Introducci�n al liberalismo
Ludwig von Mises
1. Introducci�n
Los fil�sofos, soci�logos y economistas del siglo XVIII y primera parte del XIX formularon un programa pol�tico que presidi� el orden social en Inglaterra y los Estados Unidos primero; en el continente europeo, despu�s, y, finalmente, en otros lugares del mundo. Sin embargo, ese programa no fue aplicado �ntegramente en parte alguna. Sus defensores no consiguieron que sus ideas fueran aceptadas en su totalidad ni siquiera en la Gran Breta�a, en el pa�s liberal por excelencia. El resto del mundo acept� tan s�lo algunas partes, rechazando desde un principio otras no menos importantes o abandon�ndolas al poco de su implantaci�n. Exagerar�a quien dijera que el mundo lleg� a conocer una verdadera era liberal, pues el liberalismo nunca pudo funcionar a plenitud.
Con todo, aunque su predominio fue breve e incompleto, el liberalismo logr� transformar la faz de la tierra. Produjo un desarrollo econ�mico sin precedentes en la historia del hombre. Al liberar las fuerzas productivas, los medios de subsistencia se multiplicaron como por encanto. Cuando empez� la primera guerra mundial (consecuencia ella misma de larga y �spera oposici�n a los principios liberales y que, a su vez, iba a dar inicio a un per�odo de a�n m�s agria resistencia al liberalismo), nuestro planeta ten�a una poblaci�n incomparablemente mayor que nunca antes y la inmensa mayor�a gozaba de un nivel de vida incomparablemente superior. La prosperidad engendrada por el liberalismo redujo dr�sticamente el azote de la mortalidad infantil y elev� sustancialmente el promedio de vida.
Tal prosperidad en modo alguno benefici� exclusivamente a una clase espec�fica de privilegiados. Muy por el contrario, en v�speras de la primera guerra mundial, el obrero europeo, el americano y el de los dominios brit�nicos viv�a mejor y m�s confortablemente que los arist�cratas de �pocas muy cercanas. Com�a y beb�a lo que quer�a; pod�a dar buena instrucci�n a sus hijos; pod�a, si quer�a, tomar parte en la vida intelectual y cultural de su pa�s y, de poseer la energ�a y el talento necesarios, no le resultaba dif�cil ascender y mejorar su status social. En las naciones donde m�s influencia hab�a alcanzado la filosof�a liberal, la c�spide de la pir�mide social se hallaba generalmente ocupada por personas que, sabiendo aprovechar las circunstancias, consiguieron ascender a los puestos m�s envidiados gracias a su esfuerzo personal. Desaparec�an las barreras que en otras �pocas separaban a siervos y se�ores. Ya no hab�a m�s que ciudadanos, sujetos todos a un mismo derecho. Nadie era discriminado o importunado por raz�n de su nacionalidad, opini�n o credo. En los pueblos civilizados no hab�a persecuciones pol�ticas ni religiosas y las guerras internacionales eran menos frecuentes. Hubo optimistas que comenzaban a entrever una era de paz perpetua.
Pero las cosas cambiaron pronto. Gran parte de los logros liberales fue desvirtuada por las poderosas y violentas corrientes de opini�n antiliberal que surgieron en el propio siglo XIX. Nuestro mundo actual no quiere ya ni o�r hablar del liberalismo. El t�rmino �liberal�, salvo en Inglaterra, es objeto de condena por doquier. Hay todav�a �liberales� en Gran Breta�a, pero la mayor parte de ellos lo son s�lo de nombre. M�s exacto ser�a calificarlos de socialistas moderados. El poder p�blico se halla hoy en d�a, por doquier, en manos de las fuerzas antiliberales. Los programas de tales partidos desencadenaron, ayer, la primera guerra mundial y, actualmente, por virtud de cuotas de importaci�n y exportaci�n, tarifas aduaneras, barreras migratorias y medidas similares, est�n aislando cada vez m�s a todas las naciones. Esos mismos idearios han auspiciado, en la esfera interna de cada pa�s, experimentos socialistas que s�lo han servido para reducir la productividad del trabajo y aumentar la escasez y la pobreza.
S�lo quien voluntariamente cierre los ojos a la realidad puede dejar de ver por doquier signos anunciadores de una inminente cat�strofe econ�mica de �mbito mundial. El antiliberalismo apunta hacia el colapso de nuestra civilizaci�n (ver El Camino de la servidumbre).
Quien desee informarse de qu� es, realmente, el liberalismo y cu�les sus metas, no puede contentarse con la simple lectura de los primeros liberales y los resultados que consiguieron alcanzar, pues, como dec�amos, el liberalismo jam�s logr� implantar ese ideario en parte alguna.
Las manifestaciones de los partidos que hoy se denominan liberales tampoco sirven para ilustrarnos acerca de qu� sea el aut�ntico liberalismo. Incluso en Inglaterra, como se�al�bamos, la filosof�a que actualmente se considera liberal se halla mucho m�s cerca de los �tories� y los socialistas que del viejo programa librecambista. Cuando uno se encuentra con liberales que admiten la nacionalizaci�n de los ferrocarriles, de las minas y de otras empresas, apoyando incluso la implantaci�n de tarifas proteccionistas, hay que llegar a la conclusi�n de que, en la actualidad, del liberalismo no queda sino el nombre.
La lectura de los escritos de los grandes fundadores de la escuela tampoco basta para abarcar actualmente la idea liberal. Porque el liberalismo, en modo alguno, constituye un dogma fijo, ni una doctrina congelada; al contrario, es la aplicaci�n a la vida social de descubrimientos cient�ficos espec�ficos. Por lo mismo que los conocimientos econ�micos, sociol�gicos y filos�ficos no han dejado de progresar desde la �poca de David Hume, Adam Smith, David Ricardo, Jeremy Bentham y Wilhelm Humboldt, la teor�a liberal tambi�n difiere hoy de la que presentaban aquellos autores, aun cuando las bases fundamentales no hayan cambiado. Nadie, desde hace mucho tiempo, se ha tomado la molestia de formular una exposici�n concisa de qu� es el liberalismo actual; eso parece justificar la aparici�n del presente ensayo.