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Hayek y el surgimiento del orden libre

Por Juan Ram�n Rallo

Friedrich Hayek es probablemente el autor m�s conocido de la Escuela Austriaca, en buena medida por haber recibido el Premio Nobel de Econom�a en 1974. Sin embargo, y pese a ser el �nico austriaco con tal distinci�n en su palmar�s, Hayek fue mucho m�s que un economista; de hecho, �l mismo se encargaba de advertir que 'un economista que sea s�lo economista no puede ser un buen economista'.

Publicado: Jueves, 9/9/2010 - 14:23  | 2862 visitas.

Friedrich Hayek
Friedrich Hayek
Imagen: Agencias / Internet
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Con el paso de los a�os, sus intereses y estudios fueron abarcando campos tan aparentemente diversos e inconexos como el derecho, la psicolog�a, la filosof�a pol�tica, la teor�a de la informaci�n, la sociolog�a, la antropolog�a o la metodolog�a de la ciencia.

Uno podr�a temer que, ante tal variedad de objetos de estudio, Hayek fuera m�s bien una mente dispersa, ca�tica y poco sistem�tica a la que le fue imposible profundizar lo suficiente en alguna de estas disciplinas. Sin embargo, y por mucho que haya algo de cierto en semejante diagn�stico, la gran preocupaci�n intelectual de su vida no fue tanto lograr un conocimiento completo en cada una de estas materias, cuanto utilizarlas para explicar un aspecto muy concreto de nuestro mundo: c�mo emerge el orden (o, m�s bien, los �rdenes).

La de Hayek fue una traves�a intelectual que comenz� en Viena. Despu�s de pasar por los cursos del disc�pulo menos mengeriano de Carl Menger, Friedrich Wieser, empez� a trabajar en una agencia estatal dedicada a saldar las deudas privadas tras la Primera Guerra Mundial. Fue all� donde conoci� a quien entonces era su director, la persona que se convertir�a en su gran maestro y la que de una manera m�s crucial determin� su carrera como economista: Ludwig von Mises.

Era la d�cada de los 20, Mises ya hab�a publicado sus dos grandes aportaciones a la ciencia econ�mica: su Teor�a del dinero y de los medios fiduciarios y Socialismo. Hayek, tras una corta estancia en EEUU, supo sacar un enorme provecho a la relaci�n personal e intelectual con Mises, sobre todo gracias a sus participaciones en el seminario privado que impart�a �ste y al que tambi�n acud�an otros egregios economistas como Machlup, Haberler, Morgenstern o Schutz. No es casualidad que toda la producci�n intelectual de Hayek durante casi dos d�cadas no fuera m�s que un intento de perfeccionar las dos �reas en las que hab�a centrado su atenci�n Mises: la teor�a de los ciclos econ�micos y el teorema de la imposibilidad del socialismo.

Pese a que Mises pensaba que Hayek era la persona que m�s fiel se hab�a matenido a sus ideas, �ste no estaba plenamente satisfecho con el tratamiento que su maestro les hab�a dado en sus libros. No tanto porque considerara incorrectas las conclusiones a las que hab�a llegado, sino por los argumentos que ofrec�a para respaldarlas.

Por un lado, Hayek deseaba ampliar la explicaci�n de los ciclos econ�micos para compatibilizarla con el cada vez m�s empleado concepto de "equilibrio econ�mico" y tambi�n para vincular la causa de las crisis no tanto a los bancos centrales cuanto a la propia existencia de un sistema crediticio gestionado por bancos. Por otro, el austriaco tem�a que el argumento de Mises contra el socialismo pecaba de excesivamente racionalista �apelaba a la raz�n y a la racionalidad de los individuos para comprender por qu� el socialismo no pod�a funcionar� y trat� de reconducirlo a un problema m�s general de falta de informaci�n por parte de los planificadores centrales.

