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Noticias | M�dicas | Las ra�ces psicol�gicas del antiliberalismo

La meta del liberalismo

Publicado: Miércoles, 21/2/2007 - 17:25  | 2255 visitas.

The Scream por Eduard Munch
The Scream por Eduard Munch
Imagen: Agencias / Internet
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Suele la gente pensar que el liberalismo se distingue de otras tendencias pol�ticas en que procura beneficiar a determinada clase, la constituida por los poseedores, los capitalistas y los grandes empresarios, en perjuicio del resto de la poblaci�n. Esa suposici�n es completamente err�nea. El liberalismo ha pugnado siempre por el bien de todos. Tal es el objetivo que los utilitaristas ingleses pretend�an describir con su no muy acertada frase de �la m�xima felicidad, para el mayor n�mero posible�. Desde un punto de vista hist�rico, el liberalismo fue el primer movimiento pol�tico que quiso promover no el bienestar de grupos espec�ficos sino el general. Difiere el liberalismo del socialismo -que igualmente proclama su deseo de beneficiar a todos- no en el objetivo perseguido, sino en los medios empleados.

Hay, sin embargo, quienes opinan que las consecuencias del liberalismo, por la propia naturaleza del sistema, al final resultan favoreciendo los intereses de una clase espec�fica. Esa afirmaci�n merece ser discutida. Uno de los objetivos de esta obra es demostrar que carece de fundamento.

Cuando el m�dico prohibe al paciente ingerir determinados alimentos, nadie piensa que le tiene odio ni que, si de verdad lo quisiera, le permitir�a disfrutar los manjares prohibidos. Todo el mundo comprende que el doctor aconseja al enfermo apartarse de esos placeres simplemente porque desea que recupere la salud. Sin embargo, cuando se trata de pol�tica social, las cosas cambian extra�amente. En cuanto el liberal se pronuncia contra ciertas medidas demag�gicas, porque conoce sus da�inas consecuencias sociales, inmediatamente lo acusan de enemigo del pueblo, mientras se vierten elogios y alabanzas sobre demagogos que abogan por medidas que a todos gustan sin comprender sus inevitables perjuicios.

La actividad racional se diferencia de la irracional en que implica moment�neos sacrificios. No son estos sino sacrificios aparentes, pues quedan ampliamente compensados por sus favorables resultados. Quien renuncia a ingerir delicioso pero perjudicial alimento efect�a provisional, aparente sacrificio. El resultado de tal actuaci�n, conseguir la salud, pone de manifiesto que el sujeto no s�lo no ha perdido, sino que ha ganado. Para actuar de tal modo se precisa, no obstante, advertir la correspondiente relaci�n causal. Y de esto se aprovecha el demagogo. Ataca al liberal que sugiere provisionales y aparentes sacrificios, acus�ndolo de enemigo del pueblo, carente de coraz�n, mientras �l se erige en el gran defensor de las masas. Sabe bien c�mo tocar la fibra sensible del pueblo, c�mo hacer llorar al auditorio describiendo tragedias y, de esa forma, justificar sus planes.

La pol�tica antiliberal es simplemente una pol�tica de consumo de capital. Aumenta la provisi�n presente a costa de la futura. Es el mismo caso del ejemplo del enfermo. El precio a pagar por la moment�nea gratificaci�n es un grave da�o posterior. Hablar, en tal caso, de dureza de coraz�n frente a filantrop�a resulta, sin duda, deshonesto y mendaz. Y esto no es tan s�lo aplicable a nuestros pol�ticos y periodistas antiliberales de hoy, pues la cosa ya viene de antiguo; la mayor parte de los autores partidarios de la prusiana sozialpolitic recurr�an a las mismas tretas.

Por supuesto, que en el mundo haya pobreza y estrechez no constituye un argumento v�lido contra el liberalismo, pese a lo que pueda pensar el embotado lector medio de revistas y peri�dicos. Esa penuria y esa necesidad son, precisamente, las lacras que el liberalismo quiere suprimir, proponiendo, al efecto, los �nicos remedios realmente eficaces. Quien crea conocer otro camino, que lo demuestre. Lo inaceptable es eludir la demostraci�n vociferando que a los liberales no les importa el bien com�n y que tan s�lo les preocupa el bienestar de los ricos.

La naturaleza no regala nada. Todo lo contrario. Es avara, brutal, despiadada. Es por eso que la pobreza ha existido siempre. Para valorar los triunfos liberales y capitalistas basta comparar nuestro nivel de vida actual con el que prevaleci� en todas partes y durante toda la historia de la humanidad hasta la edad moderna. Las sociedades en que se aplican principios liberales suelen calificarse de capitalistas y capitalismo se denomina el r�gimen que en ellas impera. Sin embargo, hoy en d�a resulta dif�cil demostrar la enorme potencialidad social del capitalismo puesto que la pol�tica econ�mica liberal s�lo se aplica muy parcialmente. Con todo, se puede denominar justamente a nuestra �poca la edad del capitalismo, ya que toda la actual riqueza proviene de la operaci�n de instituciones t�picamente capitalistas. La mayor�a de nuestros contempor�neos gozan de un nivel de vida muy superior al que los m�s ricos y privilegiados disfrutaban hace tan s�lo unas pocas generaciones. Ha sido as� gracias a las ideas liberales que a�n sobreviven y a lo que del capitalismo queda.

