Iron�a may�scula, si alguna frase podr�a servirnos para sintetizar la ideolog�a acient�fica del ingl�s, ser�a �sta: "La demanda genera su propia oferta". Keynes hizo de la demanda agregada, del gasto en consumo e inversi�n, un deus ex machina capaz de llevar la prosperidad material a toda la sociedad. El gran pecado de la humanidad desde tiempos inmemoriales hab�a sido su austeridad: no gastaba toda la renta que generaba. En el l�mite del disparate, lleg� a sostener que pod�amos consumir... �aquello que ni siquiera hab�amos producido!
Si bien la econom�a cl�sica hab�a establecido la proposici�n, tan de sentido com�n, de que s�lo podemos invertir lo que hemos previamente ahorrado, Keynes, absolutamente f�bico al ahorro, dio la vuelta a la ecuaci�n: debemos invertir �cr�dito bancario mediante� incluso lo que no hemos ahorrado. Dios proveer�; la sobreinversi�n generar� una renta extraordinaria para los agentes de cuyo ahorro (posterior a la inversi�n) obtendremos los recursos que necesit�bamos en un principio. Como el propio Keynes explicaba en su Teor�a general:
Si se concede un nuevo cr�dito a un empresario sobre los que ya ten�a, esto hace posible que pueda emprender una inversi�n que de otra manera no realizar�a, [de modo que] las rentas se incrementar�n (...) El ahorro que resulta de esta decisi�n es tan genuino como cualquier otro.
Con un cr�dito bancario infinitamente el�stico, para nadar en la abundancia s�lo necesit�bamos un agente que estuviera siempre dispuesto a tomar prestado ese cr�dito y pasara a invertirlo en cualquier cosa: s�, han adivinado, ese agente es el Estado, con sus programas de gasto financiados con cargo al d�ficit.
Pero, claro, el d�ficit p�blico s�lo puede multiplicar indefinidamente nuestro bienestar si asumimos que basta con desear que las piedras se conviertan en pan para que ello suceda o que existe un volumen casi infinito de recursos desempleados, que s�lo mediante el cr�dito bancario pueden ponerse en funcionamiento. Ya lo explic� sucintamente Hayek:
Lo que nos ha proporcionado Keynes es un sistema econ�mico basado en la hip�tesis de que no hay escasez real y s�lo existe escasez artificial, creada por personas que no quieren vender sus bienes y servicios por debajo de unos precios arbitrariamente fijados.
Este disparate sobresaliente, esta visi�n m�stica de la deuda �de cualquier volumen de deuda� como creadora de riqueza, se convirti� en doctrina oficial de todos los gobiernos a lo largo de la Gran Depresi�n; de ah� en parte que �sta se convirtiera en la crisis econ�mica m�s prolongada de la era contempor�nea. Como interesados en repetir la historia �no sabemos si ahora toca la tragedia o la farsa�, los Estados actuales han vuelto a aplicar las recetas fallidas de entonces y, oh sorpresa, han fracasado de nuevo. Desde luego, no lo admitir�n, pues por algo la ideolog�a les obstruye la sinapsis, y tratar�n de vendernos que, sin sus masivos planes de est�mulo, hoy estar�amos mucho peor. Aunque es dif�cil imaginar de qu� modo algunos pa�ses como Grecia o Espa�a podr�an estar peor de lo que ya est�n gracias a las pol�ticas keynesianas que han aplicado.
Grecia tiene unos problemas enormes, generados esencialmente por un excesivo endeudamiento p�blico que, por extra�o que les parezca a algunos, no sirvi� para expandir, a la muy keynesiana manera, la riqueza de sus habitantes. Por lo visto, aqu� una deuda s� sigue siendo una deuda, es decir, algo que tiene que pagarse a partir de nuestra renta futura, y no un activo que genera por s� mismo la renta necesaria para amortizarlo. Lo aclaro porque algunos keynesianos no parecen terminar de tenerlo claro; v�ase el conocido caso de Lawrence Klein:
La deuda p�blica comprada por los residentes de un pa�s no puede ser jam�s una carga, porque nos debemos el dinero a nosotros mismos.
Espa�a, por su parte, tiene un serio problema de deuda privada que s�lo en los �ltimos meses, gracias a los elefanti�sicos d�ficits zapateriles, se ha visto realmente agravado por la deuda p�blica. A este respecto, Paul De Grauwe trata de lavar la cara a Keynes argumentando que las sociedades que han llegado al l�mite de su deuda privada deben contar con importantes est�mulos de gasto p�blico para que las familias y empresas no pierdan sus fuentes de renta, cayendo en una espiral de impagos que se lleve a toda la econom�a por delante.
Pero fij�monos en que aqu� el argumento keynesiano de que hay que aumentar la demanda agregada para volvernos todos m�s ricos desaparece por completo: lo que predica De Grauwe es que hay que sostener el cr�dito privado a trav�s del cr�dito p�blico, pero no que la deuda p�blica permita autoliquidarse junto a la privada. Lo cual, dicho sea de paso, es otro sinsentido; al igual que una deuda interna no deja de ser una deuda, el margen de endeudamiento del Estado �en ausencia de un banco central servil� depende de los mismos factores que el margen de endeudamiento del sector privado: de la riqueza de sus ciudadanos. Si los individuos han asumido m�s deudas que aquellas que pueden cubrir, el Estado no podr� hacer nada por evitar el impago. Como mucho podr� solidarizarse con los afectados presentando tambi�n �l la declaraci�n de suspensi�n de pagos. La diferencia entre el sector p�blico y el privado no est� en su capacidad de endeudamiento, sino en la prudencia para seguir endeud�ndose: cuando todos los agentes hab�an comprendido que no era momento de asumir m�s deudas, sino de desapalancarse, entr� Zapatero victorioso agotando el cr�dito (la confianza en la capacidad de repago) de este pa�s, endeud�ndose m�s y m�s, hasta que unos criminales econ�micos le han dicho basta.
Como digo, el argumento no sirve para validar las desastrosas tesis de Keynes. Si la teor�a keynesiana tuviera un �pice de verdad, el simple concepto de margen de endeudamiento no existir�a, o al menos no existir�a mientras siguiera habiendo recursos ociosos que pudieran movilizarse para crear riqueza. Cuanto m�s gast�ramos y cuanto m�s nos endeud�ramos, m�s crecer�a nuestra renta y, por tanto, m�s se expandir�an los recursos con los que contamos para amortizar esa deuda. Es porque las cosas no funcionan as�, porque el gasto p�blico no se multiplica m�gicamente en producci�n privada, porque la demanda agregada no se derrumba sin motivo alguno sino por la existencia de malas inversiones reales que deben ser corregidas, por lo que las recetas keynesianas, coherentemente aplicadas, conducen a la bancarrota nacional (o a su expresi�n monetaria, a la hiperinflaci�n).
El gasto nunca ha sido la fuente de la prosperidad; de hecho, es la prosperidad lo que permite gastar. Espa�a y Grecia son dos muestras de que el Estado no puede corregir con m�s gasto y deuda las malas inversiones privadas pero, al contrario, s� puede agravarlas. No es algo demasiado novedoso. Mises ya lo sintetiz� para el caso del intervencionismo en general: "El Gobierno no puede enriquecer al hombre, pero s� puede empobrecerlo". Los espa�oles lo estamos padeciendo ahora mismo.
Publicado originalmente en Libertad Digital (Espa�a)