Dec�a Hayek que hab�a dos tipos de mentes: las mentes rompecabezas y las mentes maestras. Las primeras, de las que el propio Hayek se consideraba un caso extremo, sufr�an de una inherente incapacidad para memorizar un gran n�mero de teor�as y de datos, pero a cambio ten�an la habilidad de establecer de manera intuitiva conexiones entre multitud de disciplinas que nadie m�s pod�a ver (podr�amos llamarlas para mayor simplicidad mentes creativas).
Las segundas pod�an memorizar al detalle todas las teor�as y los hechos que giraban alrededor de un asunto concreto y gracias a ello formulaban, tras un dilatado proceso de reflexi�n y maduraci�n, una s�ntesis que hac�a progresar su estrecho campo de conocimiento.
Hayek cre�a que Eugen von B�hm Bawerk, el disc�pulo m�s conocido y exitoso de Carl Menger, era un caso extremo de mente maestra. Y no le faltaban desde razones para pensarlo: la empresa intelectual de B�hm Bawerk fue de tal profundidad que se le puede considerar en justicia como el padre de la teor�a moderna del capital y del inter�s. No en vano, el gran economista sueco Knut Wicksell calific� su obra de "uno de los mayores logros de la teor�a econ�mica".
Carl Menger hab�a revolucionado nuestra ciencia al unificar y perfeccionar las aportaciones que diversos economistas alemanes hab�an venido realizando en la primera mitad del s. XIX. Sin embargo, la formidable teor�a econ�mica mengeriana, que si por algo pod�a vanagloriarse era por haber dejado claro que los bienes econ�micos lo eran en tanto instrumentos empleados a lo largo del tiempo para satisfacer fines individuales, adolec�a de una llamativa carencia: no ten�a una teor�a sobre c�mo se valoraban esos bienes en distintos momentos del tiempo. Es decir, �acaso los individuos valorar�n igual el disfrute de, por ejemplo, una vivienda hoy que el disfrute de una vivienda dentro de 10 a�os? Este fue el punto de partida que adopt� B�hm Bawerk.
A buen seguro su inter�s en la cuesti�n no se hab�a desarrollado de manera casual. En los a�os en los que B�hm se form� como economista (60-70 del s. XIX), demagogos socialistas como Lassalle, Rodbertus o Marx estaban espoleando contra el sistema capitalista a esos ej�rcitos de proletarios que, como ya apuntara Hayek, hab�an sobrevivido y crecido gracias a la prosperidad creada por el propio capitalismo.
A comienzos de los 70, la publicaci�n al alem�n del Manifiesto Comunista y la Comuna de Par�s terminaron por preocupar al acomodado funcionariado germano, que reaccion� de inmediato tratando de contentar a las masas obreras ofreci�ndoles un embrionario estado de bienestar. Diversos economistas alemanes favorables al intervencionismo gubernamental �el llamado "socialismo de c�tedra", que agrupaba a gente tan variopinta como Knies, Hildebrand, Roscher, Schmoller o Brentano� buscaron resolver la llamada "cuesti�n social" instaurando un "Estado social" a favor de los proletarios y en perjuicio de los capitalistas. De hecho, en 1872 se cre� la Verein F�r Sozialpolitik, un grupo de presi�n intervencionista que agrupaba a los socialistas de c�tedra y a otros intelectuales y cuyas propuestas cristalizar�an en 1881 en la Sozialpolitik de Bismark, deriva catastr�fica que perdi� a Alemania para m�s de medio siglo.
B�hm-Bawerk creci� en este clima cada vez menos favorable al liberalismo. No es que B�hm fuera, ni mucho menos, un liberal cl�sico como probablemente lo fue Menger y desde luego Mises, ya que entre sus dem�ritos se encontraban el haber defendido las obras p�blicas contrac�clicas, el proteccionismo estrat�gico o la redistribuci�n de la renta (si bien dentro de un marco de equilibrio presupuestario y patr�n oro), pero a�n as�, desde su mentalidad conservadora-funcionarial con alg�n elemento liberal, se dio cuenta de que la demagogia socialista no pod�a ser combatida con medidas pol�ticas (o al menos no s�lo con medidas pol�ticas, pues B�hm form� parte de la Verein) y que hac�a falta una refutaci�n intelectual solvente que desmontara la milonga de que los capitalistas explotan a los proletarios (B�hm fue de los pocos en detectar la amenaza para la sensatez y la prosperidad que supon�an las teor�as econ�micas de Marx y, a�os m�s tarde, ser�a el primero en ofrecer una refutaci�n sistem�tica del marxismo, metiendo el dedo en la llaga de su "gran contradicci�n").
