La Ciencia y sus derivados tecnológicos son de hecho una forma de empresa, el conocimiento es la respuesta a cierta demanda, y también como cualquier empresa, la investigación científica entraña riesgo, pero es así mismo el productor, en este caso el científico, quien goza de los beneficios de su trabajo o por el contrario cosecha el fracaso, en este caso un subproducto al saber como No se logrará el conocimiento deseado.
Por su parte, El Estado, que al igual que un perverso rey Midas que destruye y corrompe todo lo que toca, cuando "Invierte" en Ciencia y Tecnología obtiene los mismos resultados que cuando interviene en el mercado: productos y servicios deficientes, recursos desperdiciados y un alarmante nivel de corrupción. Aún cuando hace su mejor esfuerzo el Estado termina destinando ingentes recursos a proyectos de dudosa rentabilidad científica. Viene a mi mente el caso de las válvulas de cohete de la NASA cuya fabricación le cuesta medio millón de dólares a los contribuyentes americanos, pero la empresa privada fabrica estas mismas válvulas por sólo 50 mil dólares.
¿Quién entonces debe financiar la investigación científica? Pues quienes tienen demanda de ello: los consumidores.
Bajo la libre competencia, los productores de bienes y servicios deben desarrollar cada vez mejores productos si quieren mantenerse en el mercado y no quebrar. Para ello deben innovar sus diseños y obtener productos novedosos, servicios que cubran una necesidad o crear nuevas demandas de productos aún no pensados. Por otra parte deben actualizar su infraestructura tecnológica para acometer este propósito y deben contar con empleados y trabajadores capacitados para crear estos productos y hacer buen uso de los avances técnicos que conlleva actualizar una forma de producción determinada.
Para lograr ambos objetivos, innovar productos e infraestructura, los empresarios deben contar con la ayuda de la Ciencia y sus productos tecnológicos en una fórmula que ya se conocía desde la Antigua Grecia: los comerciantes pagaban a los pensadores para financiar su búsqueda de conocimientos, los pensadores encontraban mejores formas de hacer las cosas y los consumidores pagaban el costo del progreso técnico en condiciones ventajosas porque cada consumidor sólo paga una parte de él, no el total del monto invertido en el desarrollo técnico del bien o servicio que recibía. No es coincidencia entonces que en Grecia al mismo tiempo aparecía la Ciencia como método de obtención de conocimiento, la Democracia como forma de gobierno y el impulso del Comercio como forma pacífica de intercambio de bienes y servicios. Las bases del actual progreso occidental se colocaron gracias al poder combinado de empresarios y científicos hace más de 2000 años.
Pero esta estrategia podría parecer ajustable solo a las aplicaciones útiles de la Ciencia, no a la investigación básica cuya utilidad jamás parece obvia ¿Quién pensaría hace más de 100 años que las curiosas ecuaciones de Maxwell serían la base en parte de toda la industria electrónica? ¿O que la teoría del Equilibrio de Nash sería utilizado para mover paquetes de información a través de Internet? Lo cierto es que en este punto la Ciencia se vuelve una empresa muy riesgosa en términos monetarios, del mismo tipo de riesgo que los Rockefeller asumieron apostando a la extracción petrolera, terminando ricos y por extensión salvando a las ballenas de su extinción al declinar la demanda de aceite de ballena en favor del aceite de petróleo.