Esta no siempre acertada reformulaci�n hayekiana de la obra de Mises alcanz� mucha mayor difusi�n que la propia obra de Mises, especialmente en el mundo anglosaj�n. La raz�n es sencilla de comprender: a comienzos de la d�cada de los 30, el director del Departamento de Econom�a de la London School of Economics (LSE), Lionel Robbins, buscaba a un profesor que cumpliera tres caracter�sticas: ser extranjero para as� enriquecer una plantilla predominantemente inglesa; estar volcado en trabajos te�ricos para poder contrarrestar la producci�n mayoritariamente emp�rica de los fabianos que poblaban la LSE; y ser capaz de combatir a la cada vez m�s influyente figura de John Maynard Keynes. Desde luego, era un puesto hecho a la medida de Hayek: un austriaco centrado en la teor�a econ�mica que adem�s acababa de publicar una extensa cr�tica contra las falacias subconsumistas de dos demagogos estadounidenses hoy ya ca�dos en el olvido �William Foster y Waddill Catching� que resultaban enormemente parecidas a las soflamas keynesianas.

De ah� que, tras ser invitado a dar cuatro clases sobre las crisis econ�micas �de cuya recopilaci�n sali� una de sus obras m�s conocidas, Precios y Producci�n�, Hayek obtuviera una plaza fija en la LSE desde la que pudo combatir con m�s notoriedad tanto las reiteradas falacias de Keynes como la propaganda de los economistas socialistas que trataban de justificar a la desesperada que el c�lculo econ�mico s� era posible bajo el comunismo.

La batalla intelectual que libr� contra el intervencionismo durante la d�cada de los 30 le result� ciertamente frustrante y agotadora. No ya porque quiso luchar con elegancia y rigor lo que en muchos casos s�lo era un alud de propaganda econ�mica dedicada a justificar el creciente rol dirigista del Estado durante la Gran Depresi�n �la cr�tica que escribi� contra el Tratado del Dinero de Keynes fue tan devastadora que el de Cambridge dej� de responderle antes de que se publicara la segunda parte de su rese�a aduciendo que estaba buscando otras bases para respaldar sus conclusiones�, sino porque se dio cuenta de que si la ciencia econ�mica resultaba de alguna forma compatible con tantas falacias era porque se encontraba viciada de ra�z.

La gran transformaci�n

Dos fueron las cr�ticas que le hicieron replantearse el status cient�fico de la econom�a. Una, procedente de su colega Morgenstern, sosten�a que el concepto de equilibrio que Hayek se hab�a empe�ado en inocular a la teor�a miseana del ciclo econ�mico estaba incorrectamente definido: Hayek, siguiendo la corriente mayoritaria de su tiempo, afirmaba que para alcanzar el equilibrio era necesario que los agentes fueran capaces de prever perfectamente el futuro, pero Morgenstern demostr� �con su famoso caso de Holmes contra Moriarty� que el supuesto de previsi�n perfecta implicaba una par�lisis de toda acci�n y, por ello, resultaba incompatible con cualquier definici�n de equilibrio. La otra r�plica provino de un socialista ingl�s, H. D. Dickinson, para quien los sistemas comunistas pod�an ser viables si la posici�n deseada de equilibrio econ�mico se representaba a trav�s de un sistema de ecuaciones matem�ticas de cuya resoluci�n pudieran extraerse los precios con los que realizar el c�lculo econ�mico.

Pese a que ninguna de las dos cr�ticas desvirtuaba en lo m�s m�nimo el edificio intelectual de Mises, Hayek s� se vio forzado a replantearse el concepto de "equilibrio econ�mico" y es muy probable que, al hacerlo, emprendiera lo que Bruce Caldwell ha llamado su "gran transformaci�n" intelectual.

