Jos� de Acosta se pregunta en su Historia Natural y Moral de las Indias "C�mo sea posible haber en las Indias animales que no hay en otra parte del mundo". El profesor Emiliano Aguirre, hace ya m�s de cuarenta a�os public� un documentado trabajo sobre este problema (Aguirre, 1957). Muchos cap�tulos de la Historia de Acosta se dedican a la descripci�n de los animales y plantas americanos. C�mo llegaron hasta all� parece poder tener una soluci�n f�cil para Acosta, aunque revolucionaria para su �poca:
Hall�ronse, pues, animales de la misma especie que en Europa, sin haber sido llevadas de espa�oles. Hay leones, tigres, osos, jabal�es, zorras y otras fieras y animales silvestres, de los cuales hicimos en el primer libro argumento fuerte, que no siendo veros�mil que por mar pasasen en Indias, pues pasar a nado el oc�ano es imposible, y embarcarlos consigo hombres es locura, s�guese que por alguna parte donde el orbe de contin�a y avecina al otro, hayan penetrado, y poco a poco poblado aquel mundo nuevo. Pues conforme a la Divina Escritura, todos estos animales se salvaron en el Arca de No�, y de all� se han propagado en el mundo (J. de Acosta, opus.cit., Libro IV, cap�tulo XXXIV).
Pero el problema m�s dif�cil de resolver es c�mo explicar la existencia en Am�rica de animales y plantas diferentes a los de Europa. Acosta lo formula as� en este texto, muy citado por los ec�logos actuales:
Mayor dificultad hace averiguar qu� principio tuvieron diversos animales que se hallan en las Indias y no se hallan en el mundo de ac�. Porque si all� los produjo el Criador, no hay que recurrir al Arca de No�, ni a�n hubiera para qu� salvar entonces todas las especies de aves y animales si hab�an de criarse de nuevo; ni tampoco parece que con la creaci�n de los seis d�as dejara Dios el mundo acabado y perfecto, si restaban nuevas especies de animales por formar, mayormente animales perfectos, y de no menor excelencia que esotros conocidos ( J. de Acosta, opus cit., Libro IV, cap. XXXVI).
La hip�tesis evolucionista entra en el pensamiento de Acosta con toda espontaneidad, con plena franqueza y honradez no mediatizada ni forzada por soluci�n preconcebida. Para nuestro autor, todos los animales de Am�rica no ser�an otra cosa que una modificaci�n de los originales de Europa. Ello supondr�a aceptar un cierto "transformismo": la diferencia en distintos caracteres de los animales pudo ser causada por diversos accidentes. Es decir: por un cambio accidental de sus caracteres y que �stos luego pasan modificados a los descendientes. El cap�tulo XXXVI (Libro IV) de su Historia ha sido citado en muchas ocasiones, pese a su brevedad, como uno de los texto m�s l�cidos y que intuyeron (aunque sin aceptarla) la posibilidad evolutiva que Darwin (1859) describe y acepta dos siglos m�s tarde.
El texto siguiente considera abiertamente esta posibilidad: Tambi�n es de considerar, si los tales animales difieren espec�fica y esencialmente de todos los otros, o si su diferencia accidental, que pudo ser causada de diversos accidentes, como en el linaje de los hombres, ser unos blancos y otros negros, unos gigantes y otros enanos. As�, verbi gratia, en el linaje de los simios ser unos sin cola y otros con cola, y en el linaje de los carneros ser unos rasos y otros lanudos: unos grandes y recios, y de cuello muy largo, como los del Per�; otros peque�os y de pocas fuerzas, y de cuellos cortos, como los de Castilla ( J. de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, Libro IV, cap. XXXVI).
Pero las ideas biol�gicas de su �poca, as� como el peso indudable de la Teolog�a escol�stica, impiden dar el paso definitivo. El m�rito de Acosta es haber intuido la posibilidad de un cambio morfol�gico que se prolonga en la descendencia biol�gica. Sin embargo, sus naturales y comprensibles prejuicios heredados de la filosof�a escol�stica, le impiden aceptar el hecho de la evoluci�n. El principio "nadie da lo que no posee", obliga a Acosta a aceptar la fijeza de las especies biol�gicas.
Las "especies" en filosof�a difieren por algo esencial y son, por tanto, irreductibles: de una especie no puede salir aquello que constituye diferencialmente la otra especie (�lvarez L�pez, 1943). Su contexto cultural e intelectual le impiden avanzar m�s: las diferencias no le permiten aceptar la descendencia, por la que se define la evoluci�n org�nica:
I[Quien por esta v�a de poner s�lo diferencias accidentales pretendiere salvar la propagaci�n de los animales de Indias, y reducirlos a las de Europa, tomar� carga, que mal podr� salir con ella. Porque si hemos de juzgar a las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas que quererlas reducir a especies conocidas de Europa, ser� llamar al huevo, casta�a]i(J. de Acosta, opus cit., Libro IV, cap. XXXVI).
El P. Acosta zanja la cuesti�n con este comentario ir�nico, que ha de interpretarse -seg�n Aguirre (1957)- como expresi�n de la perplejidad de Acosta ante una soluci�n que le era muy dif�cil de aceptar. Pero ser� necesario avanzar casi un siglo para encontrarnos un pensamiento similar sobre los aspectos de la biogeograf�a: el pensamiento de Athanasius Kircher.
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