Dominada por la pasi�n cient�fica, manten�a, a los veintis�is a�os de edad, una decidida independencia personal. Entonces conoci� a Pierre Curie, cient�fico franc�s. Pierre ten�a treinta y cinco a�os, era soltero y, al igual que Marie, estaba dedicado en cuerpo y alma a la investigaci�n cient�fica. Era alto, ten�a manos largas y sensitivas y una barba poblad�sima; la expresi�n de su cara era tan inteligente como distinguida.

Desde su primer encuentro en un laboratorio, en el a�o 1894, ambos simpatizaron. Para Pierre Curie, la se�orita Sklodowska era una personalidad desconcertante; le asombraba poder hablar con una joven tan encantadora en el lenguaje de la t�cnica y de las f�rmulas m�s complicadas... �Era delicioso! Pierre Curie trat� de hacer amistad con ella y le pidi� permiso para visitarla. Con cordialidad no exenta de reserva, la joven lo recibi� en la habitaci�n modesta que le serv�a de alojamiento. En medio de aquel desv�n casi vac�o, con su rostro de facciones firmes y decididas, y su pobre vestido, Marie nunca hab�a estado tan hermosa. Lo que fascinaba a Pierre no era solo su devoci�n por el trabajo, sino su valor y nobleza de esp�ritu.

A los pocos meses, Pierre Curie le propuso matrimonio. Pero casarse con un franc�s, abandonar para siempre a su familia y su amada Polonia, parec�a imposible para la se�orita Sklodowska. Hubieron de pasar diez meses antes de que Marie aceptara la propuesta.

Pierre y Marie pasaron los primeros d�as de su vida de casados paseando por el campo en bicicletas compradas con dinero que hab�an recibido como regalo de bodas. Com�an frugalmente y se contentaban con un r�gimen de pan, fruta y queso; paraban al acaso en posadas desconocidas, y por el reducido precio de varios millares de golpes de pedal y unos pocos francos para pagar el alojamiento en los pueblos, disfrutaron de una larga luna de miel.

La joven pareja estableci� su hogar en un diminuto apartamento, situado en el n�mero 24 de la calle de la Glaci�re. Estanter�as de libros decoraban las desnudas paredes; en el centro de la habitaci�n ten�an dos sillas y una gran mesa blanca, de madera. Sobre la mesa, tratados de f�sica, una l�mpara de petr�leo y un ramo de flores. Eso era todo.

Poco a poco Marie aprendi� a llevar la casa. Inventaba platos que pod�a preparar en muy corto tiempo. Antes de salir dejaba la llama graduada con la precisi�n propia de un f�sico; echaba una Ultima mirada al puchero puesto a la lumbre y salla corriendo para alcanzar en la escalera a su marido, en compa��a del cual se dirig�a al laboratorio. Un cuarto de hora despu�s pod�an verla graduando la llama de un soplete con la misma precisi�n y cuidado que le eran caracter�sticos.

Durante el segundo a�o de su matrimonio naci� la primera hija, Ir�ne, que con el correr de los a�os ganar�a el premio Nobel. Jam�s pens� Marie Curie que se ver�a en la necesidad de elegir entre el hogar y su carrera cient�fica. Cuidaba de su casa, atend�a a su hijita y preparaba la comida, sin descuidar por ello el trabajo en el laboratorio, trabajo que deb�a llevarla al descubrimiento m�s importante de la ciencia moderna.