As�, en 1937, el austriaco public� el art�culo al que �l mismo atribuye su giro intelectual, Econom�a y Conocimiento, donde redefini� "equilibrio" como aquella situaci�n en la que los planes de los individuos se vuelven compatibles entre s� gracias a que todos tienen una previsi�n correcta (que no perfecta) de lo que van a hacer el resto. Pero esta nueva definici�n, que superaba las objeciones planteadas por Morgernstern, s�lo sirvi� para que Hayek se planteara una nueva pregunta a la cual dedic� el resto de su vida: bajo qu� condiciones resulta realista suponer que los individuos van a compatibilizar sus planes al ser capaces de anticipar con razonable seguridad qu� piensan hacer el resto de individuos.

Es decir, la cuesti�n central en el pensamiento hayekiano que se plantea por primera vez en este seminal art�culo es c�mo resulta posible que cada individuo se coordine de manera exitosa con el resto de la sociedad sin que nadie est� "al mando" para organizarlos a modo de piezas de un engranaje superior: c�mo emergen los �rdenes de manera espont�nea y no planificada.

Hayek no responde en el art�culo a esta importante pregunta, a la que eleva a la tarea central de la investigaci�n econ�mica, pero s� lo har� durante los siguientes 50 a�os: entre muchas otras obras, en 1948 publica Individualismo y orden econ�mico; en 1952 El orden sensorial; y en 1973 Normas y orden (el primer volumen de su trilog�a Derecho, legislaci�n y libertad). Fij�monos c�mo la palabra "orden" aparece en el t�tulo de los tres libros, lo que nos indica que Hayek concibi� la existencia de al menos tres �rdenes crecientes en complejidad: el orden psicol�gico, el orden individual y el orden grupal.

Los tres �rdenes

El primero, el sensorial o psicol�gico, permite a cada individuo alcanzar percepciones coherentes y consistentes a partir del marem�gnum de datos y est�mulos externos que recurrentemente experimenta. Para Hayek, la mente act�a como un "clasificador" de nuestras sensaciones, lo que permite dar significados distintos a hechos externos aparentemente iguales (no obtenemos la misma sensaci�n ante el color naranja de una fruta que ante el color naranja de un autom�vil). Lo caracter�stico de la mente es que las categor�as que clasifican los datos externos no est�n dadas, sino que van ampli�ndose, reformul�ndose, recombin�ndose y evolucionando a trav�s de nuestra experiencia (si bien Hayek admite, en l�nea con la moderna psicolog�a evolucionista, que una cierta estructura de la mente est� dada gen�ticamente y no puede modificarse).

Este orden sensorial, sin embargo, no es suficiente para que los individuos logren coordinarse y entenderse entre s�. Aunque una cierta empat�a ser� posible �sobre todo cuando las personas se ven sometidas a experiencias parecidas�, la base gen�tica y el conocimiento y las sensaciones que adquiere cada individuo son propios, por lo que en la mayor�a de los casos nos ser� imposible predecir cu�l ser� la respuesta que dar�n otras personas ante un determinado est�mulo externo.

Para conseguir una mayor coordinaci�n entre individuos, es necesario estudiar c�mo se conforma el orden individual y aqu� la respuesta que ofrece Hayek es m�ltiple. Por un lado, el orden dentro de una econom�a se logra mediante la informaci�n que "transportan" un conjunto de precios surgidos de la rivalidad y competencia entre los agentes; a trav�s del c�lculo econ�mico que permiten esos precios, cada individuo puede conocer d�nde resultan m�s valiosos sus esfuerzos para otros individuos y, por tanto, coordinarse con ellos. Por otro, el orden dentro de una sociedad se alcanza a trav�s de instituciones espont�neas como el lenguaje, el derecho, el dinero, la moral o la religi�n que favorecen que los individuos se sometan a pautas de comportamiento comunes que vuelven sus decisiones m�s previsibles y comprensibles para el resto, favoreciendo as� su coordinaci�n y cooperaci�n.