La cuesti�n que deb�a resolver B�hm no era ya la de si el trabajo era fuente de valor y por tanto si el capitalista se apropiaba del producto de los trabajadores (al fin y al cabo la teor�a del valor-trabajo carec�a de predicamento en los ambientes acad�micos alemanes y austriacos, incluso antes de la llegada de Menger), sino qu� explicaci�n y justificaci�n ten�a, aun admitiendo la subjetividad del valor, que los capitalistas percibieran una rentabilidad dentro del proceso productivo sin estar haciendo aparentemente nada.
La respuesta que ofreci� B�hm-Bawerk partiendo de las intuiciones de Turgot y de Menger le sirvi� para articular toda la producci�n te�rica de su vida: el pago de salarios por parte del capitalista constituye un intercambio entre producci�n presente (los salarios) y producci�n futura (las ventas de la mercanc�a que fabrican los trabajadores) y, como es razonable suponer que los bienes presentes son m�s valiosos que los bienes futuros, por necesidad los salarios pagados hoy habr�n de ser menores que las ventas recibidas ma�ana.
B�hm simplemente reflejaba que los capitalistas, al pagar los salarios, adelantaban a los trabajadores la renta para adquirir bienes de consumo antes de haber vendido y producido sus mercanc�as; a efectos pr�cticos, era como si los capitalistas les concedieran un pr�stamo a los trabajadores.
En otras palabras, B�hm-Bawerk trat� de extender la teor�a subjetivista de Menger al campo de los intercambios intertemporales: si los bienes futuros eran menos valiosos que los bienes presentes, entonces por necesidad una unidad de cualquier bien presente se intercambiar�a por m�s de una unidad de bienes futuros, y esa diferencia constituir�a el "inter�s" o el "rendimiento" propio de los capitalistas.
Esta fue la tesis que B�hm fue desarrollando a lo largo de su gran obra: Capital e Inter�s. El primer libro de esta antolog�a, publicado en 1884 mientras era profesor en la Universidad de Innsbruck, llevaba por t�tulo Historia y Cr�tica de las Teor�as del Inter�s y su objeto era el de refutar una a una las grandes explicaciones que hasta el momento se hab�an ofrecido sobre el inter�s. Es algo as� como, en palabras de Edgeworth, una "teor�a negativa del inter�s", una explicaci�n detallada de qu� no es el inter�s. Bajo su pluma, van cayendo una a una todas las teor�as que justificaban el inter�s en motivos como la productividad f�sica de los bienes de capital, la abstinencia del consumo, la renta de la tierra o la explotaci�n del trabajo. B�hm es implacable y no deja t�tere con cabeza, pues su intenci�n no era la de hacer una historia del pensamiento en torno al inter�s, sino utilizar a egregios economistas como representantes de teor�as erradas que conven�a descartar.
Cinco a�os despu�s de esta teor�a negativa del inter�s, vino por fin su aut�ntica contribuci�n econ�mica, el segundo libro titulado La teor�a positiva del inter�s. B�hm-Bawerk tuvo que publicarlo en 1889, probablemente sin todas las revisiones necesarias, porque ese mismo a�o abandon� Innsbruck para iniciar su andadura pol�tica como director del departamento de la imposici�n directa (a�os m�s tarde ser�a nombrado ministro de Hacienda en tres ocasiones).
B�hm comienza este segundo libro recordando la teor�a del intercambio atemporal de Menger, clarificando y elaborando algunos de sus aspectos, como el proceso exacto por el cual los costes empresariales dependen de las utilidades marginales de los consumidores. Una vez hecho esto, el austriaco pasa a centrarse por fin en explicar la existencia del inter�s como la subestimaci�n de los fines futuros frente a los presentes.
B�hm daba tres razones esenciales por los que era razonable suponer que los bienes futuros resultaban menos valiosos que los presentes (sus famosas Drei Gr�nde); las dos primeras afectaban a los consumidores y la tercera al productor.
La primera es que la mayor�a de personas disponen de mayor renta en el futuro que en el presente, de modo que valorar�n m�s la renta escasa presente que la renta abundante futura (en realidad, simplemente se trata de una aplicaci�n del principio de la utilidad marginal decreciente a la renta). B�hm admit�a la posibilidad de que hubiera sujetos cuya renta futura fuera menor que la presente, pero a�n as�, dec�a, el valor futuro ser� como mucho igual al presente, pues todos los agentes tienen la opci�n de atesorar dinero si es quieren trasladar poder adquisitivo al futuro (hoy esta posibilidad se ve muy limitada por la inflaci�n inherente al dinero fiduciario). La segunda raz�n se basa en una subestimaci�n de las necesidades futuras frente a las presentes, ya sea por imprevisi�n, codicia o incertidumbre en tono a la fugacidad de la vida.
