En el presente libro, por supuesto, s�lo vamos a abordar el problema de la cooperaci�n social. Sin embargo, la ra�z del antiliberalismo no puede ser aprehendida por v�a de la raz�n pura, pues no es de orden racional, constituye, por el contrario, el fruto de una disposici�n mental patol�gica, que brota del resentimiento, de una condici�n neurast�nica, que cabr�a denominar el complejo de Fourier, en recuerdo del conocido socialista franc�s.
No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidia. Gran n�mero de los enemigos del capitalismo sabe perfectamente que su situaci�n personal se perjudicar�a bajo cualquier otro orden econ�mico. Sin embargo, propugnan la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, tambi�n van a padecer. �Cu�ntas veces o�mos decir que la penuria socialista resultar� f�cilmente soportable porque, bajo ese sistema, nadie va a disfrutar de mayor bienestar!
Cabe, desde luego, combatir el resentimiento con argumentos l�gicos. Puede hac�rsele ver al resentido que a �l lo que le interesa es mejorar su propia situaci�n, independientemente de que los otros prosperen m�s. El complejo de Fourier, en cambio, resulta m�s dif�cil de combatir. Estamos, ahora, ante una grave enfermedad nerviosa, una aut�ntica neurosis, cuyo tratamiento compete m�s al psiquiatra que al legislador. Constituye, sin embargo, una circunstancia que debe ser tenida en cuenta al enfrentarse con los problemas de nuestra actual sociedad. La ciencia m�dica, por desgracia, se ha ocupado muy poco del complejo de Fourier. Se trata de un tema que casi pas� inadvertido a Freud.
En esta vida, es muy dif�cil alcanzar todo lo que se ambiciona. No lo consigue ni uno en un mill�n. Los grandiosos proyectos juveniles, aunque la suerte los acompa�e, cristalizan muy por debajo de lo previsto. Mil obst�culos destrozan planes y ambiciones y la capacidad personal resulta insuficiente para conseguir aquellas altas cumbres que uno pens� escalar f�cilmente. Ese fracaso de las m�s queridas esperanzas es el drama diario del hombre. Es la percepci�n de la propia incapacidad para conseguir metas ardientemente ambicionadas. Nos sucede a todos.
Ante esa realidad, se puede reaccionar de dos formas. Goethe, con su sabidur�a pr�ctica, nos ofrece una soluci�n: �Crees t�, acaso, que deba odiar la vida y refugiarme en el desierto simplemente porque no fructificaron todos mis infantiles sue�os?, dice su Prometeo. Y Fausto en �la mayor ocasi�n�, �como sabio resumen�, advierte que: No merece disfrutar ni de la libertad ni de la vida quien no sepa reconquistarlas todos los d�as.
Ninguna desgracia puede mellar ese esp�ritu. Quien acepte la vida como es en realidad, resisti�ndose a que la misma lo avasalle, no necesita recurrir a �piadosas mentiras� que gratifiquen su atormentado ego. Si no llega el triunfo tan largamente a�orado, si el destino, en un abrir y cerrar de ojos, desarticula lo que tantos a�os de duro trabajo cost� estructurar, no hay m�s remedio que seguir laborando como si nada hubiera pasado. As� act�a quien osa mirar cara a cara al desastre y no desesperar jam�s.
El neur�tico, en cambio, no puede soportar la realidad de la vida. Le resulta demasiado dura, agria, grosera. A diferencia de la persona sana, carece de la capacidad para �seguir adelante, siempre, como si tal cosa�. Su debilidad se lo impide. Prefiere escudarse tras meras ilusiones. La ilusi�n, seg�n Freud, �es algo deseado, una especie de consolaci�n� que se caracteriza �por su inmunidad ante el ataque de la l�gica y de la realidad�. Por eso no es posible curar a quien sufre de ese mal apelando a la l�gica o a la demostraci�n del error en que aqu�l se debate. Ha de ser el propio sujeto quien se automedique, llegando a comprender �l mismo las razones que le inducen a rehuir la realidad, prefiriendo acogerse a vanas enso�aciones.
La teor�a de las neurosis es la �nica que puede explicar el �xito de las ideas de Fourier. No vale la pena transcribir aqu� pasajes de sus escritos para demostrar su locura. Eso s�lo interesa al psiquiatra. Pero recordemos que el marxismo no a�ade nada nuevo a lo que ya dijera Fourier, el �ut�pico�. Al igual que Fourier, el marxismo parte de dos suposiciones contradichas tanto por la l�gica como por la realidad experimental. El escritor socialista supone, en efecto, que el �substrato material� de la producci�n �ofrecido por la naturaleza, sin necesidad de la intervenci�n del esfuerzo humano�, es tan abundante que no precisa ser economizado y de ah� la confianza marxista en un �crecimiento pr�cticamente ilimitado de la producci�n�. Supone, por el otro lado, que en la comunidad socialista el trabajo �dejar� de ser una carga para transformarse en un placer�, hasta el punto de que �llegar� a constituir la principal exigencia vital�. Estamos, desde luego, en el reino de Jauja, donde todos los bienes son superabundantes y el trabajo constituye pura diversi�n.