A trav�s de las instituciones (en el fondo, el mercado libre es tambi�n una instituci�n), los individuos pueden interactuar en sociedad y a trav�s de esta interacci�n, modifican y perfeccionan el contenido de esas instituciones (se van volviendo cada vez m�s �tiles para coordinar a los individuos). Por ello, para el austriaco, ni el derecho, ni el lenguaje, ni el dinero son resultado de la construcci�n de nadie (de ah� que, por ejemplo, defendiera la desnacionalizaci�n del dinero), sino fruto de las consecuencias no intencionadas de las acciones de todo el grupo social (un argumento que procede de la ilustraci�n escocesa y, sobre todo, de Carl Menger). 

Pero Hayek no se queda en el an�lisis de c�mo los individuos alcanzan el orden dentro del grupo, sino que tambi�n concibe la existencia de un orden de cada grupo con respecto a otros grupos. En ocasiones, la supervivencia de una sociedad depender� de la adopci�n de normas que si bien no son necesariamente beneficiosas para ning�n sujeto dentro del grupo, s� lo son para que el grupo permanezca unido y pueda coordinarse con otros grupos (dentro de esta categor�a se incluir�an, por ejemplo, la provisi�n de bienes p�blicos, las redes de solidaridad o incluso la propia configuraci�n de la organizaci�n pol�tica estatal). Hayek cree que este orden grupal se ir� generando por simple evoluci�n y supervivencia de los �rdenes institucionales m�s eficientes: los peores conjuntos de instituciones tender�n a ser barridos por los mejores.

Socialismo, metodolog�a y filosof�a pol�tica

En la complejidad de estos tres �rdenes se encuentra el germen de la cr�tica de Hayek al socialismo: dado que es imposible para un planificador o grupo de planificadores aprehender y procesar toda la informaci�n dispersa que es privativa de cada individuo, el comunismo no ser� capaz de crear deliberadamente una "organizaci�n" que pueda coordinar de manera satisfactoria y mutuamente beneficiosa a todas las personas a lo largo del tiempo. El socialismo es un simple ejercicio de fatal arrogancia que desconoce los l�mites de la raz�n y de la planificaci�n del ser humano.

Tambi�n aqu� podemos ubicar la posici�n metodol�gica de Hayek: si bien rechaza el apriorismo extremo de Mises �en ocasiones de manera un tanto apresurada y equivocada�, el austriaco s� reconoce la existencia de dos grandes grupos de ciencias, las que estudian fen�menos simples (como la f�sica) y las que estudian fen�menos complejos (como la econom�a o la sociolog�a). No es tanto que la econom�a sea menos ciencia que la f�sica (hoy se la llama soft science), sino que su objeto de estudio son fen�menos mucho m�s complejos. Por ese motivo, constituye un gran error aplicar los m�todos reduccionistamente experimentales de las ciencias simples a las ciencias complejas (Hayek llam� a este vicio el cientismo y a su cr�tica dedic� todo el libro de La contrarrevoluci�n de la ciencia) e incluso �y aqu� se distanciaba de su amigo Karl Popper� habr� que reconocer las crecientes limitaciones con la que se encontrar� la falsaci�n de los resultados seg�n aumente la complejidad de una ciencia: a mayor complejidad, predicciones menos exactas (m�s gen�ricas), por lo que habr� que ser cuidadoso con descartar cualquier conclusi�n que aparentemente no tenga una traslaci�n cuantificable y medible en el mundo real (sobre este tema fundamental, de hecho, reflexion� en su discurso de recepci�n del Nobel: La pretensi�n del conocimiento).

