A mediados de septiembre, El País convirtió en un titular contra José María Aznar la futura publicación de un libro por la editorial de FAES, Gota a Gota: "Aznar se apunta al negacionismo del cambio climatico", rezaba el diario del tambaleante Grupo Prisa. En realidad Planeta azul (no verde), de Václav Klaus, presidente de la República Checa, no es en sentido estricto un libro negacionista del cambio climático,lo que combate esque negar el cambio climático pueda servir para crucificar a alguien. Y en cualquier caso Aznar, que no aparece en el libro para nada, tiene todos los motivos del mundo para apuntarse alas tesis de Klaus, porque resultan sumamente convincentes.
El presidente checo es un brillante economista y su análisis parte de las abundantes y fundamentadas críticas científicasal apocalipsis medioambiental que predica Al Gore. Denominar negacionismo a esas críticas es un mero ejercicio de propaganda destinado a considerar un ser irracional a quien las formule, cuando lo irracional -demuestra Klaus- es frenar el desarrollo industrial y tecnológico de la humanidadporuna mera hipótesis, y encima entregarle a los profetas del cataclismoimportantes parcelas de libertad individual.
Junto a los clásicos estudios del ex-Greenpeace Bjorn Lomborg (El ecologista escéptico y En frío, en Espasa), o el magnífico thriller de Michael Crichton Estado de miedo (Plaza y Janés), en los últimos tiempos se han publicado en España respuestas contudentes a laidea del calentamiento global: recordemos el libro de Jorge Alcalde (director de la revista científica Quo) Las mentiras del cambio climático (LibrosLibres) o la calentamiento del incorrecta políticamente Guía>de Christopher C. Horner (Ciudadela). Estas obras se centran sobre todo en ofrecer al lector datos y testimonios que contradicen las tesis del discurso dominante sobre el fin de la vida en la tierra tal como la conocemos por obra del hombre.
La libertad corre más peligro que el clima
La perspectiva de Klaus es complementaria, aunque no descuida ejemplos ilustrativos, como la evolución de la temperatura entre 1921 y 2006 en una estación meteorológica de Chequia escogida al azar, donde, como en tantos otros casos, los datos no aportan conclusiones significativas. Klaus nos alertamás biende que los profetas del apocalipsis buscan, ante todo y sobre todo, poder; y de que su actuación va a perjudicar a los países emergentes.
Pudo haber al principio, sostiene,buena intención y un sincero deseo de solucionar problemas medioambientales concretosque nadie niega, pero el gigantesco aparato propagandístico del catastrofismo y su asunción por los organismos internacionales (cuyos comités de expertos marginan a los disidentes, en la actitud más anticientífica que pueda concebirse) se ha convertido en algo más: es una ideología "que trata de cambiar radicalmente el mundo, al hombre, su comportamiento, la estructura de la sociedad, el sistema de valores".
El ecologismo ya no tiene nada que ver con las ciencias naturales, sino que es una "ideología metafísica" que sacraliza la Tierra al mismo tiempo que denigra al ser humano como alguien destinado a ponerla a su servicio. El truco para quienes buscan disfrutar de una autoridad despótica, afirma Klaus, es generar pánico y crear una sensación de alarma que convenza a los pueblos de que deben entregar a sus dirigentes (y a la casta intocable de los profetas) un poder absoluto, y además de forma urgente. Y el problema es que lo logran, como muestrael Protocolo de Kyoto.
Las proclamas ecoalarmistas pecan de otra incoherencia, como es hacer previsiones a un siglo vista como si la posición del hombre en el mundo no fuese a cambiar en los próximos cien años, y por tanto no se fuesen a multiplicar las posibilidades de corregir los problemas climáticos reales que tengan su origen cierto en la acción humana. En 1900 eran desconocidos conceptos como aeropuerto, antibiótico, antena, energía nuclear, gen, internet, penicilina o robot, que han construido el siglo XX. Hace sólo dos décadas habría parecido una quimera pensar que todos tendríamos ordenador, DVD y teléfono móvil: ¿qué previsión sobre nuestro estilo devida actual podría haber sido hecha entonces sin resultar ridícula?
Klaus declara sin ambages que a los problemas del medio ambiente (cuando dependan de la mano del hombre)hay que aplicarles el mismo criterio que a cualquier otro poblema que afecte a la organización social: huir de la planificación en beneficio de la "libre acción humana" (Klaus se inscribe en la escuela de Ludwig von Mises). Ya tenemos experiencias dirigistas de sobra como para volver a caer en el mismo error.
Un coste incalculable
El autor de Planeta azul (no verde) defiende que existan una conciencia ecológica yuna preocupación medioambiental,yuna política sensata que responda a ambas. Pero alerta de que "los ecologistas quieren dirigirnos en todo lo posible y también en lo imposible", y si nos entregamos a su creciente poder pueden llevarse por delante la libertad económica, el desarrollo de los países pobres y el dinero de los países ricos (es decir, de sus contribuyentes).
Gore, entregado al extremismo medioambiental puro y duro, exige además esetremendo sacrificiomientras proclama que probablemente ya es demasiado tarde, hagamos lo que hagamos. El coste inmenso desus planes apocalípticos, sostiene Lomborg, retrasaría sólo cinco años (de 2110 a 2115) el ahogamiento de la población de las costas de Bangladesh por la crecida de los mares.
Klaus trufa su alegato de ejemplos científicos concretos que desmontan el argumentario apocalíptico, aunque la esencia de su tesis es más bien económica y política. E incluye un anexo interesantísimo sobre el coste de sustituir una central nuclear concreta por un parque eólicode capacidad equivalente. Ojalá le llegue el eco a José Luis Rodríguez Zapatero y se apunte también al negacionismo: cometería un pecado mortal para El País, pero la electricidad nos saldría más barata. Argumento que deja fríos a quienes, en última instancia y como denuncia Klaus, parecen haber emprendido su cruzada por la Tierra con el Homo Sapiens como enemigo.
Publicado originalmente en El Semanal Digital (España)