Las advertencias no solo afectan a las poblaciones colindantes, sino también a las más de 300.000 personas que, entre julio y agosto, suben cada año los 3.776 metros de este volcán situado a unos 100 kilómetros al suroeste de Tokio.
Al margen de estudios y especulaciones, tanto Shizuoka como la vecina provincia de Yamanashi, que alberga la cara norte del Fuji, tienen designadas tres tipos de zona de riesgo, cada una con protocolos de evacuación en función de las alertas (Amarilla, Naranja o Roja) de la Agencia Meteorológica.
La primera, que comprende áreas hasta a 10 kilómetros de distancia del cráter, es aquella en la que podrían abrirse bocas de erupción y afectar directamente a quienes tratan de alcanzar la cima.
Si la alerta fuera roja o naranja la evacuación debería ser inmediata en las zonas 1 y 2, expuestas a la lava, la caída de rocas y gases volcánicos, pero el mayor peligro, recuerda Iwata, son las riadas de barro que se producirían en invierno al fundirse la nieve del Fuji y que caerían con gran virulencia.
Aunque algunas aldeas están en este área, las tres principales poblaciones que rodean el monte, Fujinomiya (131.000 habitantes), Gotemba (88.000) y Fujiyoshida (50.000) están en la 3, donde la evacuación depende del tipo de erupción y a donde la lava, que se desplaza a unos 3 kilómetros por hora, tardaría un día en llegar.
Sin embargo, los daños económicos serían importantes, tal como reflejó en 2004 una estimación oficial que habla, en el peor de los escenarios, de pérdidas por 2,5 billones de yenes (31.500 millones de dólares) y unas 7.800 personas sin hogar.
La ceniza escupida por el Fuji forzaría además la cancelación de vuelos en los aeropuertos de Tokio y en otros regionales, y al mezclarse con la lluvia aumentaría el riesgo de desprendimientos y avalanchas, lo que amenazaría otros 1.900 hogares en la región.
Además, unos 12,5 millones de personas podrían sufrir problemas respiratorios, tal como sucedió a los habitantes de la antigua Edo (actual Tokio) tras la erupción de 1707.
Aunque en aquella ocasión no vino acompañado de lava, el estallido esparció casi 1.000 millones de metros cúbicos de ceniza por la costa del Pacífico y por lo que hoy es la región de Kanto, donde cayó durante semanas en forma de lluvia negra.
En cualquier caso, los detallados estudios no evitan que centenares de personas acudan cada semana a rezar al santuario sintoista Fujisan Hongu Sengen Taisha situado a los pies del monte, en la localidad de Fujinomiya, y cuyo origen se remonta al año 27 a.C.
Allí están consagrados el propio espíritu del volcán y el de la deidad del agua, encargada de aplacar a la del fuego para que las entrañas del reverenciado y temido Fuji no vuelvan a despertar.
Noticia publicada en El Universo (Ecuador)