En un reciente art�culo de prensa, Manuel Soler, catedr�tico de la Universidad de Granada y presidente de la Sociedad Espa�ola de Biolog�a Evolutiva, alertaba acerca del incremento de los ataques contra la teor�a evolutiva de Charles Darwin, transformados en ese nuevo disfraz del viejo creacionismo fundamentalista y reaccionario iniciado por el obispo Samuel Wilberforce en 1860, que nos llega ahora desde Am�rica de la mano de los neocons y con la m�scara del "dise�o inteligente". A pesar de todo, las pruebas que la investigaci�n cient�fica aporta cada d�a refuerzan cada vez m�s los s�lidos fundamentos pr�cticos con los que el naturalista ingl�s afianz� el inevitable esfuerzo especulativo que toda formulaci�n te�rica exige. Por ello, en 2009 el mundo cient�fico celebrar� el bicentenario del nacimiento de Darwin como merece la figura de quien con su trabajo investigador cambi� la concepci�n del mundo. Prepar�ndonos para el bicentenario, comienzan algunos interesantes movimientos que nos permiten columbrar la vasta obra cient�fica del naturalista ingl�s y el poco conocimiento que de la misma se tiene en nuestro pa�s.
Escribi� Proust que hay menos ideas que hombres, pero no es menos cierto que las ideas de unos pocos hombres llenan el vac�o intelectual de otros muchos. Y eso es lo que ocurri� con Darwin: a partir de un joven atolondrado �que ser�a la verg�enza de su familia� en palabras de su propio padre; a partir de un seminarista timorato creyente en el origen divino de la creaci�n, el viaje de cinco a�os (1831-1836) en el buque de investigaci�n naval HMS Beagle, junto con la lectura accidental del Ensayo sobre el principio de la poblaci�n, de Malthus, forjaron un naturalista agn�stico cuya teor�a de la evoluci�n trastocar�a conceptualmente el mundo y servir�a de punto de partida para la tarea intelectual todav�a inconclusa de varias generaciones de acad�micos, cient�ficos y pensadores.
Las obras completas de Darwin est�n disponibles, desde el pasado mes de abril y por primera vez, en Internet (http://darwin-online.org.uk). Por su parte, la editorial del Consejo Superior de Investigaciones Cient�ficas acaba de publicar la Bibliograf�a cr�tica ilustrada de las obras de Darwin en Espa�a (1857-2005), que, m�s all� de su importancia como imprescindible herramienta bibliogr�fica, nos ruboriza al comprobar que la mayor parte de los libros del naturalista ingl�s siguen in�ditos en lengua espa�ola: de los 17 libros publicados por �l s�lo cinco se han traducido a nuestra lengua. Estamos, pues, de enhorabuena al conocer la decisi�n de la editorial Laetoli de comenzar una Biblioteca Darwin con la publicaci�n el pasado mes de abril de "La fecundaci�n de las orqu�deas", anunciando al mismo tiempo su intenci�n de dar a conocer en espa�ol el resto de la obra darwiniana.
Con la excepci�n de sus primeros trabajos como ge�logo en ciernes (su hip�tesis acerca del origen de los arrecifes de coral todav�a no ha sido refutada), toda la obra de Darwin est� encaminada a sostener una teor�a que �l, un conservador burgu�s convertido muy a su pesar en un revolucionario de las ideas, sab�a que resultaba escandalosa en los puritanos tiempos del victorianismo ingl�s. Tanto su trabajo sistem�tico sobre los percebes que le ocup� obsesivamente durante los a�os previos a la publicaci�n de "El origen de las especies", como el tratado sobre la reproducci�n de las orqu�deas, se sit�an en esa l�nea de meticuloso apuntalamiento de su teor�a de la evoluci�n. Pero si el estudio de esos aburridos crust�ceos que son los inm�viles cirr�pedos le produjo un inmenso hartazgo (�odio al percebe como ning�n hombre lo ha odiado jam�s� afirm� al concluir su monograf�a), el estudio de la sexualidad de las orqu�deas y de las maravillosas estratagemas elaboradas por ellas para seducir como enamorados a sus insectos polinizadores, le satisficieron enormemente: �No se puede imaginar el placer que me ha proporcionado el estudio de las orqu�deas�, escribi� en una carta a su amigo el bot�nico ingl�s Hooker.
La fecundaci�n de las orqu�deas no es un texto t�cnico de inter�s limitado para bot�nicos y naturalistas, sino una excelente obra de divulgaci�n y del retrato que refleja al observador inquieto, meticuloso y paciente, al experimentador concienzudo, puntilloso, exhaustivo y minucioso en que se hab�a convertido Darwin en su afanosa b�squeda de las pruebas que avalasen el inmenso trabajo que ocupaba toda su vida: la demostraci�n de que la evoluci�n era un hecho incontestable, y la defensa de la selecci�n natural como el mecanismo fundamental de aquella. Pero, adem�s, �ste fue el primero de los libros de Darwin sobre la bella sencillez de las piezas que componen la naturaleza, sobre la evoluci�n de lo secreto y de lo aparentemente inexplicable. Porque escudri�ar meticulosamente los prodigiosos arcanos de la naturaleza para racionalizarlos, para descifrar lo indescifrable, era lo que agudizaba la insaciable curiosidad de Charles Darwin.
En "El pulgar del panda", Gould identific� el tratado sobre las orqu�deas como un episodio fundamental en la campa�a de Darwin a favor de la evoluci�n, porque lejos de esa perfecci�n en el dise�o que sosten�an los te�logos naturales, siempre tan propensos a cantar los milagros del Creador-Ingeniero que tanto alababa William Pailey, la naturaleza avanzaba m�s torpemente, a trancas y barrancas, a la manera del "relojero ciego" de Richard Dawkins. Con un lenguaje un tanto morigerado muy propio de la �poca, Darwin critic� a los te�logos naturales y a sus ideas creacionistas sobre el origen de las partes de las flores, es decir, la insostenible idea que los ultraconservadores norteamericanos llaman dise�o inteligente: �En un futuro no muy lejano�, escribi� en aquellas fechas a Hooker, �los naturalistas escuchar�n con sorpresa, quiz�s con mofa, que en tiempos anteriores hombres serios y cultivados mantuvieron que estos �rganos fueron especialmente creados y dispuestos en su lugar adecuado como platos en una mesa por una mano omnipotente para completar el esquema de la naturaleza�.
Hasta la monograf�a del naturalista ingl�s las orqu�deas eran consideradas como la creaci�n m�s excelsa, sublime y perfecta de la mano de Dios, por lo que Darwin -siempre empe�ado en subrayar que �los fen�menos naturales pueden ser explicados sin recurrir a los agentes sobrenaturales�, un aserto que nunca le perdon� el capit�n del Beagle, Robert FitzRoy- quiso demostrar que incluso aquellas plantas tan extraordinarias pod�an explicarse como resultado de una maravillosa suma de adaptaciones evolutivas. Y es que para Darwin era completamente inveros�mil concebir un Dios que hubiera creado a todas y cada una de las especies de orqu�deas y a los prodigiosos y fascinantes mecanismos con que embaucaban a los insectos que hab�an arteramente enamorado.
Publicado originalmente en Ideal (Espa�a)