El liberalismo es una teor�a que se interesa exclusivamente por la actividad terrenal del hombre. Procura, en �ltima instancia, el progreso externo, el bienestar material y no se ocupa directamente, desde luego, de sus necesidades espirituales. No promete al hombre felicidad y contento; simplemente la satisfacci�n de aquellos deseos que, a trav�s del mundo externo, cabe atender. Mucho se ha criticado al liberalismo por esta actitud puramente externa y materialista. �El hombre -se dice- no s�lo vive para comer y beber. Hay necesidades humanas por encima de tener casa, ropa y comida. Las mayores riquezas no dan al hombre la felicidad, pues dejan el alma insatisfecha y vac�a. El gran fallo del liberalismo consisti�, pues, en su despreocupaci�n por las m�s nobles y profundas aspiraciones humanas�.
Quienes as� hablan no hacen sino evidenciar cu�n imperfecto y verdaderamente materialista es su propio concepto de esas tan cacareadas aspiraciones. La pol�tica econ�mica, cualquiera que sea, con los medios que tenga a su disposici�n, puede enriquecer o empobrecer a la gente; lo que est� m�s all� de sus posibilidades es darle la felicidad. En ese terreno, ning�n bien material es suficiente. Sin embargo, un ordenamiento social adecuado puede suprimir m�ltiples causas de dolor y de sufrimiento; puede dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y procurar habitaci�n al que de ella carece. No es que el liberalismo desprecie lo espiritual y, por eso, concentre su atenci�n en el bienestar material de los pueblos. Es que sus aspiraciones son mucho m�s modestas. El liberalismo s�lo aspira a procurar a los hombres las condiciones externas para el desarrollo de su vida interior. Es incuestionable que un hombre moderno de clase media puede atender mejor sus necesidades espirituales que, por ejemplo, un individuo del siglo x, que no pod�a abandonar por un instante la tarea de garantizar su simple subsistencia.
Cierto es que el liberal nada puede argumentar ante quienes consideran como un ideal la pobreza y la libertad de los p�jaros del bosque. En modo alguno los liberales quisieran obstaculizarles alcanzar sus objetivos espirituales. La mayor�a de nuestros contempor�neos, sin embargo, ni comprende ni persigue el ideal asc�tico. Siendo eso as�, �c�mo se puede reprochar al liberalismo su af�n por mejorar el bienestar material de las masas?
El racionalismo
Se acusa al liberalismo de ser racionalista. Se dice que los liberales pretenden ordenarlo todo de un modo l�gico, olvidando los sentimientos y las irracionalidades.
No niega, desde luego, el liberalismo que las gentes proceden, a veces, de modo irracional. Si los hombres actuaran siempre racionalmente, resultar�a superfluo el exhortarles a proceder de acuerdo con los dictados de la raz�n. Desde luego, el liberal no dice que el hombre s�lo se mueva por la inteligencia; lo que asegura es que a los hombres, en aras de su inter�s bien entendido, les conviene actuar de modo racional. El liberalismo s�lo aspira es que se le conceda la misma preeminencia a la raz�n en la pol�tica social que en todas las dem�s esferas de la acci�n humana. Pocos considerar�an sensata la actitud del paciente que le dijera a su m�dico: �Doctor, comprendo que lo que me aconseja es bueno pero mis sentimientos no me permiten seguir sus indicaciones. Lo que yo deseo es lo que me hace da�o�.
Para alcanzar cualquier objetivo que nos hayamos propuesto, siempre procuramos actuar razonablemente. Quien pretenda atravesar una v�a f�rrea no elegir� para hacerlo el momento en que pasa el tren; y quien est� cosiendo un bot�n cuidar� de no pincharse el dedo. En cada esfera de la actividad humana, se han descubierto las t�cnicas adecuadas para conseguir ciertos objetivos. Todo el mundo coincide en la necesidad de dominar las t�cnicas que van a permitir vivir mejor. Es por eso que se rechaza como charlatanes a los que pretenden ejercer una profesi�n u oficio sin la oportuna maestr�a.
En lo tocante a la pol�tica social, sin embargo, parece como si este planteamiento tuviera que ser distinto. Por lo visto, en este terreno los sentimientos y los impulsos deben de prevalecer sobre la raz�n. La cuesti�n de c�mo debe iluminarse una ciudad se discute y se resuelve con arreglo a la raz�n y a la l�gica. Pero en cuanto se trata de completar el tema y decidir si la correspondiente central el�ctrica debe ser de propiedad privada o municipal, toda raz�n y toda l�gica desaparecen; ya no se apela m�s que a sentimientos, a cosmovisiones y, en definitiva, a lo irracional. �Por qu�? Nos preguntamos en vano.
El ordenar la sociedad para facilitar que los hombres puedan alcanzar sus metas no es un problema excesivamente complicado. Es menos complejo que tender ferrocarriles, producir tejidos o construir plantas el�ctricas. Desde luego, la pol�tica y el gobierno tienen mayor importancia que otros temas de la actividad humana porque establecen el orden social que constituye la base de todo lo dem�s. La gente s�lo puede prosperar y alcanzar sus objetivos bajo una organizaci�n propicia a esos fines. Pero, por elevada que situemos la esfera de lo pol�tico y social, estaremos de acuerdo en que los asuntos a tratar son de naturaleza puramente humana, debiendo, en su consecuencia, ser abordados de forma exclusivamente racional.
Indudablemente, nuestra capacidad de comprensi�n es harto limitada. Jam�s llegaremos a develar los secretos �ltimos y m�s profundos del universo. Pero el que no consigamos desentra�ar la raz�n de nuestra existencia, en nada impide recurrir a los medios m�s adecuados para conseguir alimentos o ropa. Debemos, pues, por la misma raz�n, organizar la sociedad de acuerdo con las normas m�s efectivas para alcanzar nuestros fines. No son, en verdad, tan elevados, grandiosos o ben�ficos el estado y el orden legal, el gobierno y la administraci�n p�blica, como para atemorizarnos y hacernos renunciar a someter tales instituciones a la prueba de la racionalidad. Los problemas que la pol�tica social suscita son simples cuestiones tecnol�gicas; hay que abordarlos por las mismas v�as y con los mismos m�todos que para resolver todos los dem�s problemas cient�ficos, es decir, mediante la reflexi�n racional y la adecuada observaci�n de las circunstancias existentes (ver La Arrogancia Fatal). El raciocinio confiere condici�n humana al hombre; es lo que le diferencia y eleva por encima de las bestias. �Qu� motivo hay para que, en el terreno del ordenamiento social, hayamos de renunciar al arma de la l�gica, apelando, en cambio, a vagos y confusos sentimientos?