La mayor explosi�n volc�nica de los �ltimos milenios aconteci� en abril de 1815 en la isla de Sumbawa, en la actual Indonesia: el volc�n Tambora, un gigante de 60 kil�metros de di�metro en la base, empez� a rugir con tanta potencia que todas las islas pr�ximas quedaron cubiertas por un manto de cenizas de varios metros de grosor. Murieron unas 100.000 personas. Sin embargo, la tragedia del Tambora no termin� en Indonesia. Los 170 kil�metros c�bicos de part�culas escupidos por el volc�n entraron a formar parte de las corrientes atmosf�ricas hasta crear a nivel planetario una fina capa que redujo la fuerza de la luz solar.
Con mayor o menor intensidad, la Tierra se enfri� en los meses posteriores.
Esta es al menos la principal hip�tesis para explicar las enormes anomal�as clim�ticas que acontecieron a partir de 1816 en pa�ses muy alejados de Asia. Se han estudiado con profusi�n en Francia o Gran Breta�a, donde numerosos documentos se hicieron eco de las duras heladas, las lluvias de ceniza y, por supuesto, la p�rdida de cosechas y otras miserias, pero la historiograf�a clim�tica en Espa�a anda un poco rezagada. "Hubo los mismos problemas que en toda Europa, pero se han estudiado mucho menos", lamenta Mariano Barriendos, investigador de la Universitat de Barcelona (UB). Hay "cientos de kilometros de estanter�as" con documentos nunca analizados.
Barriendos y otros climat�logos de la UB han reconstruido el clima de la �poca en Barcelona -y en general en Catalunya- a partir de todo lo que han podido encontrar. Eso s�, no part�an de cero. La ciudad cuenta desde 1786 con la inestimable serie de temperatura y lluvia anotada con regularidad cient�fica por el doctor Francisco Salv�, en la calle de Petritxol, que Barriendos ha podido confirmar y homogeneizar con lo que los cient�ficos llaman proxy data (dietarios, registros mercantiles y otros indicios indirectos).
Las temperaturas de aquella �poca fueron m�s fr�as de lo habitual, sobre todo en 1816 y m�s concretamente entre junio y agosto. Es lo que en Europa, por m�ritos propios, pas� a la posteridad como el a�o sin verano. En el observatorio de Petritxol, por ejemplo, las medias de julio y agosto de 1816 fueron tres grados inferiores a lo habitual, un margen que no es precisamente peque�o. El bar�n de Mald� dej� escrito en su dietario Calaix de sastre que el Montseny y Montserrat estaban nevados a principios de noviembre. "El r�o Llobregat se ha congelado, una cosa notable", prosegu�a, aunque sin precisar en qu� tramo.
Barriendos, sin embargo, explica que los cambios fundamentales ata�eron a la lluvia. De los 13 a�os transcurridos entre 1812 y 1824, 12 pueden calificarse como secos y cinco de ellos, adem�s, lo son en extremo. "En todo el siglo XX no hay ning�n a�o que llegue a esas precipitaciones inferiores a 260 litros por metro cuadrado -a�ade-. Fue una de las cuatro mayores sequ�as de los �ltimos 500 a�os". Desde un punto de vista t�cnico, el tiempo se caracteriz� por una presencia an�mala de altas presiones sobre el Atl�ntico que imped�an la circulaci�n de las borrascas que suelen aportar precipitaciones al litoral mediterr�neo. Un detalle confirma la excepcional situaci�n: en 1817 se organiz� en Barcelona la �ltima de las seis grandes rogativas pro pluvia (plegarias episcopales para implorar a Dios que lloviera) documentadas entre 1521 y 1825.
P�rdida de poblaci�n
El efecto m�s grave fue la p�rdida de cosechas y las consiguientes hambrunas. Un pay�s de Arenys de Munt, por ejemplo, escribi� que la tierra estaba tan yerma, sin posibilidad de cosecha, que la �nica opci�n era dejar que entraran los hambrientos animales. El impacto en Barcelona fue enorme pese a que la ciudad ya era una moderna urbe con gran actividad comercial. El profesor de la UB ha documentado una anormal llegada de barcos extranjeros al puerto, previsiblemente cargados de cereales.
"Hubo especulaci�n, acaparamiento y mortalidad directa", concluye. La poblaci�n de Barcelona, que llevaba d�cadas en ascenso, sufri� un retroceso muy acusado: de 114.000 habitantes a fines del siglo XVIII se pas� a 97.400 en 1830.
Publicado originalmente en El Peri�dico (Espa�a)