Por Alberto Benegas Lynch
Numerosas universidades incluyen en sus programas las propuestas keynesianas y no como conocimiento hist�rico de otras corrientes de pensamiento, sino como recomendaciones de la c�tedra.
Todas las acciones pol�ticas, cualquiera sea su color, son consecuencia de previas elucubraciones intelectuales que influyen sobre la opini�n p�blica que, a su turno, le abren caminos a los buscadores de votos. John Maynard Keynes escribi� con raz�n que �Las ideas de los economistas y de los fil�sofos pol�ticos, tanto cuando est�n en lo cierto como cuando no lo est�n, son m�s poderosas de lo que se supone corrientemente. Verdaderamente, el mundo se gobierna con poco m�s. Los hombres pr�cticos, que se creen completamente libres de toda influencia intelectual, son generalmente esclavos de alg�n economista difunto�.
El p�rrafo no puede ser m�s ajustado a la realidad. Keynes ha tenido y sigue teniendo la influencia mas nefasta de cuantos intelectuales han existido hasta el momento. Mucho mas que Marx, quien debido a sus inclinaciones violentas y a su radicalismo frontal ha ahuyentado a mas de uno. Keynes, en cambio, patrocinaba la liquidaci�n de la sociedad abierta con recetas que, las m�s de las veces, resultaban mas sutiles y dif�ciles de detectar para el incauto debido a su lenguaje alambicado y tortuoso.
Los ejes centrales de su obra mas difundida (Teor�a general de la ocupaci�n, el inter�s y el dinero) consisten en la alabanza del gasto estatal, el d�ficit fiscal y el recurrir a pol�ticas monetarias inflacionistas para �reactivar la econom�a� y asegurar el �pleno empleo� ya que nos dice en ese libro que �La prudencia financiera est� expuesta a disminuir la demanda global y, por tanto, a perjudicar el bienestar�.
Tal vez los trabajos mas l�cidos sobre Keynes est�n consignados en el noveno volumen de las obras completas del premio Nobel en Econom�a F.A. Hayek (The University of Chicago Press, 1995) y en el meduloso estudio de H.Hazlitt traducido al castellano como Los errores de la nueva ciencia econ�mica (Madrid, Aguilar, 1961). Numerosas universidades incluyen en sus programas las propuestas keynesianas y no como conocimiento hist�rico de otras corrientes de pensamiento, sino como recomendaciones de la c�tedra. Personalmente, en mis dos carreras universitarias y en mis dos doctorados tuve que estudiar una y otra vez las reflexiones keynesianas en el mencionado contexto. Todos los estatistas de nuestro tiempo han adoptado aquellas pol�ticas, unas veces de modo expl�cito y otras sin conocer su origen. Incluso en Estados Unidos irrumpi� el keynesianismo mas crudo durante las presidencias de Roosevelt: eso era su �New Deal� que provoc� un severo agravamiento de la crisis del treinta, generada por las anticipadas f�rmulas de Keynes aplicadas ya en los Acuerdos de G�nova y Bruselas donde se abandon� la disciplina monetaria.
Las terminolog�as y los neologismos mas atrabiliarios son de su factura. No quiero cansar al lector con las incoherencias y los galimat�as de Keynes, pero veamos s�lo un caso, el que bautiz� como �el multiplicador�. Sostiene que si el ingreso fuera de 100, el consumo de 80 y el ahorro 20, habr� un efecto multiplicador que aparece como resultado de dividir 100 por 20, lo cual da 5. Y pr�stese atenci�n porque aqu� viene la magia de la acci�n estatal: afirma que si el Estado gasta 4 eso se convertir� en 20, puesto que 5 por 4 es 20 (sic). Ni el keynesiano m�s entusiasta ha explicado jam�s como multiplica ese �multiplicador�.
En definitiva, Keynes apunta a �la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresi�n acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital�. Resulta sumamente claro y espec�fico lo que escribi� como pr�logo a la edici�n alemana de la obra mencionada, en 1936, en plena �poca nazi: �La teor�a de la producci�n global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho m�s f�cilmente a las condiciones de un Estado totalitario que la producci�n y distribuci�n de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y un grado considerable de laissez-faire�.
Publicado originalmente en Diario de Am�rica (EEUU)