciones diluviales. En 1997 los profesores de la Universidad de Columbia William Ryan y Walter Pitman publicaron pruebas de que hace alrededor de 5.600 a�os aconteci� un desbordamiento masivo en el mar Negro por aguas procedentes del mar Mediterr�neo, al rebasar �ste el umbral del estrecho de B�sforo (en las proximidades de donde hoy se encuentra Estambul). Investigaciones realizadas en este enclave geogr�fico durante 2005-09 -bajo patrocinio de la UNESCO y de la Uni�n Internacional de Ciencias Geol�gicas- concluyeron que las inundaciones fueron de mucha menor entidad de la estimada por los ge�logos norteamericanos y que el suceso se produjo unos 1.800 a�os antes de lo anunciado.
En general, la mayor�a de las riadas de �ndole local que han tenido lugar hist�ricamente est�n relacionadas con per�odos interglaciares en el Holoceno, durante los cuales la elevaci�n de temperatura ocasiona el deshielo y variaciones eust�ticas. La glaciaci�n m�s reciente (W�rm) empez� hace 80.000 a�os y acab� hace unos 10.000 a�os, situ�ndose su punto �lgido en dieciocho mil a�os. Desde entonces se entra en un per�odo posglaciar, donde el hielo comenz� a derretirse elevando la cota oce�nica, pero esto sucedi� tiempo antes del diluvio aludido.
Como conclusi�n, aunque se han mencionado amplias inundaciones a escala puntual, las irrefutables pruebas existentes contradicen un diluvio universal, y justificar el mismo aduciendo una acci�n milagrosa que se encuentra fuera del dominio del m�todo cient�fico. El ofuscamiento por encajar las indagaciones naturalistas en moldes aprior�sticos atenaz� la libertad de reflexi�n y el afianzamiento de la geolog�a como ciencia moderna.
Publicado originalmente en La Nueva Espa�a
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