Los demagogos, desde luego, con su habitual ret�rica, presentan las cosas de modo diametralmente opuesto. Los adelantos en los m�todos productivos -dicen- sirven tan s�lo para enriquecer cada vez m�s a las minor�as favorecidas por la fortuna, mientras las masas van hundi�ndose en una pobreza creciente. La m�s m�nima reflexi�n, sin embargo, demuestra que todos los progresos t�cnicos e industriales se orientan hacia el enriquecimiento y progreso de los humildes. Los ricos y poderosos siempre han vivido bien. Pero, en el mundo moderno, las grandes industrias de bienes de consumo e, indirectamente, las que fabrican maquinaria y productos semiterminados trabajan para las masas.

Los enormes progresos industriales de las �ltimas d�cadas, as� como los del siglo XVIII y los de la llamada revoluci�n industrial invariablemente dieron lugar a una mejor satisfacci�n de las necesidades de las masas. El desarrollo de la industria textil, la mecanizaci�n del calzado, las mejoras en la conservaci�n y transporte de los alimentos benefician a una clientela cada d�a m�s amplia. Es por eso por lo que las gentes visten y comen hoy mejor que nunca. La producci�n masiva no s�lo procura casa, comida y ropa a los m�s humildes, sino que tambi�n atiende a otras muchas necesidades populares. La prensa y el cine gratifican a muchos; el teatro y otras manifestaciones art�sticas, antes s�lo de minor�as, se han transformado en espect�culos de masas.

La apasionada propaganda antiliberal, que retuerce los hechos, ha dado lugar, sin embargo, a que las gentes asocien los conceptos de liberalismo y capitalismo con la imagen de un mundo sumido en una pobreza creciente. No consiguieron los demagogos, a pesar de tanta palabrer�a, dar a los t�rminos �liberal� y �liberalismo� un tono verdaderamente peyorativo, como era su deseo. Las gentes, pese a tanto lavado de cerebro, siguen viendo cierta asociaci�n entre aquellos vocablos y la palabra �libertad�. Por eso los escritos antiliberales no atacan demasiado al �liberalismo�, prefiriendo atribuir al �capitalismo� todas las infamias que, en su opini�n, engendra realmente el liberalismo. Porque el vocablo capitalismo evoca en las gentes la figura de un patrono sin entra�as que no piensa m�s que en su enriquecimiento personal, aunque sea a costa de los dem�s.

En realidad, son pocos los que se dan cuenta de que el orden social estructurado de acuerdo con los aut�nticos principios liberales s�lo deja un camino a los empresarios y capitalistas para enriquecerse, a saber, el atender del mejor modo posible las necesidades de la gente. La propaganda antiliberal, desde luego, lejos de evocar el capitalismo cuando alude a la prodigiosa elevaci�n del nivel de vida de las masas, s�lo lo cita cuando denuncia la pobreza existente, que no se ha podido superar, precisamente, por las limitaciones impuestas a los principios liberales. ... Los argumentos empleados por la demagogia para echar la culpa al liberalismo de cuantos perjuicios ocasionan las medidas antiliberales es m�s o menos como sigue.

Se comienza por afirmar, sin demostraci�n alguna, que el liberalismo favorece los intereses de capitalistas y empresarios, con el correspondiente perjuicio para el resto de la poblaci�n, de suerte que progresivamente se va enriqueciendo a los ricos y depauperando a los pobres. Se dice, despu�s, que muchos capitalistas y empresarios son partidarios del proteccionismo arancelario, habiendo algunos, incluso, como los fabricantes de armamentos, que recomiendan una pol�tica de �preparaci�n b�lica�. De tal concatenaci�n surge, de pronto, la conclusi�n de que todo ello es consecuencia de la �propia mec�nica capitalista �.

La verdad, sin embargo, es bien distinta. El liberalismo no trabaja en favor de grupo alguno, sino en inter�s de la humanidad entera. Sin duda, le conviene al empresario o capitalista pero tanto como a cualquier otro (ver Indice de la libertad econ�mica). Es m�s, si alg�n empresario o capitalista pretendiera ocultar sus conveniencias personales tras la m�scara del programa liberal, r�pidamente se alzar�an contra tal prop�sito los dem�s empresarios y capitalistas, defendiendo su propio inter�s. No son tan simples las cosas como suponen quienes s�lo ven �conveniencias� e �intereses creados�. El que el gobierno no imponga pongamos por caso, una tarifa proteccionista a la importaci�n de los productos sider�rgicos no puede explicarse diciendo que tal medida beneficia a los magnates del acero por una sencilla raz�n: porque hay gente en el pa�s, incluso empresarios, a quienes la medida perjudica. En el capitalismo nunca puede dominar un s�lo inter�s o una sola voz. Tampoco hablar de sobornos, pues los que son corrompidos por tales medios son una minor�a.

La ideolog�a en que se ampara la tarifa proteccionista no la crean ni las �partes interesadas� ni los sobornados, sino los ide�logos que engendran pensamientos que luego, por desgracia, determinar�n la actividad del pa�s entero. La gente argumenta en antiliberal, por ser la idea que prevalece; hace cien a�os, en cambio y por la misma raz�n, la mayor�a pensaba en t�rminos liberales. Si hay empresarios favorables al proteccionismo, ello no es sino consecuencia del antiliberalismo que todo lo domina. (ver Conflicto de Visiones). Tal hecho, desde luego, nada tiene que ver con la doctrina liberal.

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