Hacia las dos y media de la tarde del jueves 19 de abril de 1906, un d�a opaco y lluvioso, Pierre se despidi� de los profesores de la Facultad de Ciencias, con quienes hab�a almorzado, y sali� bajo la lluvia. Al atravesar la calle Dauphine, pas� distra�do detr�s de un coche de caballos y se interpuso en el camino de un pesado carro que, tirado por un caballo, avanzaba con rapidez. Sorprendido, trat� de asirse al arn�s del bruto, que se encabrit�; los pies del sabio resbalaron sobre el pavimento h�medo; en vano trat� el conductor de detener el veh�culo tirando fuertemente de las riendas: el enorme carro, con todo el peso de sus seis toneladas, sigui� rodando varios metros m�s; la rueda izquierda trasera pas� por encima de Pierre. La polic�a recogi� un cuerpo a�n c�lido del cual acababa de escaparse la vida.

A las seis de la tarde de aquel mismo d�a, Marie, alegre y llena de vida, estaba en el portal de su casa cuando empezaron a llegar visitantes, en los que vagamente percibi� signos de compasi�n. Mientras los amigos le relataban lo que acababa de suceder, Marie permaneci� como petrificada. Al fin de un largo y obstinado silencio movi� los labios para inquirir:

-�Ha muerto Pierre? �Muerto? �No hay ninguna esperanza de vida?

Desde aquel momento, cuando las tres terribles palabras "Pierre ha muerto" llegaban al fondo de su conciencia, Marie se convirti� en un ser incurablemente solo.

Despu�s del funeral de Pierre Curie, el Gobierno franc�s propuso se concediera a la viuda y los hijos del ilustre f�sico una pensi�n nacional. Marie la rechaz�:

-No quiero una pensi�n -dijo-. Soy joven todav�a y capaz de ganar la vida para mi y para mis hijas.

El 13 de mayo de 1906 el Consejo de la Facultad de Ciencias, por decisi�n un�nime, otorg� a la viuda Curie la c�tedra que hab�a desempe�ado su esposo en la Sorbona. Era esta la primera vez que se conced�a tan alta posici�n en la ense�anza universitaria de Francia a una mujer.

Lleg� el d�a de la primera lecci�n que hab�a de dar en la Sorbona Marie Curie; el aula estaba completamente llena, as� como tambi�n los pasillos y corredores de acceso a la clase. En todos los rostros se revelaba la curiosidad. �Cu�les ser�an las primeras palabras de la nueva profesora? �Empezarla expresando su agradecimiento al ministro y al Consejo Universitario? �Evocar�a la memoria de su marido? No pod�a ser de otra manera. La costumbre exig�a que todo nuevo profesor elogiara la tarea de su predecesor...

A la una y media de la tarde se abri� la puerta situada al fondo del aula para dar paso a Marie Curie. Marie se dirigi� a ocupar su sill�n en medio de una tempestad de aplausos, a los que correspondi� con una ligera inclinaci�n de cabeza a manera de saludo. En pie, esper� a que cesara la ovaci�n. Cuando se hizo el silencio, Marie, mirando al frente, inici� as� su lecci�n:

-Cuando consideramos los progresos logrados en los dominios de la F�sica durante los diez a�os �ltimos, nos sorprende el gran avance de nuestras ideas en lo concerniente a la electricidad y a la materia...

Madame Curie hab�a reanudado el curso con la misma frase con que hab�a terminado el suyo Pierre Curie.

Terminada la lecci�n, la profesora, sin una vacilaci�n, sin un titubeo, se retir� tan r�pidamente como hab�a entrado.

La fama de Marie Curie subi� como un cohete y se extendi�. Recib�a diplomas y honores de distintas academias extranjeras. Suecia le concedi� el Premio Nobel de Qu�mica el a�o 1911. Durante m�s de cincuenta a�os no hubo nadie, hombre o mujer, que mereciera esta recompensa por segunda vez.