Aunque su libro sea una refundición de conferencias y textos escritos para todos los rincones del mundo, y por momentos resulte algo repetitivo, se trata de un ensayo apasionante, valeroso y polémico, que trata de hacer prevalecer el análisis racional y la sensatez intelectual sobre los actos de fe, los prejuicios y las pasiones políticas que generalmente enturbian toda discusión sobre la identidad, el multiculturalismo, la globalización y la nacionalidad en nuestros días en un mundo que, desde los terribles atentados terroristas de New York, Washington, Madrid y Londres, se siente inseguro y confuso sobre aquellos asuntos y al que, sobre todo, el fenómeno de una inmigración creciente e inatajable de personas de confesión musulmana ha llenado de prevenciones y suspicacias.
Amartya Sen recuerda una y otra vez, con ejemplos al alcance de la inteligencia más elemental, que todo ser humano es muchas cosas a la vez y que tratar de encajonarlo en una "pequeña cajita" -por ejemplo, su religión, su raza o su lengua- es desnaturalizarlo totalmente y condenarse a no entenderlo. Todos pertenecemos a muchas colectividades y esa múltiple pertenencia, a la vez que nos acerca y emparienta con un vasto sector, nos va diferenciando y alejando de otros (de los que también somos parte). De este modo surge nuestra identidad, en razón de una combinación muy compleja, y en cada caso diferente, de circunstancias que nos son impuestas y elecciones libres con las que confirmamos o rechazamos lo que se nos viene dado por nacimiento, familia o educación, y optamos por algo distinto. Las identidades colectivas suprimen mediante una reducción arbitraria aquellas matizaciones y ven en los seres humanos no criaturas soberanas, con derechos y deberes inherentes a su individualidad, sino productos seriales, idénticos entre sí, privilegiando una sola de sus características -por ejemplo, ser negro, musulmán, cristiano, blanco, budista, vasco, judío, etcétera- y aboliendo todas las demás. Ese descuartizamiento de la humanidad en bloques rígidamente diferenciados es peligroso, porque alienta el fanatismo de quienes se consideran superiores -el pueblo elegido, la raza pura, la verdadera religión, la clase redentora, la nación ejemplar- y los autoriza a ejercer la violencia sobre los otros. Es además una distorsión profunda de la realidad humana, sobre todo en la época moderna, una de cuyos grandes logros es justamente haber abierto mucho el espectro de opciones entre las que el hombre y la mujer pueden mediante un libre ejercicio de su libertad, decidir ser diferentes del grupo, secta, comunidad o colectivo del que proceden. La identidad no es una condición metafísica, estática, sino una realidad viva y por lo tanto en permanente proceso de recreación.
Yo soy un buen ejemplo de ese crucigrama de pertenencias y rechazos que, como dice Amartya Sen, constituyen la identidad de un individuo, para mí la única aceptable. Peruano, latinoamericano, español, europeo, escritor, periodista, agnóstico en materia religiosa y liberal y demócrata en política, individualista, heterosexual, adversario de dictadores y constructivistas sociales -nacionalistas, fascistas, comunistas, islamistas, indigenistas, etcétera-, defensor del aborto, del matrimonio gay, del estado laico, de la legalización de las drogas, de la enseñanza de la religión en las escuelas, del mercado y la empresa privada, con debilidades por el anarquismo, el erotismo, el fetichismo, la buena literatura y el mal cine, de mucho sexo y tiroteo. ¿Se agota lo que soy en esa pequeña enumeración en la que, a simple vista, abundan las incoherencias y contradicciones? No. Podría llenar todavía varias páginas más mencionando todo que creo ser y no ser y estoy seguro de que siempre se me quedarían muchas cosas en el tintero. Cada una de ellas me solidariza con buen número de personas y me enemista con otras tantas y de toda esa amalgama de tensiones y fraternidades, que nunca se aquieta, que está siempre rehaciéndose, resulta mi identidad, la única en que me reconozco. Todo el mundo podría decir otro tanto de sí mismo, si se examina con imparcialidad.
Artículo completo en Diario Las Américas