La tercera causa fue la m�s pol�mica pero a la vez la m�s fruct�fera. B�hm-Bawerk parti� de que en las econom�as capitalistas modernas los bienes de consumo no se producen directamente, sino de manera indirecta: con la tierra y el trabajo producimos bienes de capital, que a su vez, en conjunci�n con otra tierra y trabajo, producen otros bienes de capital que, tras otras etapas del mismo estilo, terminan madurando en bienes de consumo. B�hm asumi� que cuanto m�s largo fuera este proceso indirecto de producci�n, m�s eficiente y productivo ser�a, de modo que los capitalistas s�lo estar�an dispuestos a renunciar a sus muy productivos bienes de capital presentes a cambio de sumas mayores de bienes de consumo futuros (y de ah� el inter�s).
Esta intuici�n le sirvi� de base para construir toda una rica teor�a del capital que a�n hoy es el armaz�n b�sico de la teor�a austriaca del ciclo econ�mico: las reducciones de los tipos de inter�s ir�n de la mano de una ampliaci�n del per�odo productivo de la econom�a, es decir, del tiempo que media entre el momento en que empezamos a producir bienes de capital y el momento en que obtenemos los bienes de consumo. A su vez, dentro de la teor�a de B�hm, los precios y los salarios quedaban determinados en funci�n del per�odo de producci�n �ptimo, lo que le permit�a alcanzar lo que los neocl�sicos llamar�an hoy un "equilibrio general" del sistema econ�mico.
Pero, como dec�a, la tercera raz�n justificativa del inter�s fue la que m�s cr�ticas recibi�; en ocasiones merecidamente, pero en otras por simple incomprensi�n. Por un lado, algunos economistas como Fisher la tildaron de redundante con respecto a las dos primeras razones, pues, a su juicio, si los productores valoraban menos los bienes futuros que los presentes era s�lo porque as� lo hac�a los consumidores (en este caso la cr�tica es err�nea, porque durante cortos per�odos de tiempo la tercera raz�n forzar�a que el tipo de inter�s fuera positivo aun cuando no concurrieran las dos primeras). Por otro, muchos atacaron los simples c�lculos, medidas y supuestos que hab�a adoptado B�hm para justificar la mayor productividad de los m�todos indirectos de producci�n (en este caso, algunas cr�ticas est�n justificadas, pues B�hm-Bawerk buscaba demostrar la existencia de una mayor productividad en t�rminos f�sicos, y no monetarios, lo que si bien pod�a parecer la �nica alternativa en un patr�n monetario fijo, emponzo�aba gran parte de su an�lisis).
Por consiguiente, la obra de B�hm no est� exenta de errores te�ricos y formales. Algunos economistas austriacos m�s recientes, como Ludwig Lachmann, incluso han llegado a defender �de manera bastante exagerada, a mi entender� que B�hm no deber�a ser considerado un miembro de la Escuela Austriaca, pues sus libros tienen m�s que ver con el estudio ricardiano de la distribuci�n de las rentas que con el an�lisis del proceso empresarial de mercado caracter�stico de los austriacos.
Adem�s, B�hm-Bawerk, si bien era un pensador sistem�tico, no pod�a considerarse ni mucho menos un escritor brillante y claro (el idioma alem�n en este caso no ayud�; su facilidad sint�ctica para encadenar subordinadas permiti� a B�hm a escribir frases superiores a una p�gina); de hecho, para mayor desgracia de sus lectores, su estilo fue volvi�ndose m�s farragoso conforme fue ampliando sus libros a partir de su abandono de la pol�tica activa en 1904. Su fuerte sentido del deber le mov�a a responder a todas las cr�ticas que recib�a para no convertirse, seg�n sus propias palabras, en un "camorrista literario".
Sin embargo, lo cierto es que ninguna obra econ�mica es perfecta, tampoco la de la "mente maestra" de B�hm-Bawerk. Lo cual, dicho sea de paso, tampoco supone ning�n drama cuando se cuenta con una cantera de excelentes disc�pulos. En este caso, sus errores e imprecisiones fueron m�s tarde enmendados y corregidos por economistas de la talla de Mises, Hayek, Wicksell, Fisher o el propio Lachmann, dando como resultado una riqu�sima y solid�sima teor�a del inter�s y del capital.
Pero nada de lo anterior habr�a sido posible sin B�hm. A �l le corresponde casi en exclusiva el m�rito de haber dado el gigantesco paso adelante que supuso ampliar el esquema te�rico mengeriano a los intercambios de bienes en el tiempo. De esa simple intuici�n vino el resto: definir el inter�s como la prima de valor de los bienes presentes sobre los bienes futuros y relacionarlo con la dimensi�n temporal del capital, dos rasgos que desde entonces han constituido parte esencial del n�cleo te�rico de la Escuela Austriaca y de que cualquier teor�a econ�mica que no est� podrida de base.
Publicado originalmente en Libertad Digital (Espa�a)