El marxista, desde las ol�mpicas alturas de su �socialismo cient�fico�, desprecia el romanticismo. Sus procedimientos, sin embargo, son los mismos. En vez de hallar la forma de superar los obst�culos que le impiden alcanzar los fines apetecidos, los escamotea, perdi�ndolos de vista entre las brumas de la fantas�a. La �mentira piadosa� tiene doble utilidad para el neur�tico. Lo consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abri�ndole, por otro, la perspectiva de futuros �xitos. En el caso del problema social, el �nico que en estos momentos nos interesa, lo consuela la idea de que, si no pudo alcanzar las doradas cumbres ambicionadas, no fue culpa suya sino del defectuoso orden social imperante. El descontento conf�a en que la desaparici�n del sistema social le deparar� el �xito que anteriormente no consiguiera. Por eso, resulta in�til demostrarle que la so�ada utop�a es imposible. El neur�tico se aferra a su tan querida �mentira piadosa y, en el trance de renunciar a �sta o a la l�gica, sacrifica la segunda Su vida, sin el consuelo del ideario socialista le resultar�a insoportable porque, como dec�amos, el marxismo le asegura que no es responsable de su propio fracaso; la responsabilidad es de la sociedad. Eso lo libera del sentimiento de inferioridad.
El socialismo, para nuestros contempor�neos, constituye un divino elixir frente a la adversidad; algo de lo que le pasaba al cristiano de otrora, que soportaba mejor las penas terrenales confiando en un feliz mundo ulterior, donde los �ltimos ser�an los primeros. Sin embargo, la promesa socialista tiene consecuencias muy distintas. La cristiana induc�a a las gentes a llevar una conducta virtuosa. El partido, en cambio, le exige a sus seguidores una disciplina pol�tica absoluta, para acabar pag�ndole con esperanzas fallidas e inalcanzables promesas.
Este es el eterno hechizo de la promesa socialista. Sus partidarios est�n convencidos de que, tan pronto como el socialismo se implante, conseguir�n todo lo que hasta entonces no hab�an logrado. Los escritos socialistas no s�lo prometen riqueza para todos, sino tambi�n amor, felicidad conyugal, pleno desarrollo f�sico, espiritual y la aparici�n por doquier de grandes talentos art�sticos y cient�ficos. Trotsky aseguraba que en la sociedad socialista, �el hombre medio llegar� a igualarse a un Arist�teles, un Goethe o un Marx. Y, por encima de tales cumbres, se alzar�n otras a�n mayores�. El para�so socialista ser� el reino de la perfecci�n, poblado por superhombres totalmente felices. Esas son las idioteces que rezuma la literatura socialista. Pero es precisamente ese desvar�o lo que atrae y convence a la mayor�a.
No hay, desde luego, en el mundo, psiquiatras suficientes para atender a todos los infectados por el complejo de Fourier. Su n�mero es excesivo. Tienen que tratar de curarse ellos mismos, reconociendo la realidad de la vida. Cada uno de nosotros tiene que afrontar su propio destino, es indigno buscar chivos expiatorios y es necesario comprender las inconmovibles leyes de la cooperaci�n social.
Ludwig von Mises (1881-1973)
Economista, nacido en Austria, fue el primer miembro de la segunda generaci�n de la escuela austr�aca, y el m�s ardiente defensor del liberalismo tradicional. Ense�� en la Universidad de Viena de 1913 a 1934. Con el ascenso del nazismo tuvo que abandonar su c�tedra y emigrar a Suiza. En 1940 fue profesor de la Universidad de Nueva York donde trabaj� hasta fines de los a�os 60. Aunque no tan famoso como su disc�pulo F. A. Hayek, su teor�a de la acci�n humana o praxeolog�a a tenido una amplia influencia. Sus obras m�s famosas son Teor�a del dinero y el cr�dito y La acci�n humana.
Las p�ginas de Mises que presentamos en www.neoliberalismo.com son la introducci�n de su libro Liberalismo aparecido en 1927. En 1951, cuando el profesor T. P.Hamilius, de Luxemburgo, solicit� un ejemplar de Liberalismo al editor Gustav Fischer en Jena, en la Rep�blica Democr�tica Alemana, los representantes de la empresa respondieron diciendo que no pod�an atender su solicitud porque �Por orden de las autoridades, todas las copias de dicho texto tuvieron que ser destruidas�. Hoy, casi medio siglo despu�s, el libro se sigue leyendo. La que desapareci� fue la llamada Rep�blica Democr�tica Alemana.