Por qué el Estado sí es el problema. Traducción de Íñigo Azurmendi Muñoa. Prólogo de Juan Velarde. Ciudadela. Madrid, 2008. 366 pp.
He aquí un ensayo de esos que hay que leer "sí o sí" aunque no se compartan sus tesis, porque huye del camino trillado y abre perspectivas nuevas.
En Estados Unidos su publicación levantó una gran polvareda. Thomas E. Woods es un conocido polemista y apologeta católico a quien pocos esperaban ver contraargumentando a Papas como León XIII (1878-1903) y Pío XI (1922-1939), grandes definidores de la doctrina social de la Iglesia, o al mismo Juan Pablo II (1978-2005), considerado refundador de la misma a través de encíclicas como Laborem Exercens (1981), Sollicitudo Rei Socialis (1987) y Centesimus Annus (1991).
A quién se dirige Woods
Por qué el Estado sí es el problema se titula esta obra, que, editada por Ciudadela, sintetiza su contenido en el subtítulo: Una defensa católica de la economía libre. Woods es un encendido partidario de la denominada Escuela Austriaca de Economía, fundada por Carl Menger (1840-1921) y que alcanzaría su máxima perfección formal en la monumental La acción humana, de Ludwig von Mises (1881-1973).
Esta línea de pensamiento presenta una peculiaridad sobre otras defensas del libre mercado: no se basa en su mayor eficacia sobre el socialismo o el intervencionismo mitigado socialdemócrata, sino en la praxeología o ciencia de la elección individual. En cada intercambio el ser humano opta, su opción determina un precio y ese precio es el que permite asignar los recursos de la forma más apta para crear riqueza. Y "la riqueza se crea cuando la inversión de capital permite que se produzca la misma cantidad de bienes de consumo con menos trabajo, liberando de ese modo mano de obra para la producción de otros bienes de consumo, que de lo contrario no habrían sido producidos", sostiene Woods.
Así pues, quien desee un curso acelerado de economía bajo los criterios de la Escuela Austriaca lo tiene en estas páginas, que abordan la formación de precios y salarios, la naturaleza del dinero y la importancia de un patrón para fijar su valor, el papel de los bancos centrales, la inutilidad de la ayuda al desarrollo o las competencias del Estado del Bienestar. En ese sentido el libro de Woods es el perfecto complemento para el de Henry Hazlitt, Economía en una lección, que reseñamos recientemente.
Pero no reside ahí su singularidad. Tampoco en que Woods demuestre que nada hay en esa praxeología opuesto a la doctrina católica. Eso ya lo dejó claro Alejandro A. Chafuen en Economía y ética (Rialp) al encontrar los principios básicos del libre mercado en los escolásticos españoles del siglo XVI, un origen al que Woods remite sin cesar.
Lo peculiar de estas páginas es que se encaran directamente con textos clásicos como las encíclicas Rerum Novarum (1891) o Quadragesimo Anno (1931) de los citados Papas Gioacchino Pecci y Achille Ratti, respectivamente, la Populorum Progressio (1967) de Pablo VI, o algunos párrafos de la antedicha Centesimus Annus (en la cual, sin embargo, Juan Velarde ve -y así lo afirma en su Prólogo, como hace tiempo sostiene en otras sedes- una rectificación en sentido favorable a la economía de libre mercado). Tampoco ahorra ataques Woods a distribucionistas considerados una autoridad en el campo del catolicismo tradicional, como Hilaire Belloc, o a un debelador del libre mercado muy influyente entre los católicos estadounidenses como fue monseñor John Ryan.
¿Se equivocaron los Papas al hablar de economía?
A medida que su argumentación adquiere tintes polémicos -la primera parte resulta más expositiva-, la lectura de esta obra se vuelve apasionante, y se explica la honda huella que ha dejado en el pensamiento católico norteamericano, a favor o en contra de sus tesis.
Para Woods, sumamente respetuoso con el magisterio pontificio, no se trata de cuestionar la autoridad de los Papas al fijar los objetivos morales de la organización social -la justicia en los contratos, la prosperidad de los trabajadores, la extensión de la riqueza, etc.-, sino de liberar la conciencia de los fieles de la Iglesia, y en particular de los economistas, de la sumisión a teorías intervencionistas que son contrarias a esos objetivos.
No es que los Papas hayan defendido jamás el socialismo -eso lo sabe Woods y así lo refleja-, pero en algunas de sus declaraciones han propuesto como esencial al recto orden la intervención de la mano correctora del poder público sobre las incorrecciones del mercado. La tesis de los austriacos (magníficamente expuesta aquí o en la obra de Hazlitt) es que el mercado es un dato de la realidad y de la naturaleza, la cual -como en otros órdenes de la vida- no puede alterarse impunemente. De ahí que, pese al agnosticismo de muchos representantes de dicha Escuela (y pese a algunas evidentes carencias filosóficas de Von Mises en una obra tan luminosa como La acción humana), cada vez son más los estudiosos -Woods entre ellos- que vinculan la praxeología a Santo Tomás de Aquino.
Para nuestro autor, pues, lo que falla en esas encíclicas no es la doctrina moral ni la autoridad de los Papas para fijarla, sino el fundamento científico de sus conclusiones. Tras su crítica late la idea de que la economía es una ciencia como cualquier otra, cuyas conclusiones deben ser respetadas.
No pretende Woods que sea obligatorio para los católicos defender la visión austriaca del libre mercado, sino que siendo como mínimo tan solvente como cualquier otra teoría económica, no se la desacredite como un error moral.
El debate está servido
Estamos ante un ensayo lúcido y coherente, de esos que derriban barreras intelectuales y suscitan en el lector puntos de vista inesperados y motivos para la reflexión y la profundización.
Con el aval académico de Juan Velarde, y la evidente ortodoxia de los planteamientos de Woods, queda abierto un debate muy ignorado en la bibliografía española. Ya sólo por eso este texto ha de ser bienvenido.
Reseña publicada en El Semanal Digital (España)