Y, por �ltimo, tambi�n en este contexto resulta m�s comprensible la filosof�a pol�tica de Hayek, especialmente contenida en Los fundamentos de la libertad y en su libro m�s conocido Camino de Servidumbre. Parece claro que para alcanzar estos tres �rdenes evolutivos resulta esencial la libertad del ser humano; libertad para probar, equivocarse, rectificar y as� influir en el desarrollo de las instituciones. Hayek, pues, se plantea de qu� modo puede minimizarse la coacci�n de nuestra libertad y llega a la conclusi�n de que la mejor forma es crear un aparato pol�tico que combata y reprima la coacci�n que unos individuos ejercen sobre otros. El nuevo problema es entonces c�mo evitar que ese monopolio de la violencia �el Estado� se convierta en el principal represor de la libertad y para el austriaco la soluci�n pasa por desterrar el poder arbitrario de los pol�ticos someti�ndolos al rule of law: un conjunto de normas impersonales, evolutivas, universales, conocidas y ciertas para todos. S�lo en ese marco, cada individuo podr� conocer cu�les ser�n las consecuencias de sus decisiones y escapar a una represi�n directa por parte de los poderes p�blicos.

El intervencionismo econ�mico, sin embargo, socava este orden jur�dico impersonal, pues cada individuo debe ajustarse al plan dictado por un comit� de planificaci�n que tender� a ir fagocitando las instituciones pol�ticas ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre cu�les son los objetivos del plan (�qu� debemos producir?) y sobre c�mo implementarlo (�qui�n y de qu� modo debemos producirlo?). Del dirigismo econ�mico pasaremos a los mandatos pol�ticos y, por tanto, al control total de los planificadores sobre las vidas de las personas.

Muchos han considerado que esta �ltima reflexi�n que Hayek expuso en Camino de servidumbre demuestra el fracaso de toda su filosof�a pol�tica, pues el intervencionismo econ�mico posterior a la Segunda Guerra Mundial no condujo a la liquidaci�n de las democracias occidentales. No obstante, esta cr�tica simplista a Hayek pasa por alto el verdadero objetivo del libro, que no era tanto efectuar un pron�stico historicista �un pron�stico que el propio Hayek consideraba imposible de realizar en una ciencia compleja como la econom�a y la pol�tica� cuanto lanzar una advertencia del posible proceso de podredumbre que sufrir�an las democracias si segu�an escalando en su intervencionismo en un contexto de desencanto hacia los logros y los m�ritos de los �rdenes espont�neos del capitalismo. 

Sin duda, no se trata de que Hayek no se equivocara en nada; de hecho, su teor�a econ�mica o su filosof�a pol�tica contienen numerosos errores y contradicciones (como su cr�tica a la "justicia social" y su defensa del Estado de bienestar; o la aceptaci�n acr�tica del monopolio de la violencia como camino �ptimo para minimizar la violencia; o sus m�s que discutibles reproches al patr�n oro) provocados en buena medida por la propia evoluci�n que sufrieron sus ideas y sus intereses a lo largo de sus 93 a�os de vida. Pero, desde luego, habr�a que huir de las cr�ticas m�s aparentemente facilonas contra su pensamiento, sobre todo cuando proceden de quienes desconocen toda la unidad del rompecabezas hayekiano.

Si Mises cre� un sistema de pensamiento econ�mico claro, s�lido y focalizado en el individualismo metodol�gico, Hayek nos leg� un conjunto de ideas originales pero dispersas que s�lo tras un cuidadoso estudio aparecen como un intento bastante exitoso, aunque no libre de errores, de promover la libertad en todas sus manifestaciones: pol�tica, social, cultural y econ�mica. Siendo el economista menos concentrado en la econom�a de la Escuela Austriaca, pasar� a la historia vulgarizada como su economista m�s representativo. Los austriacos, sin embargo, no deber�amos quedarnos en la superficie: m�s all� de sus casi siempre profundas teor�as econ�micas, existe toda una potent�sima narrativa que, ampliada y mejorada, constituye una de nuestras principales l�neas de defensa de la libertad: c�mo los �rdenes privados, voluntarios, naturales y espont�neos logran superar los l�mites de nuestra raz�n y de nuestro conocimiento ante los que siempre sucumbir� cualquier planificador central.

Publicado originalmente en Libertad Digital (Espa